Enemigos de clase

Enemigos de clase

Postulé al trabajo de secretario en la Prisión Aliada de Spandau (1) y después de una espera de algunas semanas fui aceptado y empecé a trabajar. La norma que se aplicaba era que los secretarios no podían ser  alemanes ni tampoco podían pertenecer a ninguno de los cuatros países aliados. Éramos dos secretarios, mi compañero era portugués y en los últimos años habían pasado una decena de secretarios de diferentes países. Había habido incluso otro sudamericano.

Al trabajo propio de secretario, se solía agregar a menudo tareas menos convencionales. Se decidió que yo ayudaría Herr Castaner, el  segundo hombre  de los franceses, que estaba a cargo de las finanzas comunes. Como en ese tiempo todavía no existían los computadores personales, los gastos se anotaban manualmente y al final de cada mes se hacía un balance. Un tiempo después se me designo para ayudar a los rusos en la compra de algunos suministros. Resultaba que los cocineros contratados estaban acostumbrados a utilizar ciertos ingredientes sencillos y baratos, pero que no eran conocidos en East Berlin (Berlín Oriental). Los rusos residían allá y todos los días cruzaban la frontera en pequeños buses y descendían solo al llegar a la prisión. Esto impedía que pudieran hacer algo tan simple como hacer  ciertas compras en el lado occidental.

Esta nueva tarea originó que, especialmente en el mes de los rusos, me tenía que reunir  con la persona designada por ellos para recibir las instrucciones del caso.  Desde entonces empezó a asistir a algunas de las reuniones semanales de los gobernadores la teniente Nadezhda, quien en un tiempo había sido traductora de inglés en la prisión. Se habían dado algunos reclamos por las comidas en el mes ruso, porque la mayoría no se acostumbraba a los aliños que ellos usaban y echaban de menos el uso de ciertas verduras usuales en el occidente. El asunto era fácil de resolver y no involucraba un costo apreciable, pero había que preocuparse un poco para solucionarlo. Y, especialmente, había que tener la posibilidad de acceder algunos de los numerosos  comercios turcos, chinos y otros que abundaban en Westberlin (Berlín Occidental).

Se estableció así una rutinaria reunión, paralela a la de los gobernadores, que duraba un par de horas, y  en la que se planificaban algunas cosas. Como es de esperar, para resolver esas pequeñas cosas no se necesitaban esas dos horas, así es que la mayor parte del tiempo era de una conversación sobre temas sin importancia. Llegué entonces a conocer algo de cómo era la vida de los oficiales soviéticos designados a  trabajos en el exterior. También, algo de la vida en lugares lejanos a las grandes ciudades rusas.

Era posible pensar que los oficiales enviados a países occidentales eran todos de la línea dura del Partido Comunista Ruso, pero la realidad era algo diferente. Todos eran militantes del partido, tremendamente patriotas, que estaban dispuestos a dar sus vidas por Rusia, pero había un malestar por la falta de democracia interna en el partido y en general en la sociedad de la URSS. Uno de los problemas que aparecía era el relacionado con las viviendas. A los oficiales del ejército asignados fuera de Rusia, cuando regresaban a sus localidades de origen, no se les podía asignar como de costumbre un departamento en las poblaciones militares cercanas a los cuarteles, debido a la tremenda escasez de éstos que existía. Así, muchos se resignaban a residir en las barracas militares o les era permitido regresar a las casas de sus padres y así las posibilidades de formar sus propias familias estaban bastante dificultadas.

En una oportunidad, conversando sobre el muro que circundaba las zonas de los tres aliados occidentales de Berlín, la teniente me preguntó si yo conocía Ostberlin. Le expliqué que yo no tenía dificultades para cruzar a la zona oriental y que lo había hecho muchas veces. En su caso, pese a trabajar en la zona occidental, ella nunca  había podido conocerla. Solo conocían lo que se podía ver desde el bus en el trayecto de Checkpoint Charlie a Spandau. Me dijo entonces que a lo mejor sería posible que algún día nos encontráramos en Ostberlin y  quedamos en que más adelante lo haríamos. Algunas semanas más tarde decidimos que nos encontraríamos el domingo siguiente en el reloj de la Alexanderplatz a eso de las 13:00.

Cada vez que uno cruzaba a Ostberlin, debía pasar por uno de los puntos habilitados para cruzar y en mi caso yo pasaba por Checkpoint Charlie, en donde previo chequeo del pasaporte uno entraba en el sector ruso de Berlín.

Después, en U bahn o S bahn [7], se llegaba en 15  minutos a la Alexanderplatz.

El día fijado yo llegué bastante adelantado y me paseaba por las cercanías del reloj, mirando a todas las mujeres que desde algún lado se acercaban al reloj. Con la imagen que yo tenía de ella, una oficial del Ejército Soviético, fue una sorpresa cuando en un momento se me acerca una joven, con anteojos oscuros, falda, zapatillas deportivas y una blusa de manga corta muy juvenil. Normalmente las oficiales no usaban maquillaje y la sorpresa aumentó al notar que ese día tenía un leve maquillaje. Se veía mucho más joven que en Spandau y por qué no decirlo, más atractiva. Nos saludamos de mano, como era usual, y después de ponernos de acuerdo decidimos caminar los dos kilómetros que había hasta el parque Friedrichshain. El día empezada a estar caluroso así es que al llegar buscamos un restaurante al aire libre, una mesa bajo la sombra de algunos árboles y pedimos algo para almorzar. Me contó que ella llevaba ya tres años en la ciudad y nunca había estado en ese parque.

Después almorzar caminamos hasta la orilla de un pequeño  lago cercano y nos sentados en el pasto a conversar. Yo le pregunté si no había problemas en que ella estuviera vestida como civil, a lo que ella me responde diciendo que últimamente las normas estaban algo más relajadas y que no habría ningún problema. En todo caso, ella no deseaba precisamente que alguien la pudiera ver conmigo, ya que yo era del “mundo capitalista”. En su caso, ella recién había vuelto a empezar a trabajar en Spandau y no era considerada una oficial importante. Por lo tanto, nadie se preocupaba mucho de sus actividades. Si algún oficial la viera tendida en el pasto, tomando el sol y conversando con el enemigo de clase, probablemente podría tener que dar algunas explicaciones.  Por eso –me dijo– nunca vayas a dejar entrever que somos amigos. El trato entre nosotros debería ser en todo momento, el correspondiente entre un oficial ruso y uno de los secretarios de la prisión. Cualquiera cosa que quisiéramos decirnos, que no fuera parte de la relación oficial, debería ser hecha solo en momentos adecuados.  La tranquilicé diciéndole que no se preocupara y que siempre para mí ella sería la teniente Nadezhda. Indudablemente que en algún momento salió la pregunta de si ese encuentro en el parque no podría producir algún tipo de problemas familiares. Yo le conté que desde hacía ya un año estaba sin pareja, por lo que esto para mí no constituía ningún problema. Ella me contó entonces que ella sí tenía pareja, pero que hacía un par de meses las cosas no andaban muy bien, por lo que al menos en el corto plazo no tendría que dar ningún tipo de explicaciones. Cuando empezaba a atardecer, tomamos una movilización para acercarnos a la Alexanderplatz. Ahí nos despedimos y yo regresé a Westberlin.

Pasaron dos semanas hasta que ella reapareció para preparar los temas de su responsabilidad. Miradas las cosas desde el punto de vista de las formas sociales aceptadas en Rusia y Alemania, no había nada de extraño que entre un  par de jóvenes de 22 y 25 años se empezara a desarrollar una relación amistosa. Yo la miraba y la recordaba vestida de civil, con una pollera sobre la rodilla y frente a mí veía a una joven y seria oficial que sonreía poco. Ni una sola palabra que hubiera podido recordar esa conversación sostenida sentados en el pasto a la orilla de la laguna. Los  dos sabíamos que, habiendo sido descubierto un micrófono en el teléfono de la Mensa [8], no era imposible que por ahí hubiera algún otro. Por lo tanto, se requería una absoluta discreción. El problema consistía en que pertenecíamos a mundos opuestos. La guerra fría llegaba a todas partes y nos afectaba a nosotros  personalmente. Y yo me sentía hasta cierto punto como estar estableciendo una amistad con el enemigo.

Un día nos dirigíamos a almorzar y en el camino nos encontramos solos. Ella me pregunta si el próximo domingo nos  podríamos encontrar en el mismo lugar, a la misma hora. Acepto y de inmediato nos separamos. Para ese día me preocupé de preparar algo.

Cuando nos encontramos ese domingo, le digo que le tengo una sorpresa, que no me pregunte a dónde vamos  y que solo me siga. Caminamos en dirección  a la torre de televisión y cuando estábamos al frente de ella, le digo que entremos.  Tomamos el ascensor y saliendo de él subimos la escalera que llevaba al restaurante.  Yo había pedido una reserva y  teníamos una mesa para dos frente a una de las ventanas del restaurante giratorio. Elegimos el almuerzo, pedimos unas  copas de vino húngaro y disfrutamos de la vista de la ciudad a más de 200 m de altura.

Me contó ese día algo de su vida en el cuartel en donde vivía. Había pabellones de hombres y de mujeres. Los oficiales tenían piezas individuales con baño. En cada pabellón había una sala de estar en la que había varios televisores y al lado un comedor suficientemente grande para los residentes.  El regimiento contaba con facilidades para hacer deportes y una librería. Las entradas y salidas estaban controladas, pero fuera de los días de servicio las salidas y entradas eran libres dentro de un horario bastante amplio.

Por mi parte le conté que yo vivía en uno de los departamentos aledaños a la prisión. En la calle interior,  en los edificios frente a la prisión, en el camino a la Mensa, había cuatro entradas cada una con dos departamentos. La mayoría de ellos estaban vacíos, porque no se aceptaba que fueran ocupados por familias. Así hasta mi llegada un solo departamento estaba ocupado por el cocinero personal del prisionero. Cuando yo llegué, cumplía con las condiciones para poder residir en uno de ellos y me entregaron uno. Estaban completamente amoblados y entregaban semanalmente sábanas y toallas. Si el residente lo deseaba, podía optar por contar con alguien que hiciera un aseo semanal. Estaba pensado como una especie hotel para los empleados solteros que vivirían allí  por un corto tiempo.

Pasó el tiempo y nos habíamos encontrado ya varias veces en Ostberlin, cuando en una ocasión ella me plantea que al parecer será enviada de vuelta a su ciudad de origen. Me dice que hace más de 7 años que no sabía nada de los pocos parientes que tenía. No tenía hermanos y sus padres habían fallecido hacía un par de años en un accidente. Ella había entrado a la escuela militar a los 15 años, y el ejército era su vida. Cuando se lo comunicaron, ella solicitó que le ampliaran el plazo de su asignación en Alemania, pero la respuesta fue un taxativo –No es posible. Ya está decidido. En tres meses deberás dejar Berlín.

Mientras ella hablaba, yo pensaba que yo tampoco quería se fuera. Nuestra relación era claramente solo a nivel de amigos, pero de a poco yo había empezado a acostumbrarme esos encuentros, aun cuando parecía una relación casi de adolescentes. La conciencia de que éramos enemigos de clase, había tenido como consecuencia que la atracción sexual fuera sublimada. Incluso hubo momentos en los que pensé que lo que ocurría entre nosotros podría ser una jugada de la KGB (2). La guerra fría nos había situado en trincheras enemigas, sin ser enemigos.  Después de pensarlo y repensarlo un buen rato, me atreví a decirle

–¿Estarías tú dispuesta a dejar tu vida en el ejército yéndote a vivir a Westberlin?

La pregunta había sido hecha. Pero la respuesta se hizo esperar bastante.  Más tarde ella me contó lo que en el intertanto había pensado. El dejar el ejército en esa forma la convertiría en una desertora. Sería considerada una traidora. Pero ella en ningún caso estaba dispuesta a entregar información a los aliados con el objeto de conseguir granjerías. Seguro que ella no haría eso. Pero iba a ser perseguida como traidora, sin importar que ella no lo fuera. Ella tenía un pasaporte francés con un nombre falso que había ocupado en una de sus asignaciones anteriores. Lo podía ocupar. Pero –¿cuánto tiempo podría usarlo antes de ser descubierta?

–Tú ¿me ayudarías a quedarme en Westberlin por un tiempo? –me dice después de un rato, casi en un susurro.

Yo te puedo ayudar –le digo– Y es simple. Tú, en uno de tus viajes a Spandau, mientras te dirijas a la Mensa, te  las podrías arreglar para encontrar el momento de entrar en mi departamento.

Nadezhda me miraba con los ojos húmedos   –Piénsalo bien me dice. Tú también te arriesgas–  Quedamos en que teníamos que conversar muy bien lo que deberíamos hacer y lo haríamos en nuestros próximos encuentros en Ostberlin.

En nuestras conversaciones ella planificaba en forma perfecta. Se notaba su formación. Me preguntaba detalles de cómo era la vida alrededor de esos ocho departamentos con el único morador español. ¿A qué horas pasaba más gente por esa calle interior entre la cárcel y los edificios?  ¿Qué pasaba si yo decía que no quería que nadie más me fuera a hacer aseo al departamento? Por el lado de los edificios que daba a la calle principal ¿había mucho movimiento de personas?  ¿Qué había entre las ventanas y la calle principal? ¿A qué horas era posible salir por las ventanas en forma segura?

Finalmente llegó el día en el que ella había decido desertar. Llegó en la mañana, tuvimos nuestra reunión y la dimos por terminada. Nos preocupamos de que el otro secretario se enterara que Nadezhda salía de la cárcel en dirección a la Mensa. Yo me quedé en la oficina esperando que la reunión de los directores terminara. Cuando ellos salen, el director  inglés sale el último y a la pasada nos hace la rutinaria invitación a almorzar. Durante el aperitivo, nadie parece echar de menos a Nadezhda. Yo, que generalmente disfruto el aperitivo, me dediqué a un jugo de fruta que apenas probé. Estaba muy nervioso, pero debía aparentar jovialidad. Terminamos el almuerzo, en el que comí un mínimo, y regresamos a la cárcel. Yo esperaba que se diera la voz de alarma, pero el tiempo pasaba y nada ocurría. Después de mucho entra a la oficina el gobernador ruso y me pregunta si he visto a Nadezhda. Le respondo que no, dejando notar que el no saber era algo totalmente normal. Pasa media hora,  entra el segundo de los rusos preguntando por Nadezhda. Casi sin dejar de hacer lo que estaba haciendo le respondo que no la he visto. Ya cerca de la hora del final de la jornada entra el segundo de los ingleses y trata de meterme conversación. Me doy cuenta que está muy preocupado, que quiere preguntar algo y no se atreve. Le digo entonces algo sobre los electricistas que llegarían al día siguiente, lo que motivó que él se fuera sin hacer ningún comentario.  Normalmente mi horario de trabajo terminaba a las 18:00, pero ese día decido quedarme un rato más  para  ver si algo pasa. Dejo planos y documentos bien a la vista para el caso que alguien me viniera a visitar. Efectivamente, el gobernador inglés aparece, se da una vueltas, hace unos comentarios sobre mi trabajo y se va. Finalmente quedo solo. Arreglo un poco las cosas y salgo de la prisión. Camino lentamente los 50 metros de distancia hasta mi departamento y entro. Cierro la puerta. Hay un total silencio. El corazón se me acelera. ¿Habrá ella conseguido ingresar sin ser vista? ¿Estaré cayendo yo en una trampa? Paso por el salón, voy hasta la cocina, abro la puerta del baño, abro la despensa y nada. La puerta del dormitorio estaba cerrada. ¿Habrá tal vez alguna trampa me vuelvo a preguntar?  Pero la suerte ya estaba echada. Abro la puerta y veo a  Nadezhda que, sentada en un sillón, me mira casi totalmente tapada por un chal.

Si yo no hubiera sabido nada, y no hubiera sido su cómplice, tendría que haber exclamado (pensando en la KGB)

– Pero usted ¡qué hace aquí!

Y si yo la hubiera estado esperando (y ya sin temor), debería decir

– Hola, ¿estás bien?

Y eso fue lo que dije. Ella se levantó y por primera vez nos dimos un abrazo.

Me contó con lujo de detalles el pequeño y aterrador camino entre la puerta de la prisión y la entrada al departamento. Cuando iba a salir de la portería, vio al español en la calle acercándose a su departamento. Volvió entonces atrás e inventó una conversación con el guardia para dar tiempo a que el español entrara. Después se cercioró que la calle estuviera vacía, caminó lentamente y entró. Me dijo que pensaba que nadie la había visto.

Salí a comprar una pizza y la comimos con un par de cervezas. Después nos sentamos en el sofá del salón y pasó lo que hasta ahora habíamos fingido ignorar. Salió a luz lo que hasta el momento habíamos negado, en un tácito acuerdo propio de dos enemigos de clase que se niegan. Fue bueno que el resultado de la conversación Oriente-Occidente resultara como fue, ya que el departamento estaba claramente pensado para albergar un solo ocupante. La tensión del día había sido agotadora y nos faltó tiempo para decirnos todo lo que habíamos callado tanto tiempo.

El día siguiente era viernes y no podía tomarme el tiempo necesario para salir a comprar, aunque era bastante necesario ya que ella había llegado solo con su uniforme. No tenía ni siquiera una escobilla de dientes. Le presté ropa mía, que aunque demasiado grande por lo menos era más cómoda. Mis zapatillas de casa le quedaban naturalmente bastante grandes,  pero caminando despacio le eran más cómodas que sus botas militares. Le pedí que hiciera un listado de las cosas mínimas que necesitaría para los próximos días y me fui a trabajar. Me pareció que había un ambiente algo raro entre los gendarmes, pero nadie me hizo algún comentario.  Cuando llegó mi colega secretario, esperé un rato antes de preguntarle que cómo se había arreglado el problema de Nadezhda. Por la forma en que me respondió, me quedó claro que más de algo sabía. Sin embargo solo me dijo   –El problema los solucionaron los rusos, pero yo no sé nada. Ellos son muy reservados y me dieron a entender que el tema estaba cerrado y que no deseaban preguntas. Por eso te digo a ti que no hagas preguntas.

Más tarde llegó a la prisión el gobernador ruso, algo totalmente inusual en un día viernes. Posteriormente llegó  el gobernador inglés y estuvieron conversando a puertas cerradas más de una hora. Después ambos salieron de la prisión. A la hora de almuerzo me encontré con Herr Castaner y era evidente que estaba preocupado. Pero no mencionó ni una sola palabra sobre el problema del día anterior. A las 18:00 me retiré sin saber lo que los gobernadores opinaban sobre el tema. Cuando llegué, Nadezhda me dijo que no sabía cuánto tiempo iba a poder permanecer escondida, sola, durante diez horas al día. Quedamos en que una de las cosas que haría al día siguiente, sería comprar varios libros.

El sábado salí de compras. Empecé por los libros y algunos alimentos y los pasé a dejar. Después me dediqué al tema de los vestuarios. Lo más problemático fueron las ropas íntimas. Me dijo que no me podía dar los números de los tamaños que ella necesitaba, porque sabía que no había correspondencia entre los números usados en el oriente y en el occidente. Tuve entonces que comprar a ojo. Si erraba, más adelante mejoraría mis estimaciones. También compré unas zapatillas de casa y unas zapatillas de calle. Para esto, llevaba una plantilla recortada como ayuda. Por último compré una falda que me pareció que podría  ser arreglada sin muchos problemas y un par de  blusas. No me olvidé de comprar una tijera, agujas e hilo. Puse todas las compras en una sola bolsa de supermercado a fin de llegar sin despertar sospechas. Dejé las cosas en el departamento y volví para hacer una nueva compra de alimentos. Cuando volví, ella se había vestido con una blusa, la falda y las zapatillas. Fuera de la falda que le quedaba un poco larga, el resto de las cosas le habían quedado bastante a la medida. Sonreía feliz jugando a ser modelo para mí.

Después de almuerzo nos dedicamos a conversar sobre  qué haría ella en distintos escenarios. Concordamos que por un buen tiempo ella no debería arriesgarse a salir del departamento. Revisamos cómo se podría salir por la ventana. A pesar de ser el piso a nivel de terreno, la reja de la ventana estaba a casi dos metros del nivel de la calle. Alrededor de los edificios, por el lado de la calle principal, había unos matorrales que llegaban casi a la altura de la ventana. Esto que era una protección muy adecuada para evitar intromisiones, era un problema cuando se pretendía salir o entrar por la ventana. La solución podría ser comprar un poco de madera y hacer una escalera de unos tres peldaños que se pudiera poner y sacar con un cordel cuando fuera necesario.  Otro tema era el estar preparados para una improbable pero posible visita inesperada. En ese caso, en  un tiempo de medio minuto, ella y todas sus pertenencias, incluidas la escobilla de dientes, deberían desaparecer debajo de la cama.

 

En mi trabajo, todo seguía igual. El tema Nadezhda era ignorado. Lo más intrigante era el silencio de los rusos. ¿Pensarían acaso que Nadezhda habría abandonado Berlín? Ellos sabían que ella estaba en posesión de un pasaporte francés y mientras ella se mantuviera dentro del espacio Schengen (6), era poco probable que pudiera tener problemas con sus documentos. En algún poco probable control callejero, su pasaporte francés sería más que suficiente. Con Nadezhda pensábamos que los otros tres aliados estarían tal vez esperando que un día ella se presentara para pedir protección. Pero no pasaba nada. La teniente se había esfumado. Jamás se les pasaría por la mente que ella estuviera viviendo a 50 metros de la prisión.

Con respecto a mi tarea de ayudar a los rusos en la adquisición de las cosas que ellos necesitaban para la Mensa, pronto el puesto de Nadezhda fue ocupado por otra teniente y todo siguió como si nada hubiera ocurrido. Convenientemente, un tiempo después yo dejé entrever mi curiosidad a mi colega secretario por la desaparición de Nadezhda. Lo hice en forma muy sucinta, acentuando que solo era curiosidad y que no había hecho ni haría a nadie preguntas al respecto.

 

Pasados dos meses de la desaparición,  decidimos que había que pensar  en cómo solucionar futuras salidas y decidimos hacer una prueba. Así, un día sábado a mediodía, pusimos en marcha el protocolo. Preparé la pequeña escalera, ella esperó el momento adecuado, bajó y salió a la calle como un transeúnte cualquiera.

Caminó tranquilamente alejándose y me esperó a unos 100 metros. Yo guardé la escalera y salí. Nos reunimos a unas tres cuadras del departamento. A partir de ese momento éramos una pareja más que caminaba de la mano como muchas otras. Tomamos un bus para alejarnos de nuestro barrio y nos dirigimos a un Karstadt.

Compramos lo que ella necesitaba, considerando que en algún momento deberíamos ingresar todo lo comprado al departamento por la ventana. Una compra importante era en una farmacia, ya que lo que ella había traído con ella hacía tiempo que se le había terminado y yo había comprado reemplazos sin entender mucho del tema.

Con nuestras compras listas, salimos a almorzar y terminando salimos a pasear, tomamos helados y descansamos en un pequeño parque. Ya en la tarde encontramos una venta de salchichas bratwurst que ella no conocía y que fueron muy de su agrado. Cuando empezaba a oscurecer, tomamos un bus de vuelta. Descendimos un par de cuadras antes de nuestro departamento y ella salió adelante. Desde lejos yo observaba cómo ella esperaba el momento y cómo entraba en los matorrales. Yo entré al departamento con la bolsa, puse la escalera y ella subió.

Más tarde ella se arregló como si fuéramos a salir a comer a un restaurante elegante y preparó un rico aperitivo. Con unas copas de vino, empezamos a hablar sobre el futuro. Suponiendo que ella pudiera arreglar su situación en el occidente, su profesión de militar no le sería de gran ayuda. Sí, podría sacarle provecho a sus conocimientos de idiomas. Además de ruso, hablaba inglés, alemán y francés. Pero primero tendría que pedir asilo, sin argüir que había desertado por ser perseguida políticamente, porque esto no solo no era verdad, sino que tampoco habría sido fácil de probar. Lo que sí podría argumentar era que después de haber desertado le era absolutamente imposible regresar a Rusia. Razones para haber desertado sí que las había, pero ya se entraba en terrenos algo complicados. Yo le decía que no creía que en ningún caso la entregarían a los rusos. Se sabía de muchos alemanes que con diversos subterfugios o acciones habían llegado al Oeste y todos eran bien recibidos. El caso de los militares que desertaban era un poco más delicado, porque siempre estaba el temor de que se tratara de espías. Yo le ofrecí tomar un abogado y así preparar su entrega. En principio le pareció bien la idea, pero pidió dilatar un poco este paso. Otra cosa que le propuse, fue que yo arrendara un departamento en otro barrio de Berlín, con el objeto que ella dejara de sentirse casi prisionera. Esto lo aceptó inmediatamente y decidimos que el próximo fin de semana, el escape sería primordialmente para visitar algunos corredores de propiedades.

Durante la semana empecé a comprar diarios para saber qué departamentos estaban siendo ofrecidos. Ella hizo una buena revisión y eligió tres corredores de propiedades que parecían los más convenientes. En mi trabajo todo seguía sin novedad y nadie mencionaba a  Nadezhda. Yo también mostraba que me había olvidado del tema.

El sábado salimos cuidadosamente de acuerdo al protocolo convenido. En la visita al segundo corredor, apareció una posibilidad interesante y fuimos a ver el departamento a pesar de que normalmente ese trámite se hacía pidiendo hora con bastante anticipación. Se trataba de un departamento nuevo, para el cual ya había dos interesados. La corredora estaba interesada en cerrar el trato lo antes posible y por mis antecedentes y mi sueldo nos dijo que si queríamos podríamos durante la semana firmar el contrato. Quedamos en que el jueves yo volvería a verla, cancelaría el depósito, el primer mes, los servicios de corretaje, firmaríamos el contrato y ella me entregaría las llaves del departamento.

El jueves en la tarde regresé al departamento con las llaves y quedamos en que el sábado yo iría a Ikea [9] para comprar lo necesario. Nos facilitó mucho las cosas el hecho de que la cocina estuviera completa y que en el primer piso hubiera una sala de lavadoras. Me conseguí un catálogo de Ikea y elegimos todo lo mínimo que  un departamento vacío requiere.  El sábado partí con mi listado y solicité que el sábado siguiente nos llevaran todas las cosas, e incluí la solicitud de un electricista para que instalara todas las lámparas.

Pasó la semana, todo resultó como planificado y el domingo en la noche por última vez Nadezhda salió por la ventana del departamento. El asunto de la mudanza había resultado inesperadamente rápido y nos costaba creer que ahora podíamos salir sin estar escondidos. Sin embargo, Nadezhda seguía siendo una persona ilegal. Ese era nuestro próximo desafío.

Como lo habíamos conversado, pedimos una hora con un abogado. Después de explicar nuestra situación, él nos explicó lo siguiente. Nadezhda debería pedir asilo y entregarse a la policía.  Él  nos aseguraba que en unos pocos días él conseguiría que se le autorizara a que su confinamiento lo pudiera hacer en su departamento. Nos dijo que ese tipo de trámites ya lo había hecho exitosamente varias veces, pero al final nos dejó sorprendidos cuando nos dijo  -A mí me preocupa más la situación de Sergio, ya que trabajando para los aliados ha traicionado su confianza. Si no logramos obtener que el proceso sea llevado en forma confidencial, lo más probable que usted será despedido de su trabajo. Está por ser visto si las autoridades alemanas podrían estar interesadas en utilizar sus servicios, caso en el cual ellos podrían garantizarle la deseada  confidencialidad.

Conversamos sobre el costo de sus servicios y le encargamos que se hiciera cargo del asunto. Volvimos a casa un poco desanimados.

Al cabo de una semana, nos volvimos a reunir con el abogado. Les tengo dos noticias –nos dijo– Una, es que he conseguido que Nadezhda solo deberá cumplir un arresto domiciliario nocturno hasta que se apruebe su solicitud. Otra no tan buena, es que todavía no tengo respuesta de los alemanes sobre si se interesan o no en los servicios de Sergio. Solo he conseguido que mientras su decisión esté en consideración, ellos garantizarán la confidencialidad. Nos explicó que las cosas demorarían un poco, pero que deberíamos estar tranquilos. Seguramente ellos estarían revisando minuciosamente los antecedentes de Sergio. Mi impresión es que están interesados, pero que a corto plazo les interesa más que sigas trabajando con los aliados.

Un día avisan a Nadezhda, que se le ha otorgado una visa de permanencia indefinida. A partir de ese momento, ella se dedicó a postular a trabajos como intérprete y traductora. En el primer mes ella fue llamada a dos entrevistas en las que quedó a la espera de una respuesta. Finalmente después de una tercera entrevista obtuvo una posición en el Senado de Berlín.

Nuestra situación había mejorado desde que Nadezhda había dejado de vivir ilegalmente, pero la mía seguía pendiente. Finalmente llegó el día en que fui llamado a conversar a una oficina del BND (3), el Servicio federal alemán de inteligencia. Este servicio tiene miles de agentes, de los cuales la gran mayoría son integrantes del ejército. Fueron bastante directos al preguntarme cuál era mi orientación política. Les dije que era apolítico, pero que me sentía un profundo adherente a la democracia del mundo occidental. Como ciudadano uruguayo, no me involucraba en la política alemana y era muy cuidadoso al respecto. Me preguntaron sobre mi familia y mis amistades. Por algunas preguntas me pude dar cuenta que se habían informado bastante bien sobre mis relaciones. Me explicaron que estaban interesados en mí por especialmente por dos cosas. La primera, era que sus agentes no alemanes eran poco numerosos y necesitaban ese tipo de cooperantes. La segunda, la más importante, era porque les interesaba mi trabajo en Spandau. Me dijeron que en mi caso no podría haber un período de instrucción como era lo normal, porque no lo permitían las circunstancias de mi trabajo. Si yo estaba dispuesto a cooperar, lo haría sin cambiar mi rutina. Mi única relación con el servicio sería básicamente a través de un contacto que me sería asignado. Después que yo les contestara que estaba interesado en trabajar con ellos, me indicaron que en las próximas semanas me contactarían para darme una tarea que tenían pensada. Se dio así por terminada la reunión.

Mi situación había quedado finalmente aclarada y solo nos inquietaba un tema. En Spandau no podrían en ningún caso saber que Nadezhda era mi pareja. Las cosas se simplificaban debido a que cuando entregué el departamento, arguyendo que quería vivir lejos del ambiente de la prisión, les pareció lo más normal y no les interesó mayormente averiguar adónde me mudaría. Al parecer había llegado a ser una persona de confianza.

Conversábamos a veces sobre la incógnita de cuál sería la tarea que me iban a asignar. Pronto salimos de la duda. Yo iba a tener que llevar pasaportes falsos para que ciertas personas pudieran salir de Ostberlin. El asunto era fácil y lo único arriesgado era la posibilidad de que yo cayera en una trampa al tratar de contactar a una persona que conocía solo por una foto. Naturalmente, la vestimenta acordada era también una gran ayuda, pero ésta no podía ser demasiado fuera de lo común. El lugar del encuentro debía ser suficientemente concurrido a fin de que nada pudiera llamar la atención. Estaba claro que la persona a quién contactaría debía ser alguien con relación con opositores, lo que hacía que fuera posible que pudiera estar siendo vigilada. Me contaron que se habían entregado ya varios pasaportes y en ninguno de los  casos había habido problemas. El día fijado crucé a Ostberlin y me dirigí al lugar del encuentro. Se trataba de una multitienda de las más concurridas. De acuerdo al protocolo, después de haber identificado a la persona y de asegurarme que él me hubiera identificado a mí, me acerqué e hice el comentario que correspondía. Él me respondió con la contraseña y nos  dirigimos al baño. Ahí la entrega fue muy sencilla y nos separamos. Todo había ocurrido como planificado.

De vez en cuando conversábamos con Nadezhda sobre lo ético de lo que yo había empezado a hacer. Ahí chocaban un poco las concepciones socialistas y capitalistas. Si bien ella no era una socialista demasiado convencida, tenía un rechazo muy grande al sistema capitalista, cosa que trataba de disimular. Yo por mi parte, habiendo sido educado en una sociedad capitalista, rechazaba la falta de libertad que había detrás de la muralla, no sin darme cuenta de sus graves defectos. Pero al final el hecho de que lo que hacía era ayudar a alguien perseguido por sus ideas, nos dejaba tranquilos. Pero ¿qué pasaría si un día una nueva asignación propuesta me produjera inquietudes éticas? Solo era de esperar que ese tipo de cosas no ocurriera. Pero eso dependía de otros.

Analizando una y otra vez el tema de lo ético, concluíamos que al participar como agente del BND en esos temas, yo no estaba haciendo nada en contra de los aliados ni de la BRD (4). Y si hacía algo en contra de la DDR (5), esto se limitaba al campo del apoyo a los derechos humanos. No significaba tomar partido por el occidente, aun cuando la Alemania Oriental lo pudiera calificar como un crimen. Estábamos involucrados en la guerra fría y, sin quererlo,  vivíamos en uno de los puntos crítico de los dos mundos.

Las cosas se empezaron a poner complicadas para mí, el día en que en una reunión con gente del BND se me empezó a preguntar sobre mi vida en Spandau. Les expliqué una vez más que, nosotros los secretarios, a pesar de estar todos los días al interior de la prisión, poco o nada teníamos que ver con el prisionero. Pero ellos insistían en que yo les diera detalles que yo no conocía. Los meses en que cada uno de los aliados estaba a cargo de la prisión, era algo conocido públicamente. Que el preso estuviera cuidado por gendarmes de las cuatro potencias, también era cosa sabida. Pero ellos querían saber más. Me preguntaban si yo tenía buenas relaciones con los rusos. Yo les respondí que mis relaciones con ellos se referían más que nada a una amistosa relación con el segundo de los rusos y a ocasionales conversaciones con gendarmes rusos.

Mis comentarios fueron aceptados, pero rápidamente enrielaron la conversación al tema que tenían preparado. Me dijeron que ellos sabían que para que el preso saliera desde su celda hacía la calle, debería pasar por dos controles. Primero, un gendarme debería buscar el momento en que lo pudiera dejar salir desde el área de las celdas hasta el área de las oficinas. Debería atravesar por estas oficinas en un momento en que nadie lo viera.   Después, debería cruzar el patio para llegar a la caseta de guardia y este otro gendarme  debería permitirle la salida. Desde ahí, a 20 m estaba a la calle principal en dónde podría ser recogido.  Y en todo este trayecto, alguien debería acompañarlo ya que el preso  caminaba pero con mucha dificultad. Me preguntaron ¿Cree usted posible que dos guardias de países diferentes se puedan confabular con gente del exterior de la cárcel para que el prisionero pudiera salir en forma subrepticia?

La pregunta me pareció más que inconveniente, pero traté de no mostrarme molesto y responder con tranquilidad.

Yo –les dije– no me puedo poner en un escenario como ese. No tengo la menor injerencia en la planificación del trabajo de los gendarmes. Ahora, que alguien pudiera ser capaz de comprar dos gendarmes de diferente nacionalidad me parece sumamente difícil. Todos estos gendarmes sin duda pertenecen a los servicios secretos de las cuatro potencias. Esto es, cuentan con chequeos de seguridad de alto nivel. Ellos decidieron terminar con la reunión, pero antes de despedirnos me dijeron que más tarde volveríamos a conversar sobre el tema.

Los de la BND me habían agregado otro motivo de preocupación. Ya no era solo el hecho que pudieran hacer descubrir que Nadezhda vivía conmigo, sino que además estaban tratando de involucrarme en un intento de liberar al preso, burlando así todas las medidas de seguridad de los aliados. ¿Con quién estaba tratando yo? ¿Estaría yo conversando con un grupo nazi escondido al alero los servicios de seguridad? Porque no cabía duda que mis interlocutores pertenecían al BND y que habían tenido el suficiente poder como para arreglar en forma expedita el problema de Nadezhda. Yo había escuchado de grupos nazis al interior del ejército, de su organización, del robo de armas, etcétera. Pero el BND era un servicio con altísimo nivel de chequeo. ¿Podría yo haber tenido la mala suerte de haber caído en manos de una célula nazi al interior de este servicio? Me quedó entonces la duda de si el tema era idea de un grupo, o si venía de más arriba.

Ellos me tenían en sus manos, así es que mi respuesta debería ser muy cuidadosa. Le dábamos vuelta al asunto y llegamos a pensar en desaparecer de Berlín. Pero entonces había que pensar a adónde ir. De un día para otro, los dos seríamos cesantes. Pasaríamos a ser ilegales.  No, no podíamos hacer eso. Pensábamos que si los del BND, querían liberar al preso, y lo lograban, debían hacerlo aparecer como la acción de neonazis. El peligro de que pudieran liberarlo mediante un grupo que ingresara por la fuerza a la cárcel, estaba totalmente fuera de toda posibilidad. En cambio, si la fuga se realizaba con complicidad desde el interior de la cárcel, ahí el BND no tenía ninguna responsabilidad y sería solo un problema de los Aliados. ¿En qué estarían pensando?   Pensaba que yo me había metido voluntariamente a trabajar con los aliados, sabiendo que era un hervidero de agentes. Pero ahora yo me estaba metiendo en otro ambiente, y no precisamente en forma voluntaria.

Después de conversar bastante sobre el problema, concluimos un par de cosas. La primera, fue que yo no debía negarme a su solicitud en forma clara y, si me presionaban, debería alargar el asunto lo máximo posible. La segunda, era que si bien ellos estaban en una posición de fuerza, tenían una gran debilidad en relación a que no podían exponerse a que los aliados ni siquiera sospecharan de su involucramiento. Sin parecer amenazante, yo debería insinuarles que conocía su punto débil. Era algo así como el ratón amenazando al gato. Pero un ratón a quién deberían considerar, ya que engañar a los aliados podría tener muy serias consecuencias. Y eso no podía suceder.

La siguiente conversación con los agentes del BND fue como si hubiéramos podido adivinar lo que ocurriría. Llegaron con modales bastante prepotentes, pero durante la reunión fueron cambiando. Cuando en un momento noté que su argumentación se empezó a hacer  algo débil, me atreví y les dije con muy buenas palabras que consideraba que la idea era una locura y que yo no estaba de acuerdo en participar  en esa aventura. Pensando en que se les podría ocurrir ideas poco amistosas conmigo y con Nadezhda, les di a entender que podrían contar con la total reserva nuestra, pero que también habíamos tomado providencias para el caso en que nos ocurriera algo. Nos despedimos amablemente y no volvimos a saber nunca más de ellos. Y como lo supimos más tarde, el prisionero se suicidó en la cárcel sin que nunca hubiera habido un intento de liberación, al menos conocido públicamente.

 

 

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Restos de la demolición de la prisión de Spandau, hecho ocurrido poco  tiempo después de la muerte del prisionero.

(1) Spandau.  La prisión de Spandau, era una cárcel con capacidad para 600 prisioneros, y en 1980 todavía funcionaba para mantener un solo preso, el nazi Rudolf Hess. Los Aliados se turnaban mes a mes a cargo de la prisión, lo que incluía varias tareas básicas: La  guardia que custodiaba el perímetro del enorme edificio, compuesta por una veintena de soldados armados,  el cuidado de la salud del preso, para lo cual había un enfermero de jornada completa y su alimentación  para la cual había dos cocineros exclusivos. Adicionalmente, el país de turno estaba a cargo de la alimentación de todo el personal. Este consistía en los gendarmes que estaban a cargo directo del prisionero, los cocineros y el enfermero del preso, el grupo del servicio de la Mensa (comedor cercano a la prisión), más los dos secretarios que apoyaban a los directores y sus representantes y traductores. Tanto entre el personal con acceso a la cárcel, como entre los que prestaban servicios en el exterior,  no podía haber ciudadanos alemanes. El acceso a la cárcel estaba restringido a los integrantes de los aliados, los dos secretarios, el enfermero, los dos cocineros y a muy ocasionales visitas de un capellán, un abogado o un familiar.

(2) KGB. Siglas de Komitet Gosudarstrennoaja Bezopasnosty, Comité de la Seguridad del Estado. Organización de la antigua Unión Soviética dedicada al espionaje y contraespionaje. Una parte de sus poderes fueron asumidos en Rusia por el Servicio federal de seguridad, o FSB.

(3)  BND. El Servicio Federal de Inteligencia (en alemán, Bundesnachrichtendienst, abreviado BND) es la agencia de inteligencia extranjera del gobierno alemán.

(4) BRD. Bundesrepublik Deutschland. República Federal Alemana

(5) DDR. Deutsche Demokratische Republik. República Democrática Alemana

(6) El espacio Schengen fue la denominación dada al territorio formada inicialmente por Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Luxemburgo y Holanda, que tras diversas reuniones acordaron la creación de un espacio común cuyos objetivos fundamentales eran la supresión de fronteras entre estos países, la seguridad, la inmigración y el libre desplazamiento.

(7) U bahn, S bahn.

El tránsito rápido en Alemania consta de cuatro sistemas de U-Bahn y catorce sistemas de S-Bahn. El U-Bahn o Untergrundbahn (tren subterráneo) son sistemas de tránsito rápido convencionales que funcionan principalmente bajo tierra, mientras que el S-Bahn o Stadtschnellbahn (tren rápido de la ciudad) son servicios de trenes de cercanías, que pueden funcionar bajo tierra en el centro de la ciudad y están clasificados como metro. Vías férreas. También hay más de una docena de sistemas de pre metro o Stadtbahn que son de tránsito rápido en el centro de la ciudad y trenes ligeros en el exterior

(8) Mensa. Nombre que a veces se le daba a la cantina dentro del área

(9) Ikea. IKEA es un conglomerado multinacional de origen sueco con sede en Holanda que diseña y vende muebles, electrodomésticos de cocina y accesorios para el hogar listos para ensamblar, entre otros bienes y servicios para el hogar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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