La Chacra

La Chacra

Mientras estaba en Santiago en la universidad, vivía en el hogar de estudiantes de la YMCA (1).  En la ciudad tenía varios parientes que solían invitarme a veces a almorzar los sábados. Uno de estos tíos, que en realidad era tío abuelo, el tío Leandro, en una ocasión me preguntó si yo estaría interesado en ganarme unos pesos haciendo clases particulares a uno de sus nietos. Yo le dije que con gusto ayudaría a Antonio y que no necesitaba pagarme por eso. Fue así como empecé a ir los viernes en las tardes a hacer clases de matemáticas a Antonio.  Su padre, Jaime, había construido una casa en uno de los sitios que el tío Leandro le había regalado a cada una de sus hijas,  en la orilla de la chacra Rosas del Este. Esta era una parcela de unas veinte hectáreas que en ese tiempo estaba en su totalidad dedicada al cultivo de limones.  Durante la mayor parte del año solo don René estaba a cargo de la plantación y era ayudado por Sergio, un joven de unos 20 años que estudiaba para técnico agrícola. Durante el período de la cosecha, se contrataba mano de obra auxiliar por el tiempo que esta duraba. El trabajo de la poda, la aplicación de abonos y fertilizantes y la desinfección, la hacían contratistas externos.

En la chacra había una casa patronal, una casa para el cuidador y otra para su ayudante. Además, había instalaciones para alojar y alimentar al grupo de jornaleros que llegaban en el verano. Había un quincho con cocina, bodega y servicios y una huerta bastante grande.

A menudo don Leandro organizaba almuerzos en la chacra y don René, su señora y Sergio quedaban a cargo de todo. Debajo de un parrón se instalaban mesas, sillas y todo lo necesario para recibir los invitados. La casa de mi tío Jaime era muy moderna y tenía un gran patio con una piscina. Cuando no hacía frío, yo le hacía clases a Antonio en una mesa que había bajo un árbol cercano a la piscina. Ya llevaba varios meses como profe de matemáticas y empezaron a invitarme los sábados a participar en los almuerzos en la chacra. Terminado el almuerzo nos íbamos a bañar a la piscina y yo hacía de cuidador de mis primos chicos.

De vez en cuando yo pensaba que a Sergio nunca lo invitaban a la piscina, a pesar que eran siempre muy amables con él. Los primos y yo nos llevábamos muy bien con él, pero yo no me atrevía a sugerir que cuando partíamos a la piscina, él fuera también con nosotros.

En un momento llegó a vivir a la casa de mi tío Jaime, Badel, una sobrina de él, que solo hablaba alemán y francés. Ella tenía 19 años, recién había terminado la enseñanza secundaria en Alsacia y se hizo amiga de Isabel, hija de un matrimonio amigo de mis tíos. Cuando íbamos a almorzar a la chacra, iban ellas dos y ocurría algo que me empezó a molestar. Badel no hacía diferencias entre Sergio y yo. Pero su amiga dejaba muy en claro que ella no  consideraba a Sergio su igual. Una de las cosas que más lo demostraban era que ella trataba a Sergio de usted, a pesar que él era solo un par de años mayor. A mí me trataba como a su igual, probablemente porque su amiga era prima política mía y por eso me tuteaba. De todas maneras no congeniábamos mucho. Yo la encontraba tremendamente clasista y superficial y ella de vez en cuando me daba a entender que yo era muy viejo para ser considerado una amistad suya. Era cierto que ella tenía 19 años y yo 24, esto es la diferencia entre alguien que está recién en primer año en la universidad y alguien que está casi saliendo. En un par de ocasiones Jaime me pidió que acompañara a ellas dos a una fiesta y me pasó su Fiat 600 para que fuera con ellas. Tengo que decirlo, ese ambiente de “niñas bien” y sus amigos de entre quince y veinte años, me incomodaba tremendamente. Era un ambiente sin relación con el mundo real,  extremadamente superficial. En esas reuniones sociales, Isabel  conseguía  dominar a Badel y le hacía cambiar su forma de ser. En una tercera oportunidad en la que Jaime me pidió que fuera con ellas a una de esas fiestas, yo le dije que tenía certámenes y que no podía acompañarlas. Le sugerí que le dijera a Sergio y me sorprendió mucho que Jaime se hiciera el leso y no me respondiera nada. Pensándolo bien después, concluí que yo era considerado de su clase. Jaime sabía que mi familia no era para nada adinerada, pero lo importante era que yo era de su clase. El abuelo de sus hijos era tío abuelo mío; eso era lo que importaba. A partir de ese momento, Isabel me ignoró. Yo no había sabido darle el valor que significaba ser el acompañante de ellas. No vamos a decir que lloré por su rechazo, pero me hizo pensar. El barrio alto tenía sus reglas y ellos vivían de acuerdo a su mundo. Uno entiende entonces cómo pueden ocurrir esas relaciones como las que se dan en las castas en la India.

Durante mis clases, a menudo me encontraba con las dos amigas. Las escuchaba hablar y un tema recurrente era si tenían o no carrete para el próximo sábado en la noche. Era una tremenda preocupación la que sentían  cuando pasaban las horas y no sabían si habría o no carrete.

Badel conoció a Fideromo, un arquitecto joven que trabajaba en la oficina de Jaime. Él iba de vez en cuando a la casa y ella se enamoró de él. En algún momento ella, sintiendo la necesidad de hablar con alguien de lo que sentía, me contó que Fideromo era para ella lo más importante en su vida. Por otro lado, en una de las ocasiones en que yo fui a la oficina de Jaime,  Fideromo comentó en un grupo que Badel no sabía bailar. Lo hizo de una manera muy poco caballerosa, riéndose de ella y yo no supe cómo mostrar mi desacuerdo con la forma y contenido de su comentario. En realidad, era verdad que ella no bailaba bien. Yo no podía discutir eso. Pero me pareció muy triste su comentario, sabiendo especialmente cómo ella pensaba de él. No supe cómo actuar, porque no quería que la cosa pasara a mayores, así es que me retiré del grupo sin decir nada. Después, pensé que había sido cobarde al no mostrar mi desacuerdo. No había sido capaz de ir directamente en contra de la forma de ser existente. El ambiente me las había ganado.

Seguí haciendo clases de matemáticas, pero desde entonces a menudo me excusaba de aceptar las invitaciones a los almuerzos en la chacra. Mis primos insistieron al principio pero al final aceptaron que las cosas habían cambiado.

En una ocasión el marido de la hija mayor del tío Leandro, Mario, me encontró haciendo clases y me preguntó si sería posible que yo lo ayudara acarreando algunos amigos en auto después del asado. Yo acepté y él quedó de llamarme unas horas más tarde.  Cuando fui llamado y llegué a la chacra, me enteré que los invitados al asado eran un grupo de militares.  Todos estaban bastante alegres y evidentemente no todos estaban en condiciones de conducir un auto. Tuve que hacer varios viajes, unos en autos de ellos y otros en el auto de Jaime.

En mi función de taxista, pude darme cuenta que algunos de los oficiales amigos de Mario, tenían altos rangos. Esto lo entendí, porque a menudo ellos se llamaban mencionando su rango. Había algunos tenientes jóvenes, pero la mayoría tenían grados más altos. Entre estos, había por lo menos un coronel.  Normalmente los rangos superiores utilizaban vehículos del ejército con choferes asignados a ellos. Pero por alguna razón, cuando asistían a esos asados no utilizaban esos medios. Llegaban en autos privados, varios militares en cada uno. Y a la vuelta, como no estaban en condiciones de manejar, buscaban otras soluciones. Una de ellas, el estudiante pariente de Mario que hacía de taxista.

A menudo conversaba con Sergio mientras esperaba a los clientes que debía trasportar. Ahí empecé a darme cuenta que él era simpatizante de partidos de derecha. Él se consideraba de derecha porque veía que don Leandro lo trataba a él, a don René y a su señora, en una forma muy deferente. Les pagaba bien y se preocupaba de ellos. Cuando llegaba la cosecha, don Leandro era igual de deferente con los jornaleros. Pero Sergio también se daba cuenta que no toda la familia era así. Don Mario y sus amigos militares eran bastante diferentes. Eran clasistas y prepotentes.

Sergio, que por su actuar como mozo durante los asados había escuchado muchas más conversaciones que yo se había dado cuenta que el grupito algo tramaba. El tema principal rondaba  sobre el hecho de que Allende asumiría como presidente (2). Discutían sobre cosas que Sergio no lograba entender bien, como ser sobre el apoyo de la CIA, sobre qué hacer si las cosas fallaban, etc. A medida que el asado avanzaba y la cantidad de alcohol aumentaba, las conversaciones eran cada vez menos recatadas. Fue así como Sergio llegó a saber de otros lugares en donde se realizaban reuniones. Al parecer, además de los asistentes a la chacra, el nombre que más se mencionaba era el de un general que no asistía a las reuniones. Se trataba de un general, al que solo mencionaban con una chapa. Un par de veces don Mario, que cada vez más se las daba del dueño de la chacra, me había enviado a casa de ese general.

Sergio había hecho el servicio militar y los oficiales lo trataban como a un militar, aunque naturalmente sin olvidar su bajo rango; pero él se sentía bien de que lo consideraran un militar. Esta situación, de estar entre militares, permitía que Sergio se enterara cada vez más  de detalles sobre el motivo que los reunía. Como con Sergio yo había llegado a ser bastante cercano, empecé  a saber de asuntos que ellos no comentaban cuando yo estaba presente.

Una de las cosas que inicialmente más me sorprendió de las que Sergio me contó, fue lo del VOP (3). Los oficiales se reían de los atentados con bombas que ellos mismos organizaban y que en El Mercurio se publicaban como perpetrados por ese grupo ultraizquierdista, inventado por ellos, llamado VOP.

Pero esos atentados solo eran entretenciones sin mucha importancia para ellos. Lo importante giraba en torno a un personaje a quien se referían como “el maestro”. Se hablaba de la acción, de los peligros que involucraba, de la posibilidad de un traspié, pero eran cuidadosos y no especificaban de quién se trataba.

Me habían entrado serias dudas sobre si continuar con las visitas a casa de Jaime. Una posibilidad era simplemente informarle que debido a mis exámenes no podría seguir haciéndole clases de matemáticas a Antonio. Con eso me desligaba del tema en forma muy sencilla. La otra era seguir como si nada y tratar de explotar la veta de información que mi situación de profesor y taxista me brindaba. La primera opción era algo cobarde, la segunda un poco arriesgada. Suponiendo que con Sergio lográramos saber algo concreto de los planes de los militares, ¿qué podríamos hacer con la información? Yo no militaba en ningún partido a quien podría confiar una eventual acción ilegal y Sergio tampoco.

Considerando que ya teníamos alguna información, no era descabellado pensar que con el tiempo pudiéramos lograr saber algo de importancia. Decidí entonces seguir con mi tarea de profesor y taxista y pensar en una forma de entregar la información si es que descubriéramos algo importante. El puro hecho de saber quiénes eran los responsables de los bombazos, de las mentiras de El Mercurio y de la existencia de un tal “Maestro”, yo lo consideraba importante. Pero estaba solo y no sabía qué hacer en el corto plazo. Con Sergio compartíamos la información, pero al momento de actuar no había acuerdo. Él era un derechista, sano, pero derechista al fin.

Las clases funcionaban bien y el problema del acompañamiento a las fiestas se había solucionado. Dos tenientes llegaron a resolver el problema. Jaime les pasaba el auto y ellos las buscan y las llevaban de vuelta a sus casas. Yo seguí con mis labores de taxista y llegué a conocer las casas de varios oficiales. Los conocía por su apellido, por su grado y por sus domicilios. Tenía un registro con toda esa información y a ratos me parecía que no servía de nada si no se la entregaba a alguien que la pudiera utilizar. Si me demoraba mucho en entregarla, a lo mejor la historia del Maestro podía pasar de moda y  quién sabe si de una mala manera.

Sin poder entender con claridad el objetivo de las reuniones, nos quedaba claro que tanta preocupación indicaba que no era algo sin importancia. Sergio me decía que lo estaban involucrando en algo que olía mal y que nadie le explicaba de qué se trataba. Sentía que lo estaban utilizando, considerándolo un conscripto de cortos alcances y  esto lo estaba enojando cada vez más. Me contó que en una oportunidad le pidieron que trasportara un pesado paquete a una de las casas que ya conocíamos. Le pasaron un vehículo y le dijeron que una hora antes del toque de queda lo fuera a dejar. En la casa lo estaban esperando unos militares y la entrega duró medio minuto. Sergio pensó que lo que él había trasportado era un material peligroso y no le habían dado ninguna instrucción en el caso de que algo inesperado ocurriera. Simplemente, no lo consideraban para nada.

A partir de ese momento, noté  que Sergio empezó a dudar de sus convicciones derechistas. Seguía siendo un gran admirador de don Leandro, pero las dudas se le hacían cada vez más fuertes.

En una ocasión Jaime me envió a casa de don Leandro para que le llevara algunos productos de la huerta. Como siempre, me pasaba su Fiat 600 para todos sus mandados. Llegué al frente de la casa, me estacioné, tomé el canasto y lo llevé a la cocina. Mientras las dos nanas (4) sacaban y guardaban las cosas, entraron dos niños a la cocina, me empezaron a conversar, pidieron unos helados y se fueron. Como yo conocía a todos los nietos del tío Leandro y a los dos niños que habían entrado no los conocía, le pregunté a las nanas que quiénes eran ellos. Al principio noté que no querían responder, pero finalmente me dijeron que eran los hijos de la señora de don Roberto.

Días después, debido a mis labores de taxista, llegué a saber  que el mencionado don Roberto era el general Viaux (5). Quedé muy extrañado, porque el tío Leandro nunca había dejado entrever que fuera de la extrema derecha. Su forma de ser  no congeniaba con semejantes ideas.

Resultaba ahora que yo estaba de alguna manera metido en las redes golpistas. Mi participación había sido sin mi conocimiento, era solo desde el punto logístico, pero debía aceptar que sí estaba siendo involucrado al saber algo y callarlo.  Esta cooperación con los golpistas estaba totalmente en contra de mi forma de pensar, por lo que me dije que debía aclarar qué es lo que debería hacer. Y llegó el momento en que Sergio y yo  sentimos que ambos estábamos definitivamente siendo involucrados y utilizados y decidimos hacer algo.

Los contactos

Se trataba entonces de que éramos dos independientes, uno de derecha y otro de izquierda, embarcados en una historia turbia en la que nadie nos había preguntado nuestro parecer.  Felizmente, sin hacerse muchos problemas, Sergio estaba empezando a tomar una posición cada vez más de izquierda.

Lo primero que había que hacer era encontrar un grupo en donde poder plantear nuestras preocupaciones. El llegar a militar en un partido era totalmente inaceptable para nosotros. Solo queríamos ser unos  simpatizantes que queríamos cooperar.

En la universidad tenía un amigo que era muy activo en política y un día le conté que Sergio y yo queríamos cooperar en algo, aun cuando sin llegar a militar. Al poco tiempo empezamos a asistir a unas  reuniones de formación política que organizaba su grupo.

Había pasado como un mes desde que habíamos empezado a frecuentar ese grupo y nos empezamos a hacer amigos de Alberto, un estudiante de sociología de la Universidad de Chile. En el grupo se comentaban cosas inquietantes sobre lo que ocurría entre el gobierno y la derecha. Conversando con Sergio, decidimos que le contaríamos algo a Alberto. Así, una tarde nos reunimos los tres en la casa de Sergio. Habíamos decidido que le contaríamos un mínimo, pero cuando Alberto empezó a sospechar lo que nosotros sabíamos, nos pidió que por favor confiáramos en él y le contáramos toda la historia. Él por su parte se comprometió a una reserva absoluta.

Estuvimos analizando lo que ocurría en la chacra y una de las cosas que se hacía bastante notoria, era el hecho que los militares permanentemente trataran de utilizar civiles para cosas que ellos mismos podían haber hecho. Alberto nos contó que esa actitud ya la habían notado hacía tiempo. Hasta en la historia de los bombazos, se había detectado la participación de civiles. Los militares organizaban las acciones, pero ellos mismos no metían las manos en los actos. Esto era una muy buena medida para el caso en el que las cosas resultaran mal.

Le preguntamos a Alberto, que si acaso él pensaba que en el  caso de una acción de importancia, seguirían con el mismo predicamento o ahí actuarían ellos. Él nos respondió diciendo que ellos ya se habían preocupado del tema y creían que en casos de acciones violentas, ellos probablemente utilizarían sus contactos con delincuentes.

Las cosas se estaban poniendo un poco peligrosas, porque nosotros estábamos empezando a participar en las actividades de un grupo que apenas conocíamos. Fue así como Alberto nos dijo que para poder seguir trabajando con ellos, nosotros deberíamos comprometernos a mantener una reserva total. Nos explicó que los nombres de todos los que habíamos conocido eran solo chapas. Y esa era la razón por la que él nunca nos había presentado al grupo. Nosotros le indicamos que estábamos dispuestos a apoyarlos y a partir de ese momento tuvimos nuestras propias chapas.

Una cosa que no esperábamos, fue que en el grupo participaban también dos militares. A través de ellos, se estaba tratando de individualizar a algunos ex presidiarios que mantenían contactos con algunos oficiales de alto rango. Se nos dijo que nosotros nunca tendríamos contacto con esos oficiales, cosa que a nosotros nos pareció una medida bastante lógica.

El contacto con el lumpen, casi todos con nutrido prontuario penal, era un punto delicado para los militares. Estos eran útiles para acciones delictuales, pero no eran en absoluto de fiar. Los militares que los utilizaban no querían quedar a merced de personas con antecedentes de robo con violencia, tráfico de drogas, giro doloso de cheques, etc.

Este contacto con el lumpen era en ese momento un punto débil de los militares. Alberto nos preguntó si aceptaríamos la tarea de trabajar en estos contactos. Nos explicó que esta era algo peligrosa, pero que ellos nos darían las instrucciones necesarias para que pudiéramos realizar una buena tarea.

Primeramente, los dos militares del grupo deberían conseguir que sus jefes se interesaran en nosotros dos para hacer los contactos con el lumpen. Una vez que esto se hubiera logrado, en la Escuela Militar nos harían unos pequeños cursos para estar en condiciones de relacionarnos con gente de ese tipo de ambiente.

Los militares se interesaron en los dos civiles propuestos, esto es en nosotros y en menos de dos semanas habíamos empezado a asistir en las tardes a los cursos correspondientes. Nos informaron de la sicología de esta gente, sus códigos de honor, de cómo contar en forma convincente nuestras historias y de las formas de hacer los contactos con los militares que serían nuestros jefes. Nos quedó claro que nuestros profesores tenían un poco de recelo de nosotros, debido a nuestra inexperiencia, pero al parecer no tenían muchos más candidatos.

Las esperanzas de Alberto de poder contactar a algunos del grupo del lumpen se cifraban en que en alguna oportunidad, Sergio o yo pudiéramos ser enviados como taxistas a la casa de algunos de ellos. En vista que cada vez más a menudo optaban por usar nuestros servicios de taxistas, no era improbable que esto sucediera. Era solo cosas de tener paciencia y ser eficientes en la entrega de nuestros servicios.

Ya llevábamos varias semanas asistiendo a esos cursos y sucedió lo esperado. Mario me contactó para que fuera a buscar a una persona. Estos encargos habían pasado a ser bastante comunes, pero en esta ocasión hubo una diferencia. Hasta ahora, todos los viajes habían sido dentro del barrio alto.  El encargo que me hicieron esta vez era el de llevar a la chacra a una persona que vivía en La Pintana (6). Partí en la tarde después de almuerzo y me costó bastante dar con la dirección porque el orden de la numeración era  bastante arbitrario. Me habían prevenido de la dificultad de ubicar la dirección, pero me dijeron que cuando creyera estar cerca preguntara por don Eleodoro. Este caballero era uno de los dirigentes de la población y al preguntar rápidamente fui encaminado a su vivienda. En el trayecto de vuelta tuve mucho cuidado de que él llevara la conversación y que yo no preguntara nada. El hombre resultó bastante conversador y me contó que él era presidente de la junta de vecinos de su barrio. Me habló de los problemas con la droga y el alcohol y de la abundancia de armas entre ciertos pobladores. Yo solo le conté de mí que yo era un estudiante y que me ganaba unos pesos haciendo de taxista para don Mario.   Lo llevé a la chacra y don Mario me pidió que me fuera a la casa de Jaime y esperara a que él me llamara para que llevara a don Eleodoro de vuelta a su casa. Me quedó más que claro que no quería que lo esperara en la chacra.

Un par de horas después me mandó a llamar y partí a dejar a don Eleodoro a su casa. En este viaje fue más locuaz todavía, gracias a que al parecer lo habían tratado muy bien. Me contó que los militares estaban interesados en ayudar su junta de vecinos con el problema de las armas. Por esta razón desean que yo les ayude  -me dijo- a que ellos puedan hablar con los que manejan las drogas y que son precisamente los que poseen armas. Me pidieron total reserva y prometieron ayudarme.  Lo dejé en su casa y nos despedimos como grandes amigos.

Gracias a su desconfianza con el uso de teléfonos, los militares priorizaban las comunicaciones mediante mensajes lo más directos posibles. El taxi era ideal, ya que los mensajes pasaban directamente al destinatario. Naturalmente, para esto había que confiar en el taxista, el cual debía ser un civil muy bien recomendado. Y resultó que nosotros dos teníamos muy buenas recomendaciones de don Mario.

A Sergio le tocó llevar el primer mensaje en el que Mario solicitaba los nombres y las direcciones a ser contactadas en la población. Días después a mí me tocó ir a buscar la respuesta de don Eleodoro. Esta venia en un sobre malamente cerrado y yo pude sin problemas abrirlo y copiar toda la información.

Cuando entregué los datos a Alberto, casi no podía creer lo poco rigurosos que eran los militares para manejar su información.

En el grupo de Alberto empezamos a conversar cómo utilizaríamos la información obtenida. Se trataba de tres delincuentes que en el momento dirigían la venta de drogas en la población. Nosotros no podríamos impedir que ellos intentaran realizar lo que Mario y los militares les pidieran, pero  sí podríamos tratar de saber de antemano qué pretendían hacer. La forma más fácil de contactarlos era comprándoles droga, pero por ese camino no podríamos llegar a establecer el tipo de relación que necesitábamos.

Un día decidimos con Sergio ir a conversar con don Eleodoro. Se sorprendió bastante con la visita, pero nos hizo pasar a su casa. Era un hombre bastante comunicativo y no nos costó mucho inducirlo a que opinara sobre la supuesta ayuda de los militares a la población. Nosotros le dijimos que también para nosotros era una preocupación este asunto porque, sin tener nada  que ver en la historia, estábamos de algún modo siendo  involucrados en ella. Le explicamos que por esa razón nos interesaría conocer a los que manejaban la droga en su población, para saber si lo que estábamos haciendo era realmente de ayuda a su junta de vecinos. Le hicimos saber que nos había costado bastante decidirnos a venir a hablar con él, porque si los militares llegaran a saber lo que en este momento estábamos haciendo, esto podría tener malas consecuencias para nosotros. Le pedimos entonces que lo conversado quedara en total secreto entre nosotros tres y que mientras no hubiera una buena razón para que nosotros lo pudiéramos visitar abiertamente, cualquier futuro encuentro no podía ser en la población. Quedamos en que íbamos a pensar en algo que permitiera que nosotros llegáramos a la población sin que esto pareciera raro. Hasta ahí llegó la primera conversación.

De vez en cuando yo iba a la casa de Sergio y conversábamos sobre los dos mundos entre los cuales nos movíamos. Por un lado don Leandro, Jaime y sus hijos, las dos señoritas que se desesperaban por no saber si habría carrete, Mario que hacía cosas que su suegro ignoraba y los asados en la chacra con los militares. Por otro, el mundo de las poblaciones que estábamos empezando a conocer, en donde don Eleodoro se equilibraba entre sus deberes como presidente de la junta y la necesidad de relacionarse con la mafia de la droga de la población.

Después de evaluar una serie de alternativas para el cómo lograr establecer un contacto con los tres representantes de la droga en la población, llegamos a una conclusión que le propusimos a don Eleodoro. Esta era la siguiente: la junta de vecinos habría conocido a unos representantes de la federación de estudiantes de la Universidad de Chile y ellos le habrían ofrecido que estudiantes de la carrera de pedagogía en matemáticas fueran a la población para hacer clases gratis de refuerzo a los estudiantes que lo desearan. Habría un convenio entre la federación de estudiantes y la junta de vecinos. La federación se encargaría de proveer los profesores y la junta se encargaría de seleccionar los interesados y proveer un local para las clases. Sergio y yo seríamos los organizadores, pero solo la directiva nos conocería.

La movida tenía como base la suposición de que los jefes de la droga se interesarían por conocer a los promotores de las clases de refuerzo. Estas tres personas eran una especie de autoridad reconocida por la población y  a menudo hacían donaciones apoyando actividades de la comunidad. Efectivamente, no pasó mucho tiempo hasta que don Eleodoro nos contactó para conversar. Nos explicó el deseo de “la jefatura” de conocernos y nos dijo que estábamos invitados a reunirnos con ellos en un restaurante de una población cercana.

Llegó el día de la reunión y nos encontramos nosotros dos y don Eleodoro con tres caballeros de cierta edad en el lugar convenido. Se produjo una conversación bastante provechosa y los jefes dijeron que estaban muy contentos con la ayuda que se les estaba prestando a los jóvenes de la población. Era interesante el papel que ellos  jugaban, porque se consideraban claramente la autoridad de la población. Nos ofrecieron su ayuda para lo que necesitáramos y don Raúl, uno de ellos, nos dio su nombre, dirección y número de teléfono.

Habíamos dado el primer paso y había que pensar cómo utilizaríamos esa relación.

Los  delincuentes

Era una especie de locura el intentar competir con los servicios de inteligencia del país, que se suponía sabrían perfectamente lo que ocurría. Si estos servicios algo sabían, no parecía que estuviesen muy interesados en hacer fracasar los planes de la derecha y los militares. Frente a esas entidades dependientes del estado, estaba la buena intención de Alberto de hacer algo por proteger el gobierno de Allende  y para eso tratar de infiltrar la mafia de la droga. Era, por decir lo menos, una lucha bastante desigual.

Estaba por verse si con el apoyo de don Raúl, el amable jefe narco de la población, podríamos llegar a los probables integrantes de la banda que los militares tendrían en mente. Pero su grupo era numeroso y solo algunos tenían las habilidades necesarias como para participar en arreglos de cuentas y acciones similares.

Seguíamos en contacto permanente con el presidente de la junta y un día él nos cuenta que  está preocupado porque uno de sus vecinos, su amigo Enrique, había caído preso y el juicio sería en un par de semanas. Le dijimos que nosotros podríamos contactar a un estudiante de leyes recién egresado, quien lo podría ayudar en forma gratis si el preso lo deseaba. Don Eleodoro nos dice que dinero es lo que menos le falta a la banda, pero que contar con una persona de confianza puede ser muy bien recibido. Nos dio todos los datos necesarios y un par de días después nuestro abogado amigo fue a visitar a Enrique a la cárcel.

Esta nueva relación dio frutos inmediatos, porque el preso explicó con lujo de detalles qué había pasado. Se trató de que él y dos amigos habían tratado de evitar una mexicana (7) y en la pelea él mató a uno de los ladrones. Se podía alegar defensa personal, pero al estar involucrado el tema de las drogas las cosas se ponían  difíciles. Nuestro colega logró aclarar que en el sitio del suceso solo se encontró un poco de marihuana, en cantidad justificable como de consumo personal. Mientras se preparaba el juicio, este abogado contactó a los otros  integrantes para que participaran como testigos e hicieran declaraciones como las requeridas para exculpar a su amigo. En estas conversaciones participamos Sergio y yo como ayudantes de nuestro amigo abogado.

El acusado, que no tenía antecedentes penales, fue condenado a dos años de cárcel, con pena remitida. Está demás decir que don Raúl y sus tres hombres quedaron sumamente agradecidos de nuestra ayuda. Nuestro grupo fue invitado a comer en dos oportunidades en  restaurantes muy elegantes. Cada vez  la reunión se realizaba en privados, la atención era totalmente fuera de lo normal y nuestros anfitriones no ahorraban ni en el menú ni en los vinos.  En una ocasión pudimos ver por casualidad la cantidad de propina que le daban a uno de los mozos.

En la segunda oportunidad, después de que ellos tomaran más de la cuenta, logramos lo que pretendíamos. Esto es, los indujimos a hablar de sus acciones. Nos hacíamos como que lo que contaban nos fuera totalmente indiferente y solo de vez en cuando enrielábamos levemente la conversación para que siguieran contando las cosas que a nosotros nos interesaban. Y a decir verdad, tenían mucho que contar. Después del segundo whiskey, uno mencionó que entre sus clientes también tenían personajes muy circunspectos. Nombró a un capitán y a un coronel y contó una divertida historia que le había ocurrido con ellos. Mientras hablaba, yo repetía para mí los dos nombres mencionados. No fuera a ocurrir que, como nosotros también habíamos bebido, se nos fueran a olvidar alguno de  los nombres.

Se nos había dicho que este tipo de gente era bastante ruda en su lenguaje, pero por lo menos con nosotros se comportaban como unos caballeros. Terminada la cena pidieron taxis para nosotros y nos despedimos como grandes amigos.

Al día siguiente nos reunimos Alberto, el abogado, Sergio y yo en la chacra. La tarea era analizar los resultados obtenidos. Lo más importante era, indudablemente, entregar los nombres a nuestros dos militares. Si efectivamente existían ese capitán y ese coronel, estaríamos muy bien encaminados. Partiendo de la base de que la información fuera verdadera, empezamos a pensar cómo lograríamos que nuestros amigos maleantes confiaran en nosotros tanto como para contarnos qué papel jugaban ellos en los planes de los militares. El tema no era fácil y quedó como tarea pendiente.

A los pocos días nos reunimos con Sergio y Alberto y este  nos comunicó que  los mencionados capitán y coronel eran dos conocidos militares, famosos por sus opiniones de ultra derecha. Esta confirmación había identificado entonces una relación militares-hampa, quedando la sospecha de que muy posiblemente no fuera la única. Alberto nos contó una noticia que nos preocupó bastante. Él nos dijo que su grupo había detectado la injerencia de más gente en la historia. Se trataba de los grupos de ultra derecha Patria y Libertad (8) y Fiducia (9).  Estos grupos estaban formados por jóvenes de la clase alta, casi todos con relaciones con políticos de derecha. Como cosa pintoresca, se podía decir que esta elite tenía una forma de hablar muy característica y esta era especialmente exagerada entre las mujeres. A esta forma de hablar se le había bautizado como “hablar como Pepe Pato”.

En vista que ya no solo se trataba de los amigos de don Mario y su grupo de militares tramando algo en las reuniones de la chacra, con Sergio empezamos a pensar que deberíamos salirnos del enredo en el que nos habíamos metido. A mí me parecía que el tío Leandro también estaba metido en el lío sin ser él en absoluto una persona de ultra derecha y menos aún alguien pro golpista. Es cierto que tenía en su casa a la esposa y a los hijos del general Viaux, pero me parecía que la Marita, la esposa de Mario, lo habría inducido a proteger a la señora de Viaux porque era su amiga. En esos días Alberto nos había contado que el plan, todavía un misterio para nosotros, se ejecutaría probablemente bastante pronto.

Fue así como nos decidimos. Yo hablé con Jaime y le dije que por mis últimos exámenes no podría seguir haciéndole clases a Antonio. Sergio tenía vacaciones pendientes acumuladas de varios años,  así es que consiguió con don Leandro la autorización para tomar dos meses de vacaciones para viajar al sur. Nos fuimos a despedir de don Eleodoro y sus amigos y Alberto pasó a reemplazarnos en el contacto con la junta de vecinos.

Así, a principios de mayo del 72,  nuestra participación en los asados de la chacra terminó.

Epílogo

El 16 de junio de 1972, el  comandante en jefe del Ejército, general René Schneider es herido de muerte (10) en un supuesto intento de secuestro, una conjura que terminó con su vida tres días después. Los cálculos fracasaron por la “presunta torpeza” de los participantes directos. El vehículo en el que Schneider viajaba fue rodeado por cinco individuos, uno de los cuales, haciendo uso de un elemento contundente similar a un combo, rompió el vidrio posterior izquierdo y luego disparó contra Schneider, impactándolo en la región del bazo, en el hombro izquierdo y la muñeca izquierda. El general fue hospitalizado de gravedad en el Hospital Militar de Santiago y murió tres días después.

Al parecer, este intento de secuestro ofrece dudas razonables, ya que la forma de actuar de los asaltantes no pareció precisamente mostrar intenciones de aprehenderlo. En forma oficial, la conspiración pretendía secuestrar a Schneider, antes de que el Congreso se pronunciara y conseguir que las Fuerzas Armadas tomaran el poder.

El general Viaux fue enjuiciado, convicto y puesto en prisión por este asesinato.

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(1) YMCA.  Asociación cristiana de jóvenes.

(2) Allende.  Allende ganó las elecciones presidenciales chilenas de 1970 como líder de la coalición Unidad Popular. El 4 de septiembre de 1970, obtuvo un estrecho resultado del 36,2% sobre el 34,9% que obtuvo el ex presidente Jorge Alessandri. El tercer lugar lo obtuvo Radomiro Tomic del Partido Demócrata Cristiano (PDC) con un 27,8%. El senado debía decidir entre las dos más altas votaciones. El periodista norteamericano Jack Anderson, reveló más tarde documentación que demostraba la coordinación de la CIA y la ITT para apoyar acciones conspirativas tendientes a impedir la victoria electoral de Allende y, luego, evitar que su triunfo electoral fuera ratificado por el Congreso Nacional.

(3) VOP.  Se inventó una organización ficticia, la Brigada Obrero Campesina (BOC), supuestamente de extrema izquierda, que se responsabilizaba de los atentados.

(4) Nanas.  Forma clasista pero menos despectiva de referirse a las mujeres que trabajaban como auxiliares del hogar.

(5)  Viaux.  Roberto Urbano Viaux Marambio fue un militar chileno, conocido por encabezar el “Tacnazo” (21.10.1969) una sublevación de miembros del Ejército en demanda de mayores remuneraciones y el asesinato del comandante en jefe del Ejército, general René Schneider (16.06.1972). Este general, cuyo golpe fracasó, estaba viviendo en la clandestinidad.

(6) La Pintana. Comuna del sur de Santiago, estigmatizada por el tráfico de drogas y el uso de armas de fuego.

(7) Mexicana.  Robar las drogas de un narcotraficante.

(8) Patria y Libertad. Organización ultraderechista. El Frente Nacionalista Patria y Libertad (FNPL) fue una organización política y paramilitar chilena de extrema derecha y de ideología fascista215​ formada el 1 de abril de 1971 que se oponía mediante la violencia política, el sabotaje y terrorismo al gobierno elegido de Salvador Allende y a la Unidad Popular.16

(9). Fiducia.  Surgimiento y desarrollo de Fiducia hacia mediados de la década de los sesenta, organización que aglutinaba a capas medias altas de la clase dominante chilena vinculadas al mundo universitario, tributarias doctrinariamente del conservadurismo antiliberal tradicionalista. Desde esta posición ideológica, Fiducia impulsó una lucha cultural-ideológica en contra de los sectores católicos progresistas, acusados de ser ‘punta de lanza del socialismo marxista’.

(10) General René Schneider

El caso Schneider

Jorge Schindler Etchegaray

https://interferencia.cl/articulos/quienes-fueron-los-que-planificaron-el-secuestro-y-luego-asesinaron-al-general-rene

¿Quiénes fueron los que planificaron el secuestro y luego asesinaron al general René Schneider?

Tomado de la referencia arriba citada:

Los conspiradores se reunían en el domicilio de Viaux en Santiago, en Diagonal Oriente N° 1410; en una oficina que pertenecía a Julio Fontecilla, en  Huérfanos a la altura del 900; en un edificio localizado en Hernando de Aguirre con Providencia; en Príncipe de Gales 6141; en la chacra  Rosa Elena de Las Condes; y en un departamento del 6° piso de la calle Los  Serenos, aparte de encuentros secretos en automóviles estacionados en sitios poco concurridos.

Un pensamiento en “La Chacra”

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