El ahorrante

El ahorrante

Un amigo me contó una vez, que un día encontró a su hermano muy preocupado a la salida del trabajo. Después de dudar bastante, terminó contándole lo que le había ocurrido ese día. Él había trabajado de ejecutivo en un banco y gracias a esa experiencia había conseguido otro trabajo similar, pero en el área de clientes exclusivos en un importante banco. A esta filial  los clientes solo podían ingresar a través del estacionamiento, mostrando a los guardias la hora previamente acordada con el ejecutivo. Al llegar al séptimo piso, la puerta del ascensor se abría mediante una tarjeta que los guardias habían entregado. Se entraba a un amplio espacio, con algunos sillones y una pequeña mesa central. En la sala solo se veía a un ejecutivo, el cajero y al fondo la oficina del jefe de la filial. Una característica del servicio era que en ningún momento había más de un cliente siendo atendido.

Ese día él ve ingresar a un militar con un maletín, quien se dirige directamente a la oficina del jefe. Al cabo de diez minutos, sale de la oficina y se dirige a mí lugar de trabajo de cajero. Yo tengo dentro de mi espacio de trabajo una pequeña oficina con vidrios empavonados en la cual  hay una mesa con varias sillas. Ahí ingresan los clientes que vienen a hacer sus depósitos. Por lo general son altos ejecutivos de empresas que llegan a hacer envíos de dólares a cuentas en el exterior. Yo recibo el dinero, le hago un chequeo de  fluorescencia y cuento los billetes en la máquina. Reviso la concordancia entre el monto contado y los documentos y le entrego al cliente el recibo del caso.  Mi trabajo termina guardando el dinero en la caja fuerte de mi oficina.

Hasta aquí, rutina normal. Pero el depósito que recibí esta mañana fue algo especial. Primero, el depositante era un militar. Segundo, la cantidad depositaba superaba con mucho a los depósitos normales. Y por último, el depositante era una persona demasiado conocida en el país. Mi hermano no me quiso decir el nombre del depositante, pero por los sucesos posteriores pude sacar mis conclusiones. Me contó que inmediatamente después del  depósito, su jefe lo mandó a llamar.

Después de las consabidas frases de buena educación, entró a la parte a la que quería llegar.  Usted ha presenciado  – me dice – la visita de nuestro cliente. Usted debería saber que él llega hasta el estacionamiento, acompañado por dos autos con personal armado. Pero al llegar a nuestras oficinas, él está solo entre las tres personas que lo atendemos. Está demás decir la confianza que se deposita en nosotros. Yo me he informado de su familia y de sus amistades y estoy completamente conforme. Por lo tanto, está enteramente demás que le diga que nuestra labor es absolutamente confidencial. Nuestro cliente hace esos depósitos porque, debido a su investidura, puede llegar el momento en que él deba abandonar el país y su casa y sus propiedades posiblemente serían confiscadas. Es por eso que, como una especie de cotizaciones para su jubilación, él ha decidido empezar a hacer  depósitos mensuales.

Después de su perorata, yo le aseguré que entendía perfectamente la situación y que de mí nunca saldría una palabra. Hasta ahí llegó nuestra conversación y el trabajo en la oficina siguió normalmente.

Pasó el tiempo y él me contaba que, puntualmente, a partir de esa ocasión, todos los fines de mes aparecía este caballero y hacía su depósito.

De vez en cuando, mi hermano me decía que notaba que lo vigilaban, pero que él no podía hacer nada. Incluso tenía la impresión que su colega, el amable ejecutivo que trabajaba junto a él, habría examinado su computador en un momento en que él lo había dejado funcionando y se había ausentado.

Yo le dije que era lo más normal que los servicios de inteligencia invadieran la privacidad de las personas. En su caso, con el conocimiento que él disponía de los depósitos para la jubilación de nuestro prominente cliente, él debía aceptar como normal que fuera vigilado. Él debía pensar que el puro hecho de que nuestro cliente hiciera personalmente esos depósitos, indicaba el grado de importancia que él le daba a esa acción. Él disponía de muchas personas que hubieran podido hacer esa diligencia. Pero no. No quería riesgos y lo hacía personalmente. A pesar que era mi propio hermano quien tramitaba los depósitos en un banco de E.U., nunca pudo saber a qué banco pertenecía la cuenta. El asunto estaba muy bien organizado por el banco receptor.

Llegó un momento en el que no solo se sentía vigilado. Simplemente, había sido interrogado en forma poco amistosa, sobre sus amistades y actividades. La presión llegó a tal punto que llegó a desarrollar una grave depresión y finalmente fue pensionado con anticipación por su isapre. Esto originó que él se fuera a vivir a la casa de sus padres en La Serena.

Tiempo después ocurrió que en un matrimonio al que fui invitado, casualmente me tocó estar sentado frente a un diputado. Esperé el momento adecuado y le pedí si me podía dar un par de minutos para hablar en privado. Le resumí la historia y él me escuchó atentamente.                      – ¿Cree usted que él estaría dispuesto a declarar?- me pregunta. Le explico que no creo que en ningún caso él accedería a declarar. Su depresión era aguda y se sentía amenazado incluso todavía dos años después de haber jubilado. Me comprometí que en el caso que algo obtuviera, lo contactaría. Como era de esperar, mi hermano no estuvo para nada de acuerdo en hablar, razón por la cual nunca volví a contactar al diputado.

Un par de años después, el gobierno de E.U., haciendo investigaciones sobre dineros que podrían estar destinados a soportar organizaciones terroristas, descubrió una serie de cuentas que un cliente chileno mantenía bajo diferentes nombres en el banco Riggs. El diputado apareció todo el tiempo como el vocero del gobierno cuando se informaba sobre este tema. El dueño de los ahorros resultó ser el ex dictador chileno, Augusto Pinochet.

 

https://es.wikipedia.org/wiki/Caso_Riggs El caso Riggs se refiere al proceso judicial seguido contra el dictador chileno Augusto Pinochet y otras personas, bajo la acusación de malversación de fondos públicos, debido al descubrimiento de cuentas bancarias secretas que el primero mantenía en el Riggs Bank de Estados Unidos. El rol de la causa es 1649-2004.  Durante la investigación se determinó que Pinochet mantenía numerosas cuentas bancarias, bajo distintas identidades, en las que guardaba más de 21 millones de dólares, por lo que fueron procesados algunos generales y coroneles que estaban a su mando.

 

Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *