Colo Colo

© Cruz-Romero
  • La mesa del pellejo.

Por mucho tiempo había dos mesas. La mesa de los grandes y la mesa del pellejo. En la del pellejo estaban el CJ, la Tere, el Mingo, el Juani y el Nacho. La Mari estaba siempre en la de los grandes. Y el límite entre los grandes y los chicos se desplazaba en el tiempo y siempre estaba entra la Mari y el CJ. La Tere era naturalmente de los de la mesa del pellejo y siempre era medio compinche de nosotros. Lo único malo era que no jugaba al fútbol.

  • El sacristán

Nosotros vivíamos al lado del colegio de la Inmaculada y allí no había hombres. De repente el curita quería decir misa y no podía porque no tenía monaguillo. Y estas cosas eran solo cosas de hombres. A las mujeres, por alguna razón aun no conocida,  la iglesia no les permitía esas santas labores. Sin ayudante, quién le iba a responder  “et scum spiritutuo” o “gloria tibi domine”. Además, quién le iba a pasar las vinajeras, quién le iba a tocar la campanilla y qué se yo de otras cosas que ya ni me acuerdo. Entonces las monjitas llamaban a la casa y yo no recuerdo si me mandaban  obligado o yo iba pensando en el desayuno de las monjitas. Además, el curita siempre dejaba un poco de vino dulce en la vinajera del vino dulce. Y era de derecho consuetudinario que lo quedaba del vino era de propiedad del monaguillo. Después de la misa, el monaguillo tomaba desayuno con el curita. Y las monjas no eran precisamente apretadas con los desayunos.

  • El Mambo y el Pajarito.

La mamá, para ayudar a parar la olla, tuvo durante un tiempo a dos señoritas pensionistas que vivían en la misma pieza.  Ellas tenían una especie de pololos marinos, que llegaban a Conce tarde mal y nunca.  Uno era un gringo medio pelado, el de la Tatiana, que se llamaba “el Mambo”. El otro marino era uno flaquito, el de la Paulina, que se llamaba “el Pajarito”. El tema recurrente de la conversación de las dos pensionistas durante las largas ausencias de los marinos, eran el Mambo y el Pajarito.

  • La Gabi

Otra pensionista que tuvo la mamá fue la Gabi. Ella llegó a Conce persiguiendo a su pololo que había llegado a Conce a estudiar medicina. Ella iba al colegio “El Sagrado Corazón”.  El pololo de la Gabi era  Brugnoli.  Por ahí anda una foto en la que estamos todos arriba del chambeco que estaba al lado de la cancha de fútbol. La Gabi está también en el árbol. Ese chambeco era inmenso y daba una cantidad tremenda de fruta que nadie comía. Cerca de ese árbol, en la orilla de los eucaliptus que servían para varias cosas, como ya lo explicité alguna vez, floreció y dio frutos un ciruelo. Era un árbol nuevo, relativamente delgado, que dio unas tremendas ciruelas negras. Desgraciadamente, los vecinos llegaron a cosecharlo y tal vez por el apuro lo hicieron pedazos. Chao ciruelo de ciruelas negras.

  • El refrigerador.

El famoso mini-refrigerador que viajaba de ida y vuelta a Chigua, era un Westinghouse que la mamá le compró a un gringo del Cuerpo de Paz [1] que arrendó un departamento en Colo-Colo. Cuando se fueron, después de haber hecho la paz, la mamá le pidió que se lo vendiera. Este matrimonio tenía una hija de la edad de la Tere, que aprendió a tocar guitarra y cantaba mazamorrita. La mamá de ella creo que era prima de  Joan Baez, la amiga de Bob Dylan. Buena onda los gringos. Según la Juanita, este aparato se llamaba “refrigider”

  • De los programas de la radio

En las tardes, yo escuchaba unas series interesantísimas, equivalentes a las series turcas de TV de hoy. Solo que sin amor. Una de ellas era “El Águila” En la cima de una alta montaña vive un hombre de ciencias que en el mundo llaman El águila. Hombre de ciencias inventor y guerrero.    Tan taran tan tan tan…

También estaba el “Capitán Silver”, en la misma onda que “El Águila”. Este capitán y el Águila, luchaba en contra del Cominform.  Lo bueno era que siempre le sacaban la cresta y media a los comunistas.  Las mujeres rusas tenían siempre una voz con un timbre que daba frío de puro escucharlas.   Nunca se explicaba mucho qué era el Cominform (entonces no había Google para averiguarlo), pero quedaba más que claro que era malísimo.

No recuerdo si esas series educativas eran antes o después de “Los nietos de don Tancredo”. Sí recuerdo el tamaño de la radio, que era mucho más grande todavía que el teléfono de Chiguayante. En esa radio escuchaba los partidos de fútbol (porque soy colocolino de nacimiento). Qué manera de hablar rápido ese Darío Verdugo. En esas transmisiones hasta los partidos más fomes se convertían luchas de vida y muerte.

  • El catecismo

Además de las enseñanzas de la Juanita, estaba el catecismo. Los sábados íbamos donde las monjas obreras españolas (o algo parecido). Las monjitas nos mostraban unas fotos gigantes del infierno (de 50 cm x 100 cm). Ahí se veían los diablos con cachos y cola, sufriendo como locos. También había fotos de Adán y Eva saliendo del Paraíso por porfiados. Y todo en tecnicolor. Lo bueno era que al final de la instrucción las monjitas nos daban un caramelo.

  • El palto y los cuatro duraznos

Cuando vivíamos en el 325, nosotros usábamos los patios del primero y del segundo piso. Junto al muro que colindaba con las monjas, yo planté un cuesco de palta. Con los años creció y llegó a tener unos cinco metros  de altura. Yo no sabía que los paltos eran hermafroditas, y que las partes femeninas y masculinas maduran a destiempo. Resultado, Jamás dio una mísera palta.

Otro intento agrícola fue el de la mamá. Compró cuatros duraznos y dijo que cada uno de nosotros iba a ser el dueño de uno de ellos. Como no había más espacio, los árboles se plantaron en el borde de la cancha de fútbol. Naturalmente, los pelotazos acabaron rápidamente con la quinta frutícola.

  • Navidad en el balcón

Como para todos los niños,  la Navidad era una de las fechas más importantes del año. Había que escribirle una carta al Viejito Pascual. Esta se colgaba en la ventana con una lanita. Al día siguiente una de las primera cosas que se hacía era ir a ver si el Viejito habías pasado a recoger la carta. Una gran alegría si la carta ya no estaba. Un poco de decepción si todavía no la había recogido. Y los más chicos, hasta para regalos para la mamá pedían.

Esa tarde del 24, como a las 6, nos hacían salir al patio. Al viejito no le gustaba nada que los niños lo vieran. A medida que pasaba el tiempo, ya nadie estaba en el patio. Todos estaban en el balcón, lo más cerca posible de la puerta de la cocina. Le preguntábamos a la Juanita – ¿Todavía no ha llegado? ¿Por qué? – Y ella sin abrir la puerta, nos respondía que todavía no llegaba el Viejito. Creo que la aburríamos bastante con nuestra impaciencia. Pero al fin, abría la puerta y decía – Ya se fue.

[1] Domingo tiene una historia diferente para el refrigerador, pero yo creo que las dos versiones pueden ser verdaderas, solo que a diferentes tiempos.

 

2 comentarios en “Colo Colo”

  1. Carlos Jose, me encato la pagina. Gran idea. Siempre “alego” que sabemos tan poco de la vida de mis papas y su familia. Son tantos que siempre he pensado, que deben tener muchas historias entretenidas. Como tambien, los nietos de la Illa, que por alguna razon, vivimos en Colo-Colo, tambien.Gracias por tu tiempo.

    1. Mani, que bueno que te haya interesado la página. Si te animas a escribir algo, me lo dices y yo te lo publico.De la segunda generación, solo Juancho a publicado un par de cuentos. Muy interesantes.

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