Los prisioneros

Los prisioneros
Habíamos caído en una celada de la cni cuando ingresábamos a una reunión de la dirección, probablemente porque algún compañero debió haber entregado la información bajo tortura. Teníamos como protocolo el predicamento de que si un compañero relacionado con la directiva caía preso, toda la directiva desaparecería en forma instantánea. Pero se cometen errores y no logramos saber a tiempo que una célula había sido apresada. La cni se jactaba de que ninguno de sus presos soportaba las torturas por más de un par de días. Resultado, un compañero habló y ahora nosotros estábamos en alguno de los muchos locales de tortura de la cni.
Habíamos caído cuatro compañeros en la celada y nos habían llevado al mismo lugar de detención. Estábamos en celdas separadas y yo no sabía nada de los otros tres. El primer día me llevaron a una pequeña celda en la que había un catre sin colchonetas ni frazadas y un balde para hacer las necesidades.


Llegada la noche, me llevaron vendado a una celda cercana y empezaron los interrogatorios. Yo trataba de responder a las preguntas en una forma que no enojara a mi interrogador, pero al mismo tiempo sin entregar la información que ellos buscaban. Como las respuestas no les satisfacían, empezaron entonces las golpizas. Mi interrogador me explicó con detalles las cosas que harían conmigo si no cooperaba. Me habló de la aplicación de electricidad, colgamientos, aplicación del submarino, del teléfono, quemaduras y parecía disfrutar con su relato. Más que parecer interesado en mis respuestas, parecía estarlo en amedrentarme. Para terminar la sesión, me llevó a una sala contigua en donde me hizo presenciar como dos carceleros enmascarados torturaban a un prisionero. Terminado esto, me llevó a mi celda.
Trataba de dormir, pero me despertaban los gritos de prisioneros que estaban siendo torturados. Pensaba que si no lograba escapar, cosa más que segura por lo demás, iba a terminar diciendo lo que sabía, tal como se ufanaban los de la cni.
Por una razón que desconozco, tal vez por falta de personal, parecieron olvidarse momentáneamente de mí, hasta que un día me siguió acompañando claramente la suerte. Era un viernes de un fin de semana largo y los oficiales se habían tomado unas cortas vacaciones. A cargo de los prisioneros habían quedado solo cuatro guardias, que pensaban relajarse ante la ausencia de sus jefes. Me sacaron de la celda, me dejaron asearme y me dieron algo de comer. Me dijeron que los demás presos no estaban en condiciones de trabajar y que yo había sido escogido para hacer aseo de mi celda y del resto de la prisión. Me dieron a entender que si rechazaba el ofrecimiento, ellos me iban a dejar en el mismo estado que mis compañeros. No lo pensé mucho y acepté hacer el trabajo que me proponían. La prisión era solo una casa grande convertida en un lugar de torturas y en unas tres horas estaba listo. Terminado mi trabajo, me volvieron a encerrar en mi celda.
Los guardias eran tratados muy despectivamente por los oficiales y los cuatro días feriados los veían como un descanso caído del cielo. Para ellos, el régimen de la prisión consideraba una ley seca, pero ya en la tarde de ese día habían salido a comprar una buena cantidad de cervezas.
Al día siguiente, me volvieron a sacar de la celda y me llevaron a la cocina a ayudar a uno de ellos que hacía de cocinero. Desde temprano ese día los guardias estaban en un ambiente de vacaciones. Antes de almuerzo estaban ya totalmente relajados y el que hacía de jefe me dijo que me daría otra tarea. Se trataba de que yo debería limpiar el resto de las celdas que ya hacía mucho que nadie las limpiaba. Inicialmente abrió las dos celdas que estaban vacías y me mandó a limpiarlas.
Estaban sucias y hediondas y no fue un trabajo precisamente agradable el que me tocó hacer. Cuando terminé, el guardia quedó gratamente sorprendido y como ya estaba algo contento con las varias cervezas que había ingerido, me encomendó la limpieza de las tres celdas que sí estaban ocupadas. Abrió la primera, esposó al prisionero a la reja y me dijo que la limpiara y que no hablara con él. Limpié la celda, le di agua al prisionero, lo lavé un poco, puse un balde vacío y limpio y di por terminada mi tarea. Fui a avisar que estaba listo y los encontré almorzando y más que contentos. El jefe me dijo que almorzara y le diera algo de comer a los prisioneros. La comida se pasaba por una pequeña ventanilla de la celda y después se retiraba desde ahí el plato vacío.


Hice lo que me indicaban y estuve esperando un buen rato mientras ellos terminaban de almorzar. Cuando pude decirles que ya había cumplido lo que me habían ordenado, el jefe demostró estar muy poco interesado en seguir con el aseo de las celdas. Le recordé que aún había dos celdas por limpiar así es que él se levantó, le sacó las esposas al prisionero, lo encerró, me abrió otra y me ordenó limpiarla. Me había dejado solo, con el prisionero sin esposas. Esta vez pude hablar con él sin problemas, porque los guardias ya no estaban en condiciones de fiscalizar nada. Analizamos la situación y concluimos que si los guardias continuaban con sus festejos y a mí no me encerraban, podríamos más tarde pensar en hacer algo. Mi tarea inmediata era ver si era posible apoderarme de las llaves.
Cuando doy aviso de que debo limpiar la última celda el jefe se molesta conmigo, pero se para de la mesa y va a abrir la celda que faltaba. El hecho de que los prisioneros estuvieran tendidos en sus camastros había inducido por segunda vez a que el guardia no se preocupara de la necesidad de esposarlos. Se va dejando la celda abierta y esta vez yo me preocupo de ver en qué bolsillo guardaba el llavero.
Me había quedado solo con dos celdas abiertas y dos prisioneros no esposados. Converso con ellos y convenimos que podemos tratar de hacer algo, aun cuando reconocíamos el peligro que esto significaba. Finalmente decidimos que nuestro destino en manos de los oficiales de la cni estaba, sí o sí, bastante claro. Así, si podíamos hacer algo, había que hacerlo. En este momento éramos cuatro prisioneros, dos de ellos poco aptos para una lucha, en contra de cuatro guardias bastante alegres que festejaban sus cortas vacaciones. Para tener éxito, necesitábamos que los cuatro presos pudiéramos actuar juntos.
Empecé a hacer el aseo mientras conversábamos sobre qué se podía hacer. Fui a echar una mirada al comedor y me pude dar cuenta que había dos que dormitaban la siesta en sus sillas, pero los otros dos conversaban mientras disfrutaban sus cervezas. Tuve que concluir que había que esperar. Terminé el aseo, esperé más de una hora y partí a avisarle a mi jefe. Había llegado el momento. Los cuatro dormitaban en sus asientos con las cervezas a medio tomar. Decido jugármelas del todo. Me acerco al jefe y miro el lugar en el que guardaba las llaves. El llavero asomaba de su bolsillo derecho, pero el brazo lo tapaba parcialmente. Me decido a tocarlo teniendo preparada la disculpa que diría si se despertaba. – Solo quería decirle que está listo lo que me había ordenado – le diría. En lenguaje tenístico, estaba frente a lo que se llama un “match point”. Lo toco, refunfuña un poco y se acomoda en la silla. Lentamente tiro del llavero mientras lo miro para saber si lo nota. Tuve suerte y no hubo reacción. Termino de sacar las llaves y empiezo a retroceder lentamente. Ya fuera del comedor, sacamos al prisionero que todavía estaba encerrado, buscamos dónde guardaban las esposas y nos dirigimos al comedor. La decisión era que cada uno se situara al lado de un guardia y a una señal le pondríamos las esposas en una mano. Después había que tratar de poner las esposas en la otra mano lo más rápido posible. Lo que pasaría, dependería de la capacidad de reaccionar de cada guardia. El primero que lograra tener maniatado a su guardia debería acudir en ayuda de los que eventualmente estuvieran hallando resistencia.

Había llegado el momento. En el comedor, cuatro guardias dormitaban y detrás de ellos cuatro prisioneros se aprestaban a actuar. Los miro para cerciorarme que todos están preparados y hago la seña. Cuatro esposas son colocadas en forma instantánea. Dos de los guardias no estaban en condiciones  de reaccionar y en cuestión de segundos  le ponen la segunda esposa. Un tercero que se resiste es maniatado con la ayuda de un prisionero que llega. El último, que es el jefe, se logra levantar y golpea a su captor. Pero en 5 segundos los cuatro prisioneros lo reducen y queda maniatado.

La sorpresa y la rabia terminaron por espantarles totalmente la mona, pero ya era muy tarde. Llevamos a cada gendarme a una celda y le dijimos que si metían ruido haríamos con ellos lo mismo que sus oficiales habían hecho con nosotros.
Empezamos a interrogar a los aterrorizados guardias. Como era de esperar, al principio alegaban no saber ni haber hecho nada. Pero ante algunas veladas amenazas, empezaron a hablar. La información obtenida de uno de ellos era utilizada en el interrogatorio del siguiente. Una de las cosas que logramos saber fue qué hacían con los prisioneros que morían después de haber sido torturados. –Nos obligan a empaquetarlos– nos contaron. Nos explican que una vez habían tenido problemas con una prisionera que había sido tirada al mar y después había aparecido en una playa. Debido a esto, se decidió que los guardias se encargarían de amarrar trozos de riel con alambres a los cuerpos de los muertos. Los paquetes eran sacados durante la noche de la prisión con destino desconocido.


Conversábamos de lo bueno que sería poder llevarnos con nosotros a los guardias, pero era un riesgo demasiado grande. Decidimos entonces, a nuestro pesar, que  los dejaríamos esposados y con algo de agua para beber en las celdas.
Era muy improbable que el día domingo y el lunes que también era feriado, alguno de los oficiales llegara a la prisión. Esto es, si salíamos de la prisión en la tarde, tendríamos dos días de ventaja sobre los que saldrían en nuestra búsqueda. Nos habíamos arriesgado y habíamos tenido suerte. Ahora solo nos quedaba que ésta nos siguiera acompañando.
Uno de nosotros contó que tenía un primo que vivía en una parcela bastante grande en las afueras de Santiago. Dijo que él pensaba que si llegábamos antes del toque de queda, en forma disimulada, el primo nos podría esconder al menos por unos días, ya que no sería fácil mantener cuatro “huéspedes” por mucho tiempo sin que se llegara a notar. Decidimos que saldríamos en uno de los dos vehículos de la prisión, lo dejaríamos en el estacionamiento de algún supermercado y después viajaríamos en micro hasta las cercanías de nuestro destino.
El plan había que ejecutarlo inmediatamente para aprovechar las horas antes del toque de queda y todo salió de acuerdo a lo planeado. Nos acercamos a la parcela y esperamos en las inmediaciones. El familiar del dueño de la parcela, partió solo y el resto nos quedamos a la espera. Después de una larga media hora, vuelve y nos dice que estamos aceptados. Nos organizamos para entrar de a uno a fin de que nada pareciera fuera de lo normal. Una vez adentro, se nos dice que hoy por ser feriado no hay nadie en los alrededores de la casa. Pero que el martes desde tempranito habrá gente en los alrededores. Normalmente nadie entra a la casa –nos dice– ya que el aseo lo hago yo mismo y el lavado y las comidas se hacen en el exterior. De todas maneras, estaba totalmente prohibido mirar a través de las ventanas si las cortinas no estaban cerradas.
Pero la situación no podía prolongarse mucho tiempo y pronto empiezan las inquietudes sobre el futuro. Pasan los días y dos compañeros deciden irse a la zona de Valparaíso aprovechando la necesidad de mano de obra en las faenas agrícolas.
Con solo dos huéspedes, el dueño de casa decide que ha llegado el momento en que nosotros podemos ingresar a su casa oficialmente como un par de personas que llegan a trabajar y pagan una pensión en su casa. Así, ya no había necesidad de esconder nada.
En ese momento empezó la verdadera historia, con la que en secreto habíamos soñado mientras estábamos presos. No era posible pretender denunciar lo que habíamos descubierto. El poder judicial estaba totalmente subordinado a la dictadura, por lo que no tenía ningún sentido pretender hacer alguna denuncia. No había otra alternativa que tratar de dar a conocer los lugares de tortura y lo que allí ocurría a la prensa de países democráticos. Pero esto no era fácil y había que disponer de pruebas o confesiones que validaran las denuncias.
Yo había sido mantenido en una celda por algunos días, pero había sido torturado solo una noche; pero el caso de mis otros compañeros había sido diferente y especialmente dos de ellos habían quedado muy mal. Fue así como mi compañero propuso la idea de entrar un día en el centro de torturas en el que habíamos estado. Él contó que hacía como un año, en el sur, dos prisioneros habían escapado llevándose consigo a sus captores. Naturalmente, nuestra situación era totalmente diferente y mucho más riesgosa. Nosotros conocíamos los puntos débiles del centro, pero no podríamos saber cuánta gente deberíamos enfrentar.
Además, después del escape, con seguridad se habrían tomado medidas nuevas para impedir que algo semejante pudiera volver a ocurrir.
Habíamos decidido hacer algo, pese a la peligrosidad que ello significaba. Un amigo del dueño de casa nos dijo que él iba a hacer un aporte que consistía en arrendar un departamento que quedaba en la calle de la prisión, frente a ella, y a unos 30 metros de distancia. Nosotros aceptamos y antes de un mes yo estaba instalado viviendo en el departamento. Con el tiempo aprendí sobre los horarios más probables de entrada y salida de la prisión. Llegué a conocer los autos que entraban y los dos vehículos que al parecer se utilizaban para el transporte de los prisioneros. Los autos permanecían durante la noche en el lugar y a veces los fines de semana no llegaba ninguno. Notorio era el alto volumen de la música que a veces salía del lugar en las noches.


De la observación de las entradas de vehículos se concluía que el portón de entrada era abierto por los choferes con un control remoto. Yo había leído avisos en los que se anunciaba la venta de equipos que eran capaces de interceptar y copiar las señales emitidas por un control. Sin embargo, debido a la imposibilidad de comprarlo sin que la aduana nos identificara, tuvimos que recurrir a un contacto que teníamos en la embajada italiana. Nos costó bastante lograr que el embajador aceptara involucrarse en la internación del equipo vía valija diplomática. Pero debido a que la cni era responsable de la desaparición de dos profesores italianos, la internación fue finalmente autorizada y al cabo de un mes tuvimos en nuestras manos el equipo solicitado.
Empezamos inmediatamente a probarlo en otros portones pero tropezamos con un problema de señales indeseadas que también eran captadas y no obteníamos un resultado uniforme. Hicimos averiguaciones y nos dijeron que el aparato no era capaz de trabajar bien a distancias grandes en ambientes contaminados con otras señales. Por esto, para hacer las pruebas en el portón de la cárcel, nos paseábamos en las cercanías y aguardábamos a que uno de los vehículos se detuviera frente al portón y esperábamos unos segundos para darle tiempo al chofer a que intentara usar su control. En ese momento activábamos nuestro control, y el portón se abría. Pero nosotros no sabíamos si la apertura se debía a la acción de nuestro control o a la activación desde el auto. Pensamos entonces que deberíamos arriesgarnos más y sabiendo más o menos las horas de llegada de los vehículos, uno de nosotros debería ir pasando justo al frente de la entrada y así activar el equipo a corta distancia y observar si la apertura la habíamos activado nosotros, antes que el chofer. Además, debíamos esperar que en el caso en que hubiéramos sido nosotros, el chofer no lo hubiera notado. Decidimos que las pruebas se harían no más de una vez a la semana y que la persona sería cada vez diferente, a fin de no despertar la más mínima sospecha. Nos hicimos de paciencia y aceptábamos que nos tomaría un par de meses el ser capaces de obtener la clave del portón automático y hacer las pruebas del caso.
En el intertanto tratábamos de establecer la pauta de comportamiento de los autos. La llegada de vehículos cerrados en los cuales se suponía que habían prisioneros, era irregular y no se podían sacar conclusiones. Lo que sí tenía una pauta era ciertas salidas de estos vehículos un rato después de iniciado el toque de queda, o cuando este estaba por terminar. Nos quedaba claro que estos llevaban los presos destinados a desaparecer. Durante el toque de queda veíamos a veces vehículos cerrados saliendo y nos sentíamos cercanos a la desesperación. Por otro lado sabíamos que nosotros, independiente de lo que lográramos hacer, no conseguiríamos en ningún momento detener las torturas ni las desapariciones. Así, había que ser meros espectadores de la salida de compañeros muertos. En una ocasión decidimos preparar un seguimiento, por tramos y con diferentes vehículos estacionados a lo largo de la ruta que íbamos descubriendo. Esta tarea dio resultados positivos. Se determinó que los vehículos iban siempre a la base aérea de Peldehue (1).

Otro tema tratado fue el de fotografiar de noche, sin poder utilizar flash. Probamos con película ISO 1600 e ISO 3200. Tuvimos que fotografiar aprovechando instantes en que alguna pequeña y casual luz diera una cierta iluminación a los vehículos. En un par de ocasiones obtuvimos fotos que permitían identificarlos.
Habíamos hecho un buen trabajo de inteligencia, pero la decisión sobre qué había que hacer, no estaba para nada clara. Los riesgos eran muy altos y la cni podría reaccionar violentamente ante las pruebas que se presentarían cuando se acusara al gobierno de cometer crímenes de lesa humanidad. Había que sopesar los posibles beneficios que podrían llegar a la población y la muy probable intensificación del terror con que la cni respondería. La impunidad de los agentes del estado no cambiaría, pero la ciudadanía empezaría a pensar que ya no eran intocables como se pensaba. El revuelo internacional que las acusaciones causarían, debilitaría la ya desfavorable posición de la dictadura en los organismos internacionales.
Otros grupos de izquierda, naturalmente no tenían idea de lo que nuestro grupo tramaba y nosotros a su vez no sabíamos que otras ideas estarían rondando. Adicionalmente, en nuestro reducido grupo había opiniones diferentes y el tiempo pasaba.
Hasta el momento, nosotros sabíamos cómo entrar al patio interior y habíamos confeccionado un plano aproximado de las dependencias. Por nuestras observaciones, teníamos una aproximada idea de cuánta gente podría estar en la cárcel. Sabíamos que el asalto debería ser fulminante de tal modo que no se disparara un solo tiro. Nosotros inicialmente y ojalá durante todo el procedimiento, solo utilizaríamos armas cortas con silenciadores. Debíamos evitar a toda costa que alcanzaran a organizar una resistencia. Deberíamos sorprenderlos y dominarlos en cosa de segundos.
Para el asalto, se escogió un viernes en la noche, inmediatamente después que entraran los oficiales. Durante la tarde habían empezado a ingresar a mi departamento los integrantes de la acción. Esa noche vimos que entraron dos autos por lo que asumimos que a lo más habría cuatro oficiales. La cantidad de guardias era difícil de calcular, porque al parecer algunos vivían en el recinto. Pero según nuestras estimaciones no deberían ser más de cuatro.
Cuando se hizo de noche y llegó la hora, una van se acercó a la salida de nuestro edificio y después de cerciorarnos que no había nadie en las cercanías, entramos todos. El ingreso a la cárcel estaba a treinta metros. No sabíamos si en el patio habría espacio para nuestra van, pero no había más que esperar tener suerte. Nos acercamos al portón, con nuestro control remoto abrimos la reja e ingresamos. Felizmente había suficiente espacio para aparcar. Hasta ahora todo había sido en absoluto silencio. Los diez descendemos y empezamos a avanzar. Al interior había luz, así es que se veía algo. La puerta de ingreso estaba sin cerrojo y yo la abrí lentamente. A la derecha se podía escuchar las voces de los oficiales. A la izquierda se escuchaba una conversación mesurada, por lo que asumimos que los guardias estaban en ese lugar. Nos dividimos en dos grupos y en un mismo momento hicimos entrada a los dos lados. Yo entré con mis cuatro compañeros en el lado en que se hallaban los oficiales. Los sorprendimos sentados alrededor de una mesa y al vernos palidecieron y levantaron las manos. En menos de 10 segundos todos estaban esposados y amordazados. Habíamos recién terminado y escuchamos algunos gritos en la sala de los guardias. Tres de nosotros partimos a ver qué ocurría. Encontramos a dos guardias con las manos en alto y dos en el suelo, heridos. Ayudamos a maniatarlos y a amordazarlos y después fuimos a examinar a los que yacían en el suelo. Uno tenía una herida en una pierna y el otro estaba probablemente muerto ya que tenía una herida en el pecho. No teníamos tiempo ni conocimientos como para atender a los heridos, así es que los esposamos y amordazamos también. Después nos contaron que el guardia presumiblemente muerto no estaba inicialmente en el cuarto y que cuando llegó trató de disparar al grupo y recibió dos disparos.
Reunimos a los guardias y a los oficiales en dos celdas y empezamos a revisar la prisión y a sacar fotos. En las celdas encontramos a tres prisioneros que casi no podían caminar debido al estado en que estaban. Metimos a los cuatro oficiales, previamente amordazados, vendados y bien amarrados, en el piso de la van. Habíamos decidido que a los guardias los dejaríamos encerrados en las celdas y eso hicimos. El chofer con los cuatro oficiales prisioneros, nuestro tres compañeros liberados y dos de nosotros salimos en la van desde el patio de la prisión a la calle y enfilamos al lugar predestinado. El resto salió caminando cada uno por su cuenta. Así nos despedimos de la prisión.
Ahora debíamos esperar en las inmediaciones a que terminara el toque de queda. Era día sábado y apenas fue posible, partimos por caminos secundarios hacia el sur. Para evitar posibles detenciones de parte de la policía, hicimos un demoroso viaje de unas tres horas hasta nuestro destino.
Habíamos llegado a un viejo fundo, que en algún momento había tenido tiempos mejores. Estaba abandonado y fue la razón por la que fue elegido. La sequía había causado estragos en la zona y el letrero “se vende” no parecía haber tenido muchos interesados.
Empezamos bajando a nuestros tres compañeros liberados y los acomodamos en una pequeña sala de un gran galpón. La primera tarea del día sería buscar algunos elementos para curarlos. Finalmente sacamos a los oficiales y los dejamos amarrados a las cerchas de la bodega, vendados, esposados y amordazados. Más tarde nos ocuparíamos de ellos, ya que por el momento había cosas más importantes que hacer.
Mi compañero partió a dejar la van abandonada en otro extremo de la ciudad. Volvió en micro y pasó a comprar algunos elementos de curación, pan y unos pocos alimentos. Agua podíamos obtener de una pequeña acequia que felizmente algo de agua llevaba.
Al tercer día después de nuestro arribo llegó un vehículo y se llevó a los tres compañeros que habíamos liberado, lo que fue un gran alivio para todos.
No sabíamos todavía que haríamos al final con los torturadores que habíamos secuestrados, pero sí sabíamos cuáles eran los primeros pasos que deberíamos dar. Empezamos con sesiones de fotografías de cada uno. Después, empezaron los interrogatorios. Nosotros no pensábamos torturarlos, pero los dejábamos que creyeran que iríamos a hacer lo mismo que ellos habían hecho con nosotros. Era una tortura sicológica, pero estaba basada únicamente en la conciencia de su propia culpabilidad. Los cuatro inicialmente se comportaban desafiantes, pero con los días empezaron a diferenciarse sus comportamientos. Les dábamos a entender que algunos de ellos habrían hablado, mostrando en forma indirecta ciertos conocimientos sobre las actividades en el centro de tortura. Por ejemplo, una vez que mencionamos Peldehue, esto pareció conmocionar al interrogado. También mencionamos de pasada un par de cosas que habíamos logrado obtener de los gendarmes, como el asunto de los paquetes. Nunca hablábamos claramente y los dejábamos hacer conjeturas sobre cuánto más sabíamos y sobre quiénes habrían hablado. Con el transcurso de los días concluimos que todos tenían miedo de cooperar menos que sus otros colegas y con esto pecar de no querer cooperar y llevarse la peor parte. Así, empezaron a hablar, con la característica común de que todos echaban la culpa a los mandos superiores. De a poco, empezamos a obtener un listado de los jefes militares y civiles que manejaban las actividades de los centros de tortura. En sus declaraciones, aparte de las mentiras, había bastantes coincidencias. Sin embargo teníamos problemas con la manía que tenían de utilizar chapas. Pero con el tiempo logramos identificar varias chapas con los nombres verdaderos de una veintena de miembros de la cni y de civiles.
Habíamos acumulado mucha información. Habíamos hecho grabaciones de muchas declaraciones y disponíamos de una buena cantidad de fotos.
Estábamos esperando respuesta de quienes podrían hacerse cargo de los cuatro oficiales, porque se había llegado a la conclusión que era absolutamente necesario cambiar al equipo y el lugar. Al fin un día aparecen nuestros relevos y nosotros dejamos el fundo con todo el material acumulado. Nuestra última tarea sería salir del país con la documentación y entregarla a quienes pudieran publicarla. Estábamos rodeados de países en manos de dictadores, por lo que sería una tarea no exenta de dificultades. Pero así como el cono sur estaba plagado de dictadores, también había resistencias bien organizadas en todos esos países.
Concordábamos que los que nos reemplazaran, deberían buscar una solución sobre cómo debería terminar la historia de estos rehenes. Se sabía que habría un par de países que podrían aceptar los prisioneros e incluirlos en algún programa de testigos protegidos. Ahí se les ofrecía la libertad, protección y cambio de identidad, a cambio de su testimonio. Se les decía –más vale un soplón de quinta categoría que un cadáver de primera.

 

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(1) Peldehue

Base Aérea – Peldehue


Peldehue, recinto militar ubicado en Colina, en las afueras de Santiago, estaba a cargo de la Escuela de Comandos, cuyo director era el teniente coronel Alejandro Medina Lois y el subdirector, el mayor Raúl Iturriaga Neumann. Testigos aseguran que aquí se fusilo a varios presos políticos, incluyendo a miembros del GAP que habían sido detenidos en el Palacio de la Moneda. El Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación (Informe Rettig) describe el destino de las personas detenidas en el Regimiento Tacna de la siguiente manera: “Los miembros del grupo compuesto por los asesores del Presidente e integrantes del GAP, amarrados de pies y manos, fueron subidos a camiones militares y sacados del Regimiento con destino desconocido. Testimonios coincidentes señalan que el vehículo militar se dirigió a Peldehue, al predio destinado al Regimiento Tacna, donde habrían sido ejecutados y sepultados. Desde esa fecha permanecen todos ellos, en calidad de detenidos desaparecidos.
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Regimiento de Artillería Anti-Aérea de Colina (Remo Cero)


Ya en 1974, el Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea (SIFA) utilizaba unos calabozos existentes en el interior de esta base, como lugar de detención. Más tarde se hicieron otras construcciones que fueron utilizadas por el llamado Comando Conjunto. Aparte de los agentes de la DIFA, también operan en este local agentes del Servicio de Inteligencia Naval (SIN) y algunos agentes de Ejército (DINA), que se retiraron al poco tiempo de haber llegado. La dotación de la Dirección de Inteligencia de Carabineros (DICAR), era más numerosa. También actúan desde este recinto los civiles provenientes de grupos de extrema derecha que formaban parte del Comando Conjunto. Desde este local fueron sacados en helicóptero para ser arrojados al mar varios detenidos, entre ellos Humberto Fuentes Rodríguez y Luis Moraga Cruz. También hay bases para creer que fueron sacados desde aquí, para ser asesinados y enterrados en los terrenos militares del Peldehue Ricardo Weibel Navarrete, Ignacio González Espinoza, Miguel Rodríguez Gallardo y Nicomedes Toro Bravo.
El cardiólogo Alejandro Jorge Forero Álvarez (Registro Colegio Médico 9580-K), Comandante de Escuadrilla y médico se desempeñaba al momento del golpe de Estado en el Hospital de la FACH. En 1976 prestó servicios como soldado segundo en la Base Aérea de El Bosque y en el Regimiento de Artillería Antiaérea de Colina. En este lugar participa del Comando Conjunto, supervisando las torturas y drogando a los prisioneros que eran sacados para hacerlos desaparecer. Fue el primer funado en Chile, el 1º de octubre de 1999, en su consulta en la Clínica INDISA. Es socio, entre otros organismos, de la Sociedad Chilena de Medicina Intensiva, donde figura con la dirección de la INDISA, y de la Sociedad Chilena de Cardiología en la que aparece con su consulta particular: Av. Apoquindo 6275, oficina 116, y el correo electrónico forero@entelchile.net. Su última dirección conocida es Camino La Brisa 14.199-2, Lo Barnechea, teléfono 2161253.

Un pensamiento en “Los prisioneros”

  1. Los Prisioneros es un relato apasionante, por la trama y la agilidad del lenguaje. Además las ilustraciones lo complementan, al igual que las explicaciones sobre la Base Aérea de Peldehue, del Regimiento de Artillería Antiaérea de Colina y los respectivos servicios de inteligencia de las cuatro ramas. Uno quisiera saber que quienes fueron responsables de los delitos de injusticia y tortura, empezando por los instigadores, hayan sido castigados.
    Es un cuento, pero la realidad supera a la ficción.

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