El fundo

El fundo

Crecí en una familia bilingüe, con padre y madre de apellidos españoles, pero con ambas abuelas maternas de nacionalidad alemana. El resultado fue que mis padres tenían el alemán como primera lengua y en casa se hablaba ese idioma. Fuimos enviados a estudiar a colegios alemanes por lo que los dos hijos éramos fluentes en ambos idiomas y hablábamos cada uno de ellos como nativos. Cuando terminé la universidad, fui contratado en el departamento de termo fluidos en una universidad.

En ese tiempo tenía dos pasatiempos: La fotografía y el fútbol. Me hice amigo de Mario, un compañero del mismo departamento, que era afín al PC (1). Un día él me dice que Retamal, un amigo suyo del departamento de matemáticas, desea conversar conmigo. Voy a verlo y me cuenta que lo ha contactado un señor que tiene una serie de fotos interesantes para él y no le ha dejado en claro si el ofrecimiento es gratis o pretende obtener dinero. El oferente trabaja en un partido de derecha y un día encontró un montón de fotos que se las acaba de mostrar. Me dice que el caballero las sacó subrepticiamente y que las debe retornar dentro de la mañana, a riesgo de ser detectado. Retamal me dice entonces que él sabe que yo tengo un laboratorio de fotografía en la casa y me solicita que fotografíe la serie de fotos del caballero en un rollo, lo desarrolle y se lo entregue a este señor. Me pide también que mantenga reserva sobre la ayuda que le prestaré. Me dice que él sabe que yo soy apolítico y que él no desearía que yo apareciera como simpatizante del PC.

Parto con el caballero a mi casa y ahí él me pasa las fotos. Les echo una mirada y veo que se trata de fotos de grupos de alemanes en reuniones y fiestas. En particular una me llama la atención. Se trataba de un grupo de varios hombres jóvenes  en fila, con la particularidad de que cada uno tenía el brazo izquierdo puesto delante de su vecino. Y en ese brazo, todos portaban una banda con una suástica. Y lo que más me interesó, fue reconocer a uno de los integrantes del grupo, llamado José Tadeus, que era un colega profesor de nuestra universidad.

Me instalé en una mesa en el patio para tener suficiente luz. El dueño de las fotos me vigilaba desde una cierta distancia mientras yo me preparaba. Le adapto a la máquina un lente de aproximación y empiezo a fotografiar. Eran unas veinticinco fotos y yo las fotografiaba a mi gusto. El caballero no interfería en mi labor y al poco rato su vigilancia disminuyó. Ya las había fotografiado todas, pero revolvía el mazo de vez en cuando a fin de que mi vigilante no supiera cuáles me faltaban. Había decidido que la foto que me había interesado la sacaría una segunda vez, al final del rollo. Termino la sesión y entro al laboratorio con él detrás de mí. En la semioscuridad de la luz roja, abro la máquina, instalo la película en el tambor  y hago la secuencia de revelado, fijado y lavado final. Terminado el proceso, abro el tambor, cuelgo la película y le digo que salgamos porque hay que esperar que se seque. Cada un cierto rato yo entraba a ver cómo iba el secado. La primera vez él entra conmigo, pero en los siguientes chequeos él se queda afuera. Cuando la película estuvo lista, entro sin su compañía, tomo una tijera y corto rápidamente la última foto del rollo y me la guardo. Salgo, enrollo la película delante de él, la pongo en un tambor vacío de película y se la entrego. Él toma sus fotos, el tambor con la película y se despide.

Unos días después Retamal me dice que de nuevo había aparecido el caballero y que le pedía bastante dinero para que le hiciera entrega del rollo. Le expliqué –me dijo– que la organización no dispone de dinero por lo que el señor se fue bastante contrariado. Entonces yo le hice entrega de una ampliación de 9 cm x 18 cm del grupo de nazis mostrando la suástica. La foto había quedado muy nítida y nuestro colega profesor nazi se veía muy bien.

Como sólo habíamos identificado a uno de los integrantes, me pidieron que hiciera fotos individuales de las caras de cada uno. Después, con un paciente trabajo, se consiguió identificar a otros dos nazis. Con información de tres de los  integrantes, se haría fácil más tarde identificar los  restantes. Así, debido a mi casual dominio de la fotografía, pasé a integrar un grupo de simpatizantes del PC que aparentaban ser totalmente apolíticos. Había algunos que incluso aparecían públicamente como simpatizantes de derecha.

Con la asunción al poder de Allende, la derecha estaba trabajando a full para preparar un golpe de estado, cosa que era un secreto a voces. Y el MIR (2) y ciertos grupos socialistas, competían por quiénes eran los más revolucionarios, cosa que hacía que fueran aplaudidos en secreto por la derecha golpista.

Las cosas se iban poniendo cada vez más delicadas. Un día un grupo de estudiantes del departamento se había juntado a tomar unas cervezas, en un pequeño boliche cerca del grupo Silva Renard del ejército (3). El dueño recibió un reclamo por los cantos de los estudiantes y se los hizo saber. Pero lo cabros dijeron que la ordenanza municipal indicaba que en esa área, y a esa hora, el nivel aceptable era 70 dB. Y ellos, a ojo, aseguraban no superar en ningún caso ese límite. Ahora, si las letras de las canciones no agradaban a la persona que reclamaba, ese era su problema. Pero al poco rato ingresa una patrulla de militares al local y desalojó a todos los estudiantes del boliche. Una vez en la calle los hacen desfilar hasta el regimiento. Allí los hacen formar en el patio y les prohíben hablar. Pasa una hora y uno de los estudiantes dice

-Permiso mi teniente. ¿Puedo ir al baño?

-Nadie se mueve  es la respuesta.

Había empezado a hacer frío, lo que unido a las cervezas tomadas hacía que todos empezaran a sentir urgencia para orinar. Un segundo se atreve

-Mi teniente. Permiso para ir al baño.

-He dicho que nadie se mueve- vuelve a decir el milico.

-Perdón mi teniente. Ya no puedo más. Me voy a orinar.

-El que no puede aguantar, se mea en los pantalones– grita el milico (4).

Resultado, pasadas las tres de la mañana, todos los estudiantes, entumidos de frío, se habían orinado en los pantalones. Al rato aparece un capitán y sintiendo el olor, pregunta al teniente que qué está sucediendo.

-Estos meones no son capaces aguantar, mi capitán– responde el teniente.

Conversan un rato, el capitán se retira y el teniente vuelve y grita que rompan filas y se vayan a sus casas.

Situaciones como esas mostraban el ambiente anti civil que existía entre los militares. Era un tonto confrontamiento, que enfrentaba a dos grupos de la sociedad como si fueran enemigos, sin serlo en absoluto.

En la universidad se supo lo ocurrido y a los pocos días hubo una acción nocturna y en un muro del regimiento apareció un inmenso letrero que decía ¡Milicos asesinos! Naturalmente, una foto del mensaje apareció en varios diarios.

Se decía que era difícil saber sobre los rumores de golpe, tratando de acercarse a militares conocidos. Se sabía que si algo se estuviera planeando, solo se conversaría a nivel de los más altos mandos. Pero había civiles que disponían de muy buenos contactos y estos eran en general más proclives a hablar. Estos eran los “apolíticos de derecha” y los grupos nazis. De ahí la necesidad de infiltrar a estos grupos, decía la gente de izquierda.

El profesor Bernales, que al parecer dirigía un grupo que se podría llamar de inteligencia del PC, solía conversar en reserva con algunos profesores jóvenes. Él decía que había que estar preparado para lo peor. Y una de las formas era tratar de anticiparse a los planes de la derecha y de los nazis. La experiencia internacional indicaba que casi siempre la izquierda llegaba atrasada y la derecha resultaba victoriosa. En algunos lugares empezaron a aparecer rayados murales con la palabra “Yakarta”, un recordatorio de la masacre que había ocurrido en Indonesia hacía pocos años. Esa represión desatada contra el Partido Comunista y sus simpatizantes, terminó con unos dos o tres millones de víctimas.

A menudo me veía con Tadeus, el profesor de mi departamento de quien tenía una foto con su brazalete con suástica. En nuestra relación, yo tenía la ventaja de que él no se imaginaba que yo sabía que él era nazi. Ocurría entonces que Tadeus trataba de tener acercamientos conmigo y me repetía que él era apolítico. Le conté esto a mi amigo Mario del equipo de fútbol y él me dijo que le siguiera la corriente dejándole en claro que yo también era apolítico.

Pasó un tiempo y un día Tadeus me dice que él y unos amigos se reunirán el próximo sábado en un fundo cercano, para un asado de camaradería. Se cancelaba una pequeña cuota para las cervezas, y todo el resto lo ponía el dueño del fundo. Acepté la invitación y el día del asado Tadeus me llevó en su auto. Me encontré con un grupo de unos 20 jóvenes, todos muy joviales. No se hacían presentaciones y cada cual contactaba a quien quería. Había un pequeño jardín al lado de un tranque y ahí se organizó el asado. Después de varias cervezas, el ambiente se puso muy liviano y algunos empezaron a cantar. Cantaban en alemán y yo dejaba en claro que no entendía las letras de las canciones, algunas de las cuales eran de los tiempos de las juventudes hitlerianas. Entendí que se suponía que yo, aun cuando no era alemán, era de sus ideas y nadie se preocupaba por mí. Fuera de las canciones, no había nada que delatara que fueran nazis. Pasé una agradable tarde y al final Tadeus me dijo que él se tenía que ir. Nos despedimos de los dueños de casa, partimos y él me dejó cerca de mi casa. Le agradecí la invitación y nos despedimos.

Más tarde yo trataba de recordar a los integrantes del asado para ver si había alguno que coincidiera con alguno de los  de la foto. Al parecer, no había concordancia entre los dos grupos, a excepción de Tadeus. Cuando le conté a Mario, quedó muy contento y me dijo que tenía que tratar de entrar a ese grupo y que debía evitar que me vieran junto a él, Retamal o Bernales.

Un día que Tadeus supo que yo tocaba guitarra, me dijo que a veces ellos se juntaban en alguna de las casas y cantaban canciones chilenas y argentinas acompañados de guitarra y que el grupo estaría encantado de contar con un nuevo guitarrista. Tal como lo había dicho, un día se organizó un guitarreo y yo fui invitado. Esta vez, el grupo de unas 15 personas, era mixto. Pregunté qué sambas conocían y estuvimos un buen rato dedicados a cantar sambas argentinas. Tengo que decir que casi todo el grupo participó en forma animada y yo me consagré como guitarrista.

Parral (5)

La nueva amistad con Tadeus le pareció muy bien a Bernales y me dijo que iba a hacer algunas averiguaciones y que pronto me contactaría en relación a un tema importante. Un día Mario me pidió que al día siguiente a las 8 de la noche fuera a encontrarme con él en una dirección que me entregó. Me pidió total reserva y nos despedimos. Al día siguiente fui a la dirección indicada, que resultó ser su casa y él me esperaba junto a un amigo que yo desconocía. Me explicó que Bernales estaba haciendo un trabajo relativo a los nazis y que deseaba que yo cooperara con él. Me explicó que debería guardar absoluta reserva y que el asunto podía ser eventualmente peligroso.

-ú deberías decirme si estás o no dispuesto a trabajar conmigo. Si por alguna razón no te sientes en condiciones de ayudarme, no importa. Solo te pido entonces que olvides esta conversación–. Yo le dije estaba dispuesto y así fue como me explicó lo que debería hacer.

Se trataba que de tanto en tanto yo debería viajar a Parral (5) en donde contactaría a un compañero. Me dijo que yo debería saber lo menos posible sobre el tema, pero que con el correr del tiempo iría sabiendo cada vez más detalles. El primer encuentro sería solo para conocer al contacto, el lugar de los encuentros y las rutinas de las reuniones. Me dio la fecha, la dirección del encuentro y una pequeña descripción del compañero con quien me encontraría. Me dijo que debería dejar el auto a varias cuadras de distancia de la casa y así se dio por terminada la conversación

El día fijado viajé hasta Parral, aparqué en las inmediaciones de la casa y me presenté en el lugar convenido. Abrió la puerta un hombre joven de unos 30 años y se me presentó como Jaime. Yo le dije que yo era Carlos, también sin indicación de apellido. Me dijo que él vivía en un fundo de los alrededores y que venía a menudo al pueblo a comprar materiales y víveres. Como primera instancia, me dijo que él necesitaba algunas herramientas, pero que no las podía comprar en el pueblo porque siendo un pueblo chico, todas las cosas se sabrían. Necesito –me dijo– elementos para cortar alambres gruesos. Me serviría un buen alicate o una sierra para acero y huincha aisladora. La semana siguiente, su auto y el mío se encontrarían en un descampado, yo le entregaría las herramientas y cada uno seguiría su camino. La hora y el lugar me las harían saber Mario.

El sábado siguiente, parto con mi compra y en un paradero de camiones me esperaba Jaime. Me estaciono a su lado y le entrego el encargo. El procedimiento funcionó con total seguridad, ya que solo había dos camiones y sus choferes dormían.

En el siguiente encuentro el encargo fue, entre otras cosas, una linterna de esas con cuatro pilas. La próxima vez pidió una tela plástica más o menos gruesa, de unos 4m x 6m y una brújula. Otra cosa que me pidió, y que me costó un poco encontrar, fue un espray de gas pimienta. En el siguiente viaje, no pidió nada y solo se limitó a mostrarme un plano en el que marcó un punto. Es posible –me dijo– que nosotros te vayamos a pedir más adelante que vayas a ese lugar. Por el momento, te pedimos que vayas a reconocer el sitio. Solo pasa de largo. No te detengas.

Dos semanas después, en el encuentro me explica la razón de toda esa preparación. Alguien, en el interior del fundo, necesita escapar. Esta persona, por razones que no viene al caso mencionar en este momento, se enteró sin querer de ciertas actividades de los jefes del lugar. En este momento, él sabe que su vida está en peligro y necesita escapar. El lugar del fundo en donde él reside, queda a unos 5 km del punto por el cual él podría salir. El camino es sinuoso, el avance es muy lento de noche y él piensa que necesitará unas seis horas para llegar al punto del encuentro.

Uno de los principales problemas para la mayoría intentando escapar, son los perros. Pero él se había hecho amigo de la mayoría de estos animales y podría obviar este problema. Después viene el problema de atravesar las dos alambradas, la primera de las cuales es electrificada. Con un buen alicate con mangos aislados, se puede hacer un boquete para pasar. Él piensa que esta alambrada no es tan sofisticada como para hacer partir una alarma si una de las hebras es cortada. Los tramos son muy largos y sería muy costoso aplicar la tecnología necesaria. Después se trata de caminar por un terreno desconocido, de noche, tratando de seguir más o menos la dirección requerida utilizando la brújula.

Llegó el día y yo viajo al lugar y cada media hora paso por las cercanías, sabiendo que la persona solo sabe más o menos a qué parte del camino llegará. Pasan las estimadas seis horas y yo recorro una y otra vez una franja de 5 km a ambos lados del punto definido en el mapa. Finalmente, cuatro horas más tarde del tiempo estimado, veo una persona que me hace señas con la consigna. Me detengo, él se sube, se recuesta en el asiento trasero, yo lo tapo con unos sacos y parto de vuelta. En una hora llego a la casa de acogida y mi acompañante desciende. La primera parte de la tarea estaba cumplida. Estaba planificado que me quedaría un día más en el pueblo, con el objeto de saber si la policía se involucraba en la desaparición. Pero nada pasó porque, tal como se pensaba, en el fundo no estaban demasiado interesados en que la policía y la prensa tomaran cartas en el asunto.

Vuelvo a mi vida cotidiana y a los pocos días Mario me cita a su casa. Me cuenta que la casa de acogida, que está relativamente cerca del fundo desde donde se produjo la fuga, ha sido visitada en una ocasión por gente del fundo y en otra por la policía. Se ha concluido entonces, que el lugar no es seguro. Me dice que Bernales solicita que yo lo acoja en mi casa. Yo acepto y llegado el fin de semana parto a buscar a mi invitado y en la tarde estoy de vuelta con él.

Él, que dice llamarse Pablo, me explica que, en contra de la norma, él está autorizado para contarme algunas de las cosas de su vida y en los próximos días me cuenta algo de su historia.

En Múnich –empieza contando Pablo– yo tenía un par de amigos en mi trabajo y un día uno de ellos nos cuenta que hace un tiempo supo de un grupo de alemanes que habían emigrado a Chile. Vivían allí en un ambiente idílico, en un inmenso fundo de unas 40.000 hectáreas cercano a la cordillera de Los Andes y todos eran alemanes y cristianos. Estuve conversando con ellos por carta, me enviaron fotos del lugar y me invitaban a integrarme a ellos. Pasados varios meses, me decidí. Acabo de vender todas mis cosas -termina diciendo- y a fines de mes me voy. Después que él se fue nos escribimos por un tiempo y yo decidí seguir sus pasos y me vine a Chile. Uno de los del grupo me fue a esperar al aeropuerto y me llevó al fundo que quedaba a unos 400 km al sur de Santiago.

Me explicaron que los primeros dos días yo iba a estar en una especie de curso de aprendizaje, durante el cual se me explicaría cómo funcionaba el grupo. Al día siguiente a mi llegada me pidieron mi pasaporte y me dijeron que ellos me lo guardarían. Para esto me habían preparado bien y me habían provisto con tres pasaportes. Dos alemanes y uno chileno. Yo entregué el pasaporte alemán que había usado para ingresar al país.  De igual forma, debí entregar todo mi dinero el cual según también me dijeron se me entregaría en cualquier momento que yo deseara salir del lugar. Les entregué una parte del dinero y mantuve escondida la mayoría.  Me dijeron también que yo había traído demasiada ropa y que ellos me la guardarían. En el fundo todos usaban el mismo uniforme como una forma de no hacer diferencias.  Terminado el entrenamiento, me condujeron al pabellón de hombres, ya que en el fundo los hombres y las mujeres tenían vidas totalmente separadas. El horario de trabajo eran 10 horas diarias, de lunes a sábado y las horas de comida se contaban dentro del horario de trabajo. Los domingos servían para que laváramos nuestra ropa y limpiáramos el pabellón, el comedor y los baños.

Traté de entablar conversación con algunos de mis colegas, pero me pude dar cuenta que nadie quería hablar sobre la vida que llevábamos. Había muchos niños, pero ellos tenían una vida aparte. En resumen, no había vida familiar. Había gente de diferentes profesiones, pero todos trabajábamos en el cultivo del campo y al cuidado de los animales. Y pronto entendí que había un jefe al que todos obedecían y temían. Él era una especie de jefe religioso y patrón de fundo y nosotros éramos una especie de asalariados, sin salario. Nadie podía salir del enclave. Los que recibían jubilaciones de Alemania, firmaban la recepción, pero el dinero nunca les era entregado. Si se pasaban a llevar algunas reglas, había castigos. Había algunos chilenos, con ascendencia alemana, que hablaban alemán pero cuya lengua materna era el castellano. Cuando recién llegaban tenían la tendencia a hablar en castellano, pero se les había prohibido. Solo se podía hablar alemán.

Desde el principio –me contó  me pareció rara la forma en que el jefe se relacionaba con los niños. Y ocurrió una vez una situación en la que yo vi en la mañana un niño saliendo de la habitación del jefe, tratando de no ser visto. Cuando me vio su carita mostró terror y arrancó corriendo. Me quedó claro que mis inquietudes no eran sin fundamento. Por mi trabajo, me tocó que en una segunda oportunidad presencié hechos más que decidores. Esta vez otro colega se dio cuenta de lo que yo había visto y ahí empezaron mis problemas. Me mandó a llamar el segundo jefe y me preguntó que qué era lo que yo había visto. Naturalmente, yo negué haber notado algo y él se tranquilizó un poco. A partir de ese momento decidí que debía escapar. Trataba de encontrar alguien en quien pudiera confiar pero simplemente me encontraba rodeado de seres miedosos. Un día, ayudando a uno de los que salían al exterior a hacer compras, sin querer descubrí que estaba haciendo algo ilegal. Le dije que no se preocupara, que yo nunca diría nada. Empezó entonces una conversación franca, inicialmente debida al miedo recíproco que sentíamos. Pero con el tiempo llegamos a confiar el uno en el otro. Por él me enteré de los muchos abusos que allí ocurrían y de que se rumoreaba que traían gente de afuera y estos eran torturados y después nadie sabía más de ellos.

Pasaron varias semanas y Pablo ya se había tranquilizado bastante porque mi casa quedaba en un barrio alejado del centro, a los vecinos casi no los conocíamos y nadie se interesaba en nosotros. Compré una cantidad de libros para que él no se aburriera mucho y los fines de semana salíamos al sur y nos encontrábamos con Mario y uno que otro compañero. Durante este tiempo, Bernales apareció varias veces y entonces la conversación se refería a las actividades del grupo cercano a los jefes del fundo.

Pablo nos contó que a él, sin pertenecer al grupo que manejaba el fundo, lo escogían con frecuencia para ciertas tareas que no eran conocidas por el resto. Una vez él fue designado para dirigir un grupo de unos doce hombres para hacer una excavación de unos 10 m x 5 m, por 2.5 m de profundidad. Se disponía de una retro excavadora y los bordes se preparaban a pala para construir un muro perimetral. Una vez terminada esa especie de piscina, todo el grupo fue transferido a trabajos en otras partes del fundo. Pero a mí se me mantuvo en la obra a cargo de un nuevo grupo que puso fundaciones, un suelo de hormigón y una serie de pilares. Terminada esta parte, el grupo fue cambiado y un tercer grupo armó un grueso techo de hormigón armado que solo dejaba abierto dos espacios para algo así como futuras claraboyas. Un cuarto grupo llegó después para hacer una serie de piezas con divisiones de madera. Después, otro grupo instaló un par de baños, una cocina y el suministro eléctrico. Por último el techo se cubrió con tierra y se plantó vegetación liviana. La entrada fue ocultada con matorrales y al cabo de un año muy poca gente sabía de la existencia del bunker. Pablo nos decía que, por haber tenido que esperar a veces para el uso de ciertos equipos, él pensaba que en otras partes del fundo se estaban haciendo trabajos parecidos.

Había un tema recurrente que nadie conocía muy bien, el cual era el hospital que el grupo mantenía y al cual accedían también personas de los pueblos cercanos. Por alguna razón, este era un tema tabú, sin que al parecer hubiera una razón para el secreto que lo rodeaba. En una ocasión él fue enviado al hospital a buscar unos tubos vacíos de oxígeno y para su asombro encontró a uno de sus colegas en una de las salas. A menudo los dos habían trabajado juntos y hacía poco tiempo él había desaparecido sin avisarle a nadie. Tiempo después lo vuelve a encontrar en un trabajo y conversaron un poco. Él le cuenta que lo habían descubierto con un mapa del fundo y como castigo lo habían tenido en el hospital primero dos semanas amarrado a su cama y después unas cuatro semanas medio drogado. Ahí estaba cuando yo lo había encontrado. Ahora estaba de vuelta, a prueba, según le habían dicho. Ese hospital es medio tenebroso –cuenta que él le dijo.

En otra conversación contó de las veces en las cuales el fundo recibía visitas. Se suponía que las visitas de la autoridad eran sorpresivas, pero casualmente el día anterior se hacía limpieza completa de los pabellones y áreas comunes. Todos recibían ropa limpia y el día de la sorpresiva visita, todos los trabajadores elegidos sonreían limpios y felices. También había visitas privadas, de políticos y militares. Esto eran agasajados y nadie sabía la razón de estos encuentros.

Un día Pablo empieza a contar sobre su escape. Tenía mi casaca con amplios bolsillos, en las que cabían cómodamente el alicate, la brújula y la linterna. También tenía un sweater grueso, porque estábamos en pleno invierno y las noches eran frías. Oscurecía temprano, pero yo debía esperar que alrededor de los pabellones cesaran los movimientos. Además, en los patios frente a los pabellones, había iluminación hasta las 11 de la noche y entonces soltaban los perros. Dejé mi ropa debajo de la cama y me acosté. Cuando vi que la iluminación en el exterior se apagaba, empecé a vestirme con mucho cuidado. Caminé hacia la puerta, la abrí rápido para que el viento entrando en el pabellón no me delatara y salí. Me quedé al lado de la puerta y escuché. Era una noche sin luna y no se veía nada. Lo perros parecía que estaban lejos. Tenía que pasar por el lado del pabellón de los guardias y eso me inquietaba un poco. Si no hubiera conocido el terreno de memoria, me habría sido imposible acercarme sin haber hecho ruido. Empecé a rodear el pabellón y cuando estaba pensando en tomar el tramo que llevaba al hospital, siento que me tocan el brazo. Llegué a saltar, pero felizmente era solo uno de los perros. Le hago un poco de cariño, trato de echarlo, pero no me hace caso. Parto entonces con él en dirección al hospital. Un guardia que hacía su ronda detecta un ruido e ilumina con su linterna en mi dirección. Descubre al perro antes que a mí y lo llama. Los dos se alejan y yo aprovecho para llegar a la parte posterior del hospital. Ahora podía ver un poco gracias a la luz que se filtraba desde el interior de las salas. El guardia con el perro habían partido alejándose del hospital por lo que decidí caminar más rápido aprovechando la escaza luz que se colaba. Yo sabía que siempre los guardias andaban de a dos y esperaba que anduvieran relativamente juntos. Me empezaba a alejar del hospital y ya era más seguro no ser detectado, pero no veía nada. Y no me atrevía a usar la linterna todavía. El terreno era cada vez menos conocido pero tuve suerte. Una débil luz de luna me empezó a ayudar. Por fin llegué a la alambrada. De guata en el suelo saco el alicate, dejo la linterna iluminando la hebra y empiezo a cortar. Había dos alambres. Una hebra de alambre de púa y había otra más delgada enrollada sobre ella. Corté fácilmente un tramo de un metro de cable eléctrico y después debía repetir lo mismo con el alambre de púa. Este era muy duro y me demoré en lograrlo. La siguiente hebra estaba todavía muy cerca del suelo, pero no podía perder más tiempo y decidí arriesgarme. Pasé primero la casaca que era muy gruesa y después empecé a arrastrarme muy despacio por debajo de la segunda hilera. Cuando había llegado con mi cabeza a unos tres metros de la cerca me levanté. Busqué mi casaca y la linterna y respiré aliviado. Ahora me quedaba solo caminar por el resto de la noche.

Al principio me ayudó un poco la luna, porque aunque no lo parezca, entre una noche cerrada y una con algo de luna visible hay una buena diferencia. Ahora, brújula en mano, tenía que aprovechar el tiempo antes que las nubes volvieran a ocultar la luna. Había avanzado unas dos horas, cuando el cielo se cerró y ya no se veía nada. Como ya me había alejado de las casas del fundo, empecé a utilizar la linterna. Tuve que cruzar vegas en las que los zapatos se me pegaban a veces en el barro. Tenía que evitar matorrales de zarza y perdía la dirección debida. Felizmente, cuando las pilas de la linterna empezaban flaquear, empezó a despuntar el día. Con varias horas de retraso divisé finalmente el camino y casi se me quitó el cansancio al verlo. El cerco final no fue problema y por fin me encontré en el camino esperando ser pasado a buscar.

Yo diría –dijo Pablo– que si hay otro intento de fuga, el punto más importante a observar sería el de anular el efecto de los cinco perros de los vigilantes. Cualquier fracaso en el intento de huir del fundo era equivalente a ser condenado a muerte. Era un lugar en donde si los carabineros querían entrar, debían pedir permiso con antelación y no siempre este ingreso era aprobado por la jefatura del fundo. Allí alguien podía desaparecer, no habría denuncia alguna y el caso se olvidaría muy pronto. En las 40.000 hectáreas del fundo, podían pasar muchas cosas sin que la gran mayoría pudiera siquiera notarlo. Así, quedaba claro que había que desaconsejar a los desesperados por huir. Y si alguien, a pesar de ser advertido, lo intentaba, debía tomar en consideración la experiencia.

De Alemania a Parral

Después de ocurrido el golpe, los izquierdistas más prominentes o se habían asilado, o vivían encubiertos o la dictadura se había encargado de hacerlos desaparecer. Y se rumoreaba que un fundo de Parral era utilizado para torturar y hacer desaparecer a algunos oponentes. Alrededor de unos tres meses después del golpe, recibí una visita de Mario con un conocido de ambos. Me preguntan si yo estaría en condiciones de salir por un tiempo del país para cumplir con una tarea y como yo les dije que estaba dispuesto, me explicaron de qué se trataba.

En menos de un mes arreglé todos mis asuntos y viajé a España. Llegando, me pude dar cuenta que había un programa preparado con todo detalle. Se me informó que yo debería viajar a Alemania, con un pasaporte falso y me iría a vivir por un tiempo a un pequeño pueblo del sur. Allí viviría en casa de unos miembros del Partido Socialista y me prepararía para la siguiente parte de la tarea. La idea era repetir la historia de Pablo para emigrar a Chile e irme a vivir al fundo de Parral. Esta forma de contactar a las autoridades del enclave, era por lo demás la misma que habían utilizado muchos de los actuales residentes del fundo. Sin muchas variaciones, mi ingreso al fundo ocurrió en la misma forma que la contada por Pablo. En las reuniones previas a mi viaje a Chile, se me dijo en varias ocasiones que el objetivo de ingresar al enclave, era solo recolectar información sobre posibles prisioneros. Mi único contacto con el exterior sería dejar y recoger mensajes de un lugar que me sería dado a conocer de alguna manera. Me había metido en la boca del lobo, sin que nadie me obligara.

A mi llegada al fundo empecé a trabajar al cuidado de las vacas. Debía ordeñar todas las mañanas, llevarlas a pastar o alimentarlas en los establos. También estaba incluido en mis labores la limpieza de la lechería y de los establos. En un momento los jefes se dieron cuenta yo hablaba castellano con acento chileno, por lo que decidieron cambiarme de pega y me asignaron la tarea de chofer de una de las camionetas del fundo. De ahí a que me encargaran transportar leche y queso a Parral, pasó poco tiempo. Había varios choferes, pero mi acento chileno al hablar me granjeaba varias ventajas. Empecé a saber de cuándo habría visitas y de qué tipo. Hasta que un día me tocó ver un vehículo en el que venían dos pasajeros con sombrero y me pareció notar que tenían los ojos vendados. Pero se dirigieron hacia galpones alejados y no pude saber qué pasó con ellos. Por lo menos, logré saber adónde los llevaban. Esos galpones eran para guardar el forraje y muy poca gente se acercaba a ellos. En una de las ocasiones en las que vi que llegaba ese tipo de vehículos, decidí ir en la noche a merodear. Yo había seguido al pie de la letra el consejo de hacerme amigo de los perros y por ese lado no tenía problemas. El terreno me lo conocía muy bien, así es que de lo único que me tenía que cuidar era de los guardias. Esperé que se apagaran todas las luces, me vestí y salí. Me acerqué al galpón y escuchaba que dos personas hablaban en el entretecho, cerca de la escalera de acceso. Hablaban alemán y por las voces pude identificar quienes hablaban. Pero voces de los dos extraños no se escuchaban. Decidí arriesgarme un poco para tratar de saber de qué hablaban. Me acerqué por la planta baja hasta quedar justo debajo de la escalera y del lugar en que ellos se encontraban y me senté entre unos fardos. Pude entender que hablaban de las visitas y se referían a ellos como los prisioneros. Uno decía que al que había quedado peor, sería bueno llevarlo al hospital. -Muerto no va a hablar- decía el otro. Parecía que el tema lo llevaban discutiendo hacía ya rato, porque uno se enfadó, levantó la voz y dijo que su labor era hacerlos hablar y si uno se moría no era su culpa. De pronto se levantaron bruscamente, descendieron a la planta baja y se detuvieron a unos cinco metros desde donde yo estaba escondido, se sentaron en unos fardos y siguieron discutiendo. Por lo que decían no lograba entender en dónde estaban los prisioneros. Yo estaba bastante inquieto, porque me era imposible alejarme ya que ellos me cerraban el paso. Pude entender que a los prisioneros los tenían a corta distancia de donde ellos se encontraban. Otra cosa que entendí es que no habían logrado hacerlos hablar. Me preocupaba no poder salir, que empezara a aclarar y me pudieran ver en mi escondite. Empezaba a acalambrarme un poco y a sentir frío. Después de mucho, escucho que empiezan a roncar. Me levanto y empiezo a acercarme. Cuando estaba justo frente a ellos, casi piso a uno y este al sentir movimientos se mueve y yo me creí perdido. Felizmente solo se dio vuelta y siguió durmiendo. Salí del galpón, llegué al mío y me acosté.

Con el tiempo, se agregó a mi trabajo de chofer el de hacer mantención a los vehículos del fundo. Empecé haciendo cambios de aceite y pequeñas reparaciones, y llegué a ser el encargado de los repuestos y de vez en cuando debía ir al pueblo.

Era difícil poder obtener información sobre qué pasaba con los prisioneros después de los interrogatorios. Yo había visto en varias oportunidades entrar vehículos extraños al fundo que se dirigían directamente al galpón del forraje, pero nunca me tocó presenciar la salida de estos con pasajeros. Otra cosa sospechosa, eran los trabajos que a menudo hacía la retro excavadora. Esta desaparecía por horas y nadie sabía qué hacía. Un día supe que al día siguiente la máquina saldría a esos trabajos extraños y al anochecer metí manos en el motor para que después de unas horas tuviera una pana. La retro excavadora salió a trabajar y como al medio día apareció el chofer a hablar conmigo. Me dijo que su jefe no estaba y me pidió si lo podía ayudar. Tomé una caja de herramientas y partimos en la camioneta a ver el problema. Yo sabía muy bien la causa de la falla, pero me demoré bastante en avisar que la había detectado. Tuve entonces tiempo suficiente para poder ver qué tipo de trabajo estaba haciendo el operador. A la orilla de un riachuelo, había una veintena de excavaciones de unos 2 metros de largo por 1 metro de ancho y de una profundidad de poco más de 1 metro. En las cercanías había una hilera de terreno removido recientemente y no me quedaron dudas de cuál podría ser el objeto del trabajo en el lugar. Arreglé el motor y cuando me iba el operador me pidió que no informara de la pana, a fin de evitar que él pudiera tener problemas. Lo podrían acusar de no hacer la mantención debida a su máquina. Lo tranquilicé asegurándole que no diría nada y regresé a mi trabajo. Había estado como una hora ausente y al parecer nadie me había echado de menos.

En mi próximo viaje al pueblo, pasé a dejar un mensaje a la casa de contacto en el que decía que el próximo sábado en la mañana debía retirar unos repuestos y que solicitaba una reunión. El día fijado me encuentro con dos compañeros y les cuento de mis hallazgos. Me piden que haga un bosquejo del lugar de los presuntos entierros y me dicen que por el momento nada se puede hacer. Me dicen que se sabe que los jefes del enclave tienen poderosos amigos en el gobierno, así es que ni pensar en hacer una denuncia. Ellos piensan que si en algún momento fuera necesario sacar del fundo a algunos prisioneros, yo debería salir con ellos y no volver nunca más. Como era totalmente imposible que se comunicaran conmigo durante la semana, si se diera el caso que ellos consideraran necesario que los prisioneros recién llegados necesitaran ser liberados, había un método para avisarme. Ellos tenían un perro que un tiempo había vivido en el fundo, pero un día lo maltrataron y el perro arrancó. Me mostraron al perro y me dijeron que si un día yo veía ese perro en el fundo, esa sería la señal que habría que hacer todo lo posible para salvar las visitas que habían ingresado ese día. Había que sacarlos por todos los medios. Así terminó la reunión.

Pasaron dos meses y en muchas oportunidades vi vehículos extraños con visitas que se dirigían directamente al galpón del forraje. Pero el perro mensajero no aparecía. Hasta que un día, llega un vehículo con visitas que son llevadas al galpón, y cinco minutos después veo llegar al perro.

Durante el día me consigo una lona y varios sacos. La lona la tiro en la parte trasera de la camioneta y los sacos en el interior. A medio día voy a conversar con los guardias del portón de salida y me cercioro que se den cuenta de que ando con una gran lona y varios sacos. Busco huincha de embalaje y con un conocido de confianza que estaba trabajando en el hospital, me consigo vendas y una botellita de un anestésico. Él me explica que primero debo aplicar el anestésico en un algodón y aproximarlo a la nariz. Después, fijar el algodón con pedazo de tela adhesiva. Me dice que no debo exagerar con la cantidad, porque el anestésico puede tener efectos secundarios no deseables y que por eso ya no es muy utilizado.

Llegada la noche y apagadas las luces exteriores parto con mi pequeña bolsa hacia el galpón. Entro y trato de ubicar a los guardias por su conversación. Un ronquido denuncia su ubicación. Me voy acercando y me doy cuenta que están durmiendo separados por unos tres metros. Tienen entre ellos una linterna encendida que ya casi no ilumina. Me acerco al primero y pongo el algodón con anestésico cerca de su nariz. Al cabo de un par de minutos lo toco y no reacciona. Le amarro los brazos a la espalda, le pongo una mordaza y la aseguro bien con huincha de embalaje. Le tapo los ojos con gasa y huincha aisladora. Finalmente le amarro los pies y le pongo un poco más de anestésico sobre la mordaza. A continuación, repito sin problemas el mismo procedimiento con el otro. Según el enfermero que me dio la anestesia, esta no era demasiado peligrosa y si empezaban a dormir el efecto le duraría por lo menos una media hora, dependiendo naturalmente de la cantidad que le pusiera.

Ahora tenía que ubicar a los prisioneros. Como era de esperar, los debían tener cerca de ellos. Los ubiqué a unos diez metros, bien amarrados y amordazados. Los desamarré y les expliqué que debían ayudarme. Ellos se manifestaron muy agradecidos, pero no estaban de acuerdo en dejar a los torturadores libres. Les hice saber de lo dificultoso que sería tratar de sacarlos junto con ellos y del tremendo problema que le endosaríamos a la gente que nos esperaba. Piensen – les dije – que estos guardias no podrán ser liberados por lo menos mientras dure la dictadura. Pero el tiempo apremiaba y no había tiempo para continuar la discusión. Tuve entonces que aceptar su idea de llevarnos los gendarmes con nosotros. A ellos los pondríamos en la parte trasera de la camioneta y ellos se esconderían en el piso del asiento trasero. Tenía que arriesgarme a traer el vehículo sin ser descubierto por los guardias.

Fui a buscar la camioneta y felizmente solo los perros me salieron al encuentro. Entré a la bodega y amarramos a los guardias sobre unas tablas para que no pudieran moverse, los metimos en la parte trasera de la camioneta y los cubrimos con las lonas. Los prisioneros se acurrucaron en el suelo del asiento trasero de la camioneta y yo tiré los sacos desordenadamente sobre ellos para que no se viera nada. Les expliqué que iba a dejar la camioneta a la intemperie hasta la mañana y que como a las 8 saldría hacia el pueblo.

Volví con la camioneta y la estacioné donde siempre estaba. Pienso que fue gracias al frío que hacía, que en ningún momento ningún guardia asomó la cabeza. Eran cerca de las 4 cuando me fui a acostar. A las siete me levanté como siempre, pedí que me dieran una taza de café con un pan diciendo que estaba apurado. Cerca de las ocho llegué a la camioneta, les puse suficiente anestésico a los dos guardias, esperé cinco minutos, subí a la camioneta y al llegar a la portería les avisé a los guardias que iba a buscar unos repuestos y que volvería a medio día. Abren la barrera y salgo lentamente agitando la mano como despedida.

Tomo la dirección del pueblo, pero a las pocas cuadras doy la vuelta y enfilo en dirección a la casa de acogida. Me estaban esperando, pero quedaron muy sorprendidos y molestos con la llegada adicional de los dos gendarmes. Les expliqué que los prisioneros me habían obligado a cambiar mis planes, sin que yo tuviera otra opción que secundarlos. Me fui en seguida y tomé la ruta 5 en dirección a Cauquenes y después seguí hacia Pelluhue. En un aserradero abandonado metí la camioneta en un edificio semidestruido, le saqué la patente y borré todo lo que la pudiera hacer más identificable. Caminé después varias horas hasta llegar a un camino secundario, un carretón me dio un aventón hasta la ruta 5 y me dejó en un paradero de buses. Me había informado sobre cuál era el pueblo más cercano, así es que cuando para uno de esos buses que viajan entre los pueblos del interior, digo que quiero llegar al pueblo mencionado. Empezaba a atardecer cuando llego a una pequeña hostería con no más de diez piezas y felizmente tenían una disponible. Como y me acuesto a dormir hasta el día siguiente a las 10 de la mañana. Estuve conversando con algunos huéspedes a fin de saber en dónde podía hacer algunas compras y hacia allá me dirigí. Era un poco raro un viajero sin ni siquiera una mínima maleta. Tenía que afeitarme y aparecer un ciudadano de lo más normal.

Pensando en lo ocurrido, entendía el actuar de los prisioneros, ya que no les era fácil dejar libres a sus torturadores. Pero habían puesto en riesgo la acción, mucho más allá de lo necesariamente aceptable. Adicionalmente, los compañeros de la casa de acogida fueron obligados a tomar parte en una peligrosa acción para la cual no estaban preparados.

Me dirigí al norte y me quedé unas semanas en Antofagasta esperando que los jefes del enclave se calmaran y olvidaran un poco lo ocurrido. Yo sabía que no podría usar mi segundo pasaporte alemán y que para pasar a Bolivia debería usar mi pasaporte chileno. Pasé la frontera un día feriado esperando que la PDI (6) estuviera con menos personal y apurada para tramitar las salidas del país. Crucé la frontera y me dirigí a La Paz. Desde ahí tenía pensado viajar a Alemania vía Buenos Aires.

La casa de acogida

Los prisioneros fueron atendidos tan bien como las precarias condiciones existentes permitían  -explica el jefe de la casa de acogida -. Tenían diversas heridas cortantes, golpes y quemaduras de cigarrillos, pero se podrían recuperar pronto. Con respecto a los dos torturadores, estos fueron desempacados pero se les mantuvo inicialmente maniatados y con los ojos vendados mientras pensaban qué hacer. No estaban en absoluto preparados para esa tarea adicional y decidieron mantenerlos separados. Cada uno permanecía en una pieza en la que se puso un balde para que pudieran hacer sus necesidades y un lavatorio sobre una mesa con un jarro de agua. También se les puso un jarro de agua potable, una taza de aluminio y disponían de una cama con una frazada. En esta situación, presionados por los presos recién liberados, tuvieron que aceptar sus sugerencias. Había que tratar de obtener el máximo posible de información de los gendarmes.

Al día siguiente comenzaron los interrogatorios. Cada vez que alguno ingresaba a la pieza de uno de los prisioneros, lo hacía provisto de máscaras que cubrían totalmente la cara. Durante los interrogatorios, los prisioneros estaban con los ojos vendados. Se les dijo que si cooperaban, serían liberados en algún camino. Les dejaron en claro que si no coincidían las declaraciones de ellos dos, las condiciones de su estadía cambiarían para mal. Cuando se les preguntó por qué habían torturado a sus prisioneros, ambos respondieron que ellos eran simples guardias y debían obedecer las órdenes de sus jefes. Cuando se les preguntó que a cuántos prisioneros habían torturado, ahí empezaron las primeras contradicciones. Uno dijo que no más de unas tres veces y el otro dijo que era la primera vez. Sin especificar cuál era la diferencia entre los testimonios, les hicieron saber que estaban mintiendo.

Como ustedes no están cooperando, arriesgan a que los interrogatorios siguientes los realicen las personas que ustedes torturaron -les dijeron. En ambos casos les fue fácil darse cuenta que la idea de cambiar de interrogadores los aterrorizaba. Volvieron a empezar las rondas de interrogaciones y esta vez las respuestas resultaron bastante más concordantes. A la pregunta de quién era la persona que directamente les había encomendado la tarea de hacer los interrogatorios, ambos respondieron que la orden provenía del señor Keller quien hacía de segundo jefe del enclave. Y ante la pregunta de si él mismo les había ordenado torturar para obtener confesiones, ambos confirmaron que sí. Cuando se les preguntó si en algún momento el jefe había presenciado los interrogatorios, ambos respondieron afirmativamente.

Al tercer día apareció un médico a revisar a los ex prisioneros y a los gendarmes. Durante la revisión de los gendarmes, tanto nuestra gente como el médico utilizaban mascarillas que cubrían totalmente la cara. El médico los encontró en buen estado y solo indicó que al menos cada tres días se les permitiera que se lavaran.

En los siguientes interrogatorios, se les preguntó si algunos de los presos se les habían muerto durante el proceso. Aquí de nuevo tuvieron respuestas disímiles. Mientras uno dijo que nunca había ocurrido eso, el otro reconoció que en una ocasión se habían excedido un poco y uno de los prisioneros había muerto. Los interrogadores insistieron que si seguían mintiendo, tendrían nuevos interrogadores. A la pregunta de adónde se llevaban los prisioneros que por casualidad murieran en los interrogatorios, ambos dijeron que llegaba un vehículo y se los llevaba a un lugar que ellos desconocían. Los dos afirmaron que los resultados de los interrogatorios eran entregados al señor Keller. Cuando se les preguntó que qué pasaba con los prisioneros que no morían, ambos afirmaron desconocer el destino posterior de los prisioneros.

Los gendarmes llevaban ya una semana en la casa de acogida y una noche aparece un vehículo cuya tarea era llevarlos a otro destino. Una semana más tarde los dos compañeros que habían huido del enclave fueron pasados a buscar para ser sacados del país.

(1) PC. Partido comunista

(2) MIR. Movimiento de Izquierda Revolucionaria

(3) Silva Renard. Grupo de artillería del regimiento Chacabuco, Concepción.

(4) Milico. Forma despectiva de nombrar a los militares.

(5) Parral. Pequeña ciudad a unos 200 km al norte de Concepción

(6) PDI. Policía de Investigaciones de Chile

 

 

 

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