Dalcahue

Dalcahue

Dalcahue
Tocan la puerta. Voy a abrir y es un colega. Nos saludamos y le pregunto que qué desea y si quiere pasar. – No, nada hombre. Solo pasaba frente a tu casa y se me ocurrió pasar a peguntar cómo estaban.
– Gracias. Estamos todos bien.
– Bueno, entonces sigo camino a casa.
Horas después de esa extraña visita, nos llaman desde la intendencia. Nuestro hermano Juan Enrique (1) había muerto durante la noche en su campamento en Dalcahue. Hoy en la mañana lo encontraron muerto los compañeros de su carpa. Durante la noche nadie sintió nada. Fue al parecer una muerte tranquila.
Nos avisan que será llevado a Ancud en donde le harán la autopsia y mañana a medio día deberíamos pasar a retirar su cuerpo de la morgue.
Empieza entonces la tarea de conseguir un avión pequeño que sea capaz de transportar dos personas y a mi hermano. Hay aviones pero es más difícil encontrar el piloto disponible. Finalmente todo queda arreglado. Al día siguiente, muy temprano, estaría disponible el avión.
Despegamos de Hualpencillo en dirección a Ancud. Son unos 700 km y a una velocidad de unos 280 km/h, son tres horas de viaje. A medio día aterrizamos en Ancud. Tomo un taxi y me dirijo al hospital de Ancud en donde debía contactar a un médico. Él me explica que la causa de la muerte es que durante la noche, o durante la tarde del día anterior, se le reventó un aneurisma de la aorta torácica. El día anterior, según cuentan sus amigos, él participó en una serie de competencias que exigían bastante estado físico. En algún momento el aneurisma se rompió y empezó un lento sangrado interno. Él solo comunicó que tenía problemas para tragar, pero fuera de eso estaba en un estado normal al acostarse. Me explicó el médico, que si el aneurisma hubiera sido detectado a tiempo, podría haber sido tratado y nada habría ocurrido. Fuera de ese problema, él era un joven de unos veinte años, sano y bien desarrollado. Medía un metro noventa y cinco. Alguna vez nos mostró fotos con algunas amigas que parecían enanas a su lado. Era bastante divertido y amante de los Beatles. Habría sido un excelente arquitecto.
Recordé entonces de que mi hermano hacía un par de meses había hablado de que en ciertos momentos tenía dificultad para respirar y que le faltaba el aire. Debido a esto mi mamá lo llevó a un cardiólogo quien le hizo una radiografía y dijo que todo estaba normal. Debido a eso nadie le puso trabas para que asistiera a esos trabajos voluntarios.
Años más tarde un tío, que era médico, me contó una vez que él había visto la radiografía y que el aneurisma era detectable. Naturalmente, no iba a testificar en contra de un colega.
El médico del hospital, sabiendo que lo llevaríamos en un pequeño avión biplaza, me indica que debía ir a comprar unos tres metros de manga de polietileno grueso y unos diez metros de cuerda. En la morgue me ayudarían y llevarían después el cuerpo al aeropuerto.
Regreso con mis compras a la morgue y me preguntan si quiero verlo antes de que lo en vuelvan. Les respondo que no.  En el campamento habían proporcionado una frazada y con esta se debería tapar el cadáver previamente empaquetado en nylon.
Al rato veo que sale una camilla con un cuerpo cubierto con una frazada ploma. Ubican el cuerpo de mi hermano en la parte trasera del avión, detrás de nuestros asientos, y se despiden de nosotros. A mí me entregan un sobre con el resultado de la autopsia. A las dos de la tarde emprendemos vuelo a Concepción. Durante todo el viaje volamos con cielos despejados. Pero al irnos acercando al Bío-Bío, el cielo se cierra y volamos sobre las nubes sin divisar más la tierra. El piloto me dice que si no encontramos un claro por donde bajar con seguridad, deberíamos entonces buscar otro aeródromo. Combustible teníamos para un par de horas todavía, así es que no había problemas. En esos tiempos no existían los GPS y no todos los aviones disponían de radio.  El piloto con sus instrumentos, solo contaba con información sobre la altura y la velocidad. Por lo tanto no sabía bien qué había debajo de las nubes que sobrevolábamos. En la zona no había cerros muy altos, pero en las cercanías de la desembocadura del Bío Bío había algunos que sí era necesario evitar.
Eran cerca de las cinco de la tarde y yo sabía que a esa hora ya debía estar mi mamá en Hualpencillo esperándonos. El piloto me dice que no me preocupe, porque seguro que antes de media hora podremos descender. Solo hay que dar algunas vueltas más hasta encontrar algún claro entre las nubes. Tal como lo había dicho, de repente se puede ver la tierra. Por un agujero entre las nubes descendemos. Con solo un retraso de media hora aterrizamos en Hualpencillo.
En el aeropuerto nos esperaban la mamá, los cuatro hermanos, el Tito y algunos amigos. Quedé muy agradecido del Tito. Él viajó desde Santiago durante la noche para acompañar a su hermana, mi mamá. Con el tiempo pude entender que cuando una madre pierde a un hijo, la pena de la pérdida la llevará escondida por siempre. Nosotros los seres humanos podemos sobrellevar la muerte de nuestros padres; pero no estamos preparados para la muerte de un hijo.
Antes de morir, quiero alguna vez ir a Dalcahue. Me dijeron que había una escuela con el nombre de un estudiante que murió hace años durante un trabajo voluntario en el pueblo.

Nota 1
Juan Enrique Cruz Romero (1946-1968). Hijo de Carlos Vicente Cruz Ocampo y Alicia Romero Silva. Era estudiante de arquitectura de la Universidad Católica de Santiago y recién había pasado a tercer año. Durante la toma de la universidad él y sus compañeros solían permanecer por varios días, día y noche, dentro de la escuela de arquitectura. Los grupos de derecha que estaban en contra de la reforma, y apoyaban al rector Silva Santiago, trataron en numerosas ocasiones de recuperar la escuela. Nunca lo consiguieron.
El anquilosamiento de la dirección de la universidad se puede graficar con lo siguiente: Alfredo Silva Santiago, rector designado por el papa, fue rector desde 1953 hasta 1967. Su predecesor había sido Carlos Casanueva Opazo, rector entre 1920 y 1953. Esto motivaba a los estudiantes, a cuya cabeza estaba el profesor Castillo Velazco.
Como resultado de la victoria de la lucha por la reforma, se elige por primera vez al rector. Fernando Castillo Velazco es elegido por la comunidad universitaria y permanecerá como rector hasta el inicio de la dictadura (Después de cuatro años de exilio volvió a Chile). El rector Castillo Velazco ha pasado a ser el único rector en la historia de la universidad en ser elegido por la comunidad. Los restantes han sido o designados o por el Papa o por Pinochet. El 2 de octubre de 1973, asume Jorge Swett el primer rector designado por la dictadura militar. Desde 1989 hasta la actualidad, la universidad tiene rectores laicos designados por la Santa Sede.
Como resultado de su involucramiento en la lucha por la reforma, Juan Enrique (a quien en la familia y sus amigos llamaban Juani) decide participar en los trabajos voluntarios que la federación de estudiantes organizaba en Dalcahue en enero del 68.

Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *