El listado

White mosque. Sofía Bulgaria. Unsplash

El listado
Estábamos un grupo de compañero en un campamento y en las noches nos juntábamos a conversar. Algunos tocaban la guitarra, otros hacían soliloquios, alguien por ahí recitaba un poema. De vez en cuando algunos contaban historias que solían ser bastante sorprendentes. Un día una compañera búlgara, nos narró una historia. Nos explicó que hacía unos días había preguntado si era posible que ella la contara y le habían dicho que manteniendo las debidas reservas, no habría problemas. Todos sabemos – dijo – que aquí nadie sabe nuestra verdadera identidad ni de dónde realmente viene cada uno.
Cuenta entonces que ella había estado pololeando con un chileno en Berlín y en ese tiempo había aprendido a hablar castellano bastante bien, aun cuando naturalmente lo hacía con acento.
Estando en la universidad, un día fui contactada por miembros de los partidos chileno, búlgaro y alemán – empieza ella contando -. Después de cerciorarse de si yo estaría dispuesta a realizar una tarea delicada y no exenta de peligro, me explican de qué se trata.
En ese tiempo la dictadura tenía un listado de chilenos calificados como peligrosos y en el caso de que alguno de ellos intentara ingresar al país sería tomado preso a su llegada. Este era naturalmente un problema para las actividades de los chilenos, ya que nadie sabía con certeza quiénes estaban en la lista. La tarea era entonces obtener esa lista, la que fuera de Chile solo estaba en posesión de los embajadores y cónsules chilenos.
Me explican que me darían un pasaporte chileno y que debería viajar a Sofía. Todo lo que sucedería fue minuciosamente preparado. Dónde me hospedaría, cuándo me presentaría en la embajada, cómo iría vestida, qué historia contaría y cómo tomaría el vuelo de regreso inmediatamente después.
Me hospedé en un hotel cinco estrellas que quedaba a pocas cuadras de la embajada. El día fijado me presenté y solicité hablar con el embajador. Inicialmente me querían referir al cónsul, pero ante mi insistencia fui llevada ante el embajador. Le cuento que soy chilena, aun cuando nací en Amsterdam y que vivo con mis padres en esa ciudad. Le informo también que desde hace cosa de un año trabajo en el consulado chileno.
Le explico que las autoridades holandesas y la policía le hacen muchos problemas a la gente de la embajada y del consulado. Los teléfonos están totalmente intervenidos y solo la valija diplomática da ciertas garantías. Tanto es el problema, que el embajador y el cónsul llegan incluso a desconfiar sobre qué puede ocurrir con la valija durante el trayecto en el avión.
Le hago entrega de una carta del embajador, en la que él explica que Amsterdam todavía no cuenta con el listado y que pueden pasar varias semanas antes que lo reciba por los canales regulares. Él sabe que Sofía está en posesión de ese listado y le solicita que le envíe una copia con la portadora de la carta. Ella es una funcionaria de total confianza – explica la carta-. Al mismo tiempo le solicita que no haga uso del teléfono con respecto al tema, ya que esto podría llegar a tener algunas consecuencias diplomáticas poco convenientes, además de poner en peligro evidente a nuestra enviada y se despide agradeciéndole de antemano la acogida a su petición. La carta está naturalmente firmada por el embajador y cuenta con todos los timbres del caso.
El embajador, muy amable, mantiene una larga conversación conmigo y ordena a su secretario que haga una copia del listado. Me lo entrega, añadiendo que él conoce al cónsul en Amsterdam y me pide que lo salude de su parte. Me despido finalmente de él y a partir de ese momento empiezo a contar los minutos que faltaban para que el avión saliera de Bulgaria. Me imaginaba el caso en el que el embajador no resistiera la curiosidad y llamara a su amigo para contarle que había recibido a su enviada. Por la respuesta de su amigo, entendería que había sido engañado y había quedado como un tonto. La joven que se había llevado el listado, no solo no era una inocente niña, sino que pertenecía con seguridad al servicio secreto de algún partido comunista. Se hacía entonces necesario ubicar inmediatamente a la reciente visita, detenerla y quitarle el listado que ella tiene en su poder. Para esto bastaba con acusarla de haber sustraído algo de la embajada y la policía se habría visto obligada a considerar la petición del embajador y tendría que actuar. Así, si la policía lograra detenerla  antes de la partida del avión, la visita  estaría en serios problemas.
Entre el momento de mi salida de la embajada y la partida del vuelo habría unas tres horas. Tiempo más que suficiente para que la noticia llegara a los oficiales del aeropuerto y estos recibieran la orden de sacarme del vuelo. Pasé todos los controles y en la sala de espera miraba inquieta el lento avance del reloj. El corazón se me aceleró cuando en un momento vi un par de policías que caminaban en mi dirección. Me tranquilicé un poco al ver que uno de ellos se paseaba con un perro, lo que sugería que andaban en otros menesteres. O al menos, eso era lo que yo quería creer. Al fin llaman para el embarque. Sin embargo, entre el embarque y la salida del avión desde el aeropuerto había  tiempo más que suficiente para que la policía fuera alertada y se presentara e ingresara al avión todavía detenido. Por fin despega el avión, pero  todavía pasaría una media hora antes de que el vuelo dejara espacio aéreo búlgaro.  Solo cuando el piloto anuncia que habíamos abandonado Bulgaria, pude respirar con cierta tranquilidad. Entre mis brazos apretaba el bolso en el cual estaba la famosa lista.
Terminada la historia, nos costaba imaginar cómo esa compañera, que parecía solo un poco más que una niña, había sido capaz de burlar el sistema diplomático de la junta. Nos imaginábamos al embajador en el momento de saber que una niña lo había hecho leso y él había entregado información totalmente confidencial. Pensamos que a lo mejor su carrera diplomática terminó a consecuencia del acto de esa chica. Y que muchos chilenos evitaron caer en manos de la DINA gracias a su habilidad y valentía.

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