El Chiflón del Diablo

Consejo Monumentos Nacionales. Digna López

En Concepción, por allá por los años 50, todos los inviernos el río Bío-Bío inundaba las callampas construidas en sus orillas, donde vivían los más pobres entre los pobres. Estas eran habitaciones construidas con todo tipo de materiales de desecho como restos de madera, latas,  cartones, polietileno y fonolita. No tenían agua potable ni electricidad ni alcantarillado y compartían letrinas. El nombre de callampas, venía de que aparecían de la noche a la mañana y en Concepción la callampa levantada a orillas del río Bíobío se conocía como “La Costanera”. Una callampa consistía en una pieza que era dormitorio, comedor y cocina y  en ella habitaban marido, mujer e hijos pequeños. También a veces se incluía alguna  gallina un gato o un perro.

El colegio de Los Sagrados Corazones era en esos tiempos una institución educativa considerada como de clase alta. Naturalmente la religión era parte fundamental de su modelo de educación, pero era la típica visión de la religión de la clase alta. No se cuestionaba el sistema que avalaba la miseria existente, la que por lo demás no estaba siempre a la vista. La Costanera, no era precisamente parte integrante del ambiente de esa elite. Sin embargo había algunos curas que eran excepciones a la regla. No es que los demás fueran malos, pero ellos vivían en su mundo religioso.

Uno de estos curas, el padre Fernando, tenía algunas relaciones con pobladores de La Costanera y en un verano decidió organizar vacaciones para un grupo de niños hombres, para lo cual consiguió prestada la Escuela Maule, que quedaba en la localidad de Schwager. También obtuvo alguna ayuda económica del colegio y de algunos particulares y empezó a organizar la que sería la primera “Colonia”.

Contactó a algunos dirigentes de la población y se organizó la Colonia. Para los niños, que nunca habían salido de Concepción, ni nunca habían tenido unas vacaciones junto al mar, esto era un sueño.  Se fijó el día de partida y se seleccionaron unos 40 chicos entre 8 y  10 años.

Paralelamente a la selección de los niños, el padre se dedicó a preparar el grupo que lo ayudaría. Así, un grupo de señoras de la población acompañarían a los niños para cocinar para el grupo.  Por otro lado, el padre invitó a tres alumnos del colegio para que lo ayudaran a cuidar a los niños. Estos fueron el pelao Barrera y yo, que teníamos unos 13 años y Santiago Martínez de unos 15 años. Este último era un excelente estudiante y conocido por su forma bonachona de ser. Le decían “El Pan de Dios”.

Llegado el día, en dos buses y un pequeño camión, se movilizan los niños, los sacos de dormir, los enseres de cocina, los alimentos  y la decena de adultos. El trayecto a Schwager es corto y en un par de horas estaban en la escuela.  Varias salas de clase se habían despejadas a fin de que pudieran ser utilizadas. Una sala como dormitorio para el padre, otra para el personal de servicio, tres para los niños y una para despensa. Además, se había facilitado una oficina. Fuera de la sala para oficina, no había muebles de ninguna especie. Adicionalmente había una gran cocina y un amplio comedor equipado con mesas y sillas, ollas, platos y servicios. En los bordes del patio de la escuela había lavaderos y ahí estaban también los servicios higiénicos. Estos consistían en casetas, en las cuales no había taza sino que dos pisadas para hacer las necesidades en cuclillas. Un par de veces al día alguien manguereaba las casetas.

Esta escuela, que como se ha indicado no tenía nada de lujoso, eran algo extraordinario para esos niños acostumbrados a menudo a vivir con toda su familia en una habitación en la que el viento y la lluvia se solían colar.

Llegando, se reconoce el lugar y después de almuerzo se arman los dormitorios. Todos reciben un frazada cosida a modo de saco de dormir y una almohada. En cada pieza se ordenan en forma de U doce o catorce niños y frente a ellos, cerrando la U, el jefe del grupo que era en casa caso uno de los tres alumnos del colegio traídos por el padre Fernando. Los sacos de dormir se extienden ordenadamente en el piso y cada uno pone a su cabecera los pocos enceres que traía.

Cerca de las dos de la tarde están los tres grupos listos y se parte hacia el mar. Era tremenda la excitación de los niños, ya que gran parte de ellos vería el mar por primera vez. A diez minutos de la escuela, se hallaba la Piscina de la Monja. Este era un espacio de la playa, cerrado por un roquerío. Esto era excelente para la tranquilidad de los tres cuidadores, que se las veían en apuros con cada ocurrencia de los niños. En todo caso no podían descuidarse demasiado, porque de tanto en tanto llegaba una ola grande que entraba con fuerza en la piscina y ponía patas arriba a los desprevenidos. Así, con más de un machucón quedó uno que otro que no alcanzó a arrancar a tiempo. Cuando ya empezaba a bajar el sol, el padre Fernando indica que se acabó el tiempo del baño y que todos deben salir. Y no fue tarea fácil sacarlos del agua. Pasar de vivir en una pieza, en una callampa en donde la mayor distracción era la de correr en la calle detrás de una pelota de trapo, a sentirse dueños de ese mar que los tiraba a la arena y a veces sobre alguna roca que sobresalía, era un cambio gigantesco. Al final se logra sacar del agua a los más porfiados y se emprende el regreso. Después de cuatro horas de juegos y griterío en el mar, se nota un poco el cansancio. Algunos tienen la espalda un poco roja, ya que en esos tiempos las cremas de protección solar no se conocían. Con las quemaduras, esos pobres lo pasarían mal por un par de días.

Cuando se ponía el sol, se empezaba a organizar la fogata. Esta consistía en que se hacía una fogata en medio del patio y cada grupo presentaba actores o cantantes. Esta ceremonia se repetiría cada noche y pasado algunos días los niños perderían totalmente el terror escénico. Se organizaban muy bien y hacían representaciones y cantaban. Con el correr de los días, un par de niños sobresalieron por tener extraordinarias voces. Y naturalmente, como era la cultura en su ambiente, ellos cantaban canciones mexicanas. El mejor de todos era “el Fierro chico”. Este era el menor de los dos hermanos Fierro, que tenía unos ocho años. El canto era a capela y era realmente impresionante el ver y escuchar sus interpretaciones. El Fierro Chico era un actor y un cantante innato. ¡Qué pena que nuestra sociedad no haya sido capaz de descubrirlo y darle la posibilidad de demostrar aquello de lo que era capaz!

Cada día en la mañana hacíamos paseos a los alrededores. Cerca de la escuela, a la orilla del mar, quedaba la entrada de un viejo chiflón. Este era un vestigio del Chiflón Nº 4 de la mina Schwager, clausurado hacía ya muchos años.  Esta visita daba lugar a contarles historias sobre cómo se extraía el carbón cien años atrás y naturalmente no podían faltar los cuentos de Baldomero Lillo. Así, el quimérico Chiflón del Diablo pasó a ser una realidad en la mente de ellos. Y más tarde,  más de alguno juraba que habían estado en el mismísimo Chiflón del Diablo.

Otro de los paseos era a  los juncales del río Maule, río que terminaba en una  desembocadura que no estaba visiblemente comunicada con el mar.

Una vez fuimos autorizados para ir con todos los cabros a la piscina del Club Social Maule. Otra nueva experiencia para los chicos, que jamás habían visto algo parecido. Menos aún, se habían bañado en una piscina con agua transparente. Esto, que puede parecer de poca importancia, era para esos niños algo casi perteneciente a un mundo fantástico.

En la mañana, la actividad empezaba antes del desayuno. Había que ayudar a preparar los panes. Terminado éste, había que organizar la limpieza de los dormitorios, dejando todo en orden. Después de eso se podía empezar con las actividades. Una tarde fuimos a pie al pueblo cercano, Puchoco. Ahí había un cine que daba películas mexicanas y ese día casi llenamos el pequeño local.

Los tres jefes que en el colegio solo habíamos sido compañeros corrientes, terminamos finalmente siendo bastante cercanos. Una tarde en la que habíamos salido a caminar los tres, nos subimos a un viejo boldo y ahí nos pusimos a conversar. De repente del Pan de Dios dice – yo estoy pensando en ser sacerdote, y me gustaría que ustedes me prometieran que dejarán que sea yo quien los case -. Él era un par de años mayor que nosotros, así es que egresó antes y nosotros le perdimos la pista. ¿Habrá hoy en algún lugar por ahí un padre Santiago?

Esta pequeña historia cuenta sobre la realización del padre Fernando Vallejos (SSCC), de “la primera Colonia”. Es un reconocimiento a un sacerdote que con muy pocos medios económicos logra entregar a unos pocos niños una vivencia que era imposible que la hubieran podido obtener dentro de los márgenes de nuestra sociedad. También se trata de mostrar un poco la realidad de esos niños de las poblaciones callampas por allá por los años 50.

En los años siguientes, la obra en La Costanera fue tomando cuerpo, primero con un policlínico y finalmente con la creación de la Escuela Alsacia. También  se crea la primera aldea SOS  cerca del puente del ferrocarril en donde la primera mamá sería una joven de 22 años, hermana de uno de los tres jefes escogidos por el padre Fernando. Después le seguirán otras aldeas en Concepción y Bulnes. Todas estas obras fueron la realización del padre Andrés Schlosser (SSCC). La costumbre de “Las Colonias” se mantuvo por muchos veranos, siempre yendo a la misma escuela.

 

Fotos tomadas de: Consejo Monumentos Nacionales

https://www.monumentos.gob.cl/monumentos/monumentos-historicos/mina-chiflon-diablo

 

https://www.diarioconcepcion.cl/ciudad/2019/02/25/bio-bio-bio-bio-o-biobio-conoce-la-forma-correcta-de-escribir-el-nombre-de-la-region.html

El río Butalebú o fíu- fíu

La palabra Bío Bío corresponde a una onomatopeya del canto de un pájaro, Elaenia Albiceps, “fío-fío” o “fíu-fíu

https://www.youtube.com/watch?v=7bJQM-qPeoU&feature=emb_title

 

3 comentarios en “El Chiflón del Diablo”

  1. El Chiflón el Diablo: me encantó. Me trajo miles de recuerdos, porque de los seis hermanos Cruz Romero, los 3 mayores, participamos en los campamentos que luego organízó el padre Schlosser. La menor de ellos, Tere, fue la joven que después dedicó su vida a los niños en las Aldeas SOS. Yo, la Mari, la mayor, participé en ellos a los 16 y 17 años, con la misma experiencia relatada por el mediano, CJ. Allí tuve la oportunidad de conocer a 3 santiaguinas amigas del padre Scholsser: Beatriz Carrasco, Pilar Ruiz Tagle, Mónica Cubillos y Beatriz Allende, hija del Presidente Salvador Allende, que en esos tiempos pintaba sólo como candidato.

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