Dresden

Sächsischeschweiz. Cristian Lopez. Unspash

Asignados a Dresden

Después de nuestra muerte en el accidente que culminó con nuestros cuerpos siendo calcinados, y nuestros restos siendo repatriados a Colombia (1), teníamos que resucitar en una forma que nos permitiera reiniciar nuestras vidas en una forma más o menos natural. Estuvimos disfrutando casi un mes de vacaciones en un hotel playero de Cartagena, cerca del Club Naval, en Castillo Grande. Pero pronto llegó el momento en que había que volver al trabajo y nos llegó un correo en el que nos citaban a un encuentro en un local del centro de la ciudad.

Después de congratularnos por nuestro trabajo y por nuestra vuelta a la vida, nos dijeron que sabían que habíamos manifestado estar interesados en trabajar por un tiempo como oficiales en el país.

Una cosa son los naturales deseos de tranquilidad de ustedes –nos dijeron– y otra cosa diferente son las necesidades de la institución.  A ustedes los hemos preparado por años y en este momento, desgraciadamente,  son los más indicados para algunas tareas.

Después de una larga conversación,  nos  preguntaron si estaríamos dispuestos a una nueva asignación. Nos dijeron que tenían entre manos dos posibilidades para ofrecernos. Una era un trabajo en Sajonia, Alemania y la otra una vuelta a Chile. En la primera se trataba de irnos a vivir a Dresden a trabajar para una empresa de software.  Este trabajo lo describieron como  una respuesta a una solicitud de un partido alemán afín a nuestras ideas. El único inconveniente era el ambiente imperante en el este de Alemania, muy dominado por la ultraderecha. Así, a pesar que dominábamos el idioma, el todavía existente acento nos podría jugar en contra. Debido a que este trabajo sería solo un subterfugio para tratar de entrar en los círculos neofascistas de la zona, no había posibilidades de evitar el contacto con los movimientos de ultraderecha. Al contrario, la meta era precisamente el buscarlos y tratar de ingresar en su ambiente. Esto es, se trataba de infiltrarlos.

La segunda posibilidad era la que más les interesaba, pero pensaban que habría que dejar pasar algún tiempo antes de tomar esa alternativa. Se trataba de volver a Chile, aprovechando nuestro conocimiento del modo de trabajo en el país. Naturalmente, había una desventaja en el hecho de que en algún momento pudiéramos ser reconocidos. El hecho de “estar muertos” no impedía que por un hecho fortuito  fuéramos identificados. Las consecuencias en este caso eran bastante obvias.

Estuvimos evaluando los pro y los contra de las dos alternativas y al cabo de un tiempo se tomó una decisión. Viajaríamos a Alemania. En un par de meses se organizó la historia, se definieron nuestras identidades, y aprendimos sobre el nuevo trabajo. Tuvimos que pasar exhaustivos exámenes sobre cómo habían sido nuestras vidas y cómo habíamos escalado en la empresa.

Inicialmente viajamos a Berlín, en donde estuvimos trabajando en una empresa del rubro y en donde más tarde conocimos a nuestros futuros jefes. De partida nos dijeron que no habría ningún tipo más  de contacto entre ellos y nosotros. Había un objetivo muy claro, pero no había ningún tipo de proposiciones concretas para lograrlo. Estaríamos totalmente solos en nuestra tarea de infiltrar a los ultraderechistas.    Empezamos a viajar semanalmente a Dresden, a preparar nuestra llegada. Arrendamos un departamento y tomamos contacto con la oficina local, dejando todo preparado para empezar sin contratiempos.

 

Dresden

Inicialmente estábamos un poco preocupados por los indudables sentimientos anti extranjeros, pero con el tiempo nos dimos cuenta que las hostilidades estaban básicamente dirigidas contra los árabes, los inmigrantes recién llegados, los islamitas y los judíos. Siendo colombianos, de tez clara y cabello castaño, pasábamos a primera vista desapercibidos con respecto a varios de esos prejuicios.

Habíamos sido instruidos sobre cuáles eran los métodos más rápidos de hacer contactos. Además de las relaciones laborales, nos habían aconsejado frecuentar pubs a las horas de salida del trabajo. Nos dijeron que debíamos probar asistiendo como pareja y también en forma independiente.

En el ambiente de la oficina, debíamos mostrarnos como personas apolíticas, preocupados especialmente por nuestro desempeño laboral. De esta forma decidimos empezar frecuentando algunos de los muchos pubs del barrio en el que vivíamos. Inicialmente los hicimos como pareja, pero como no tuvimos mucho éxito, decidimos empezar visitando pubs en forma individual.

En una de mis tantas visitas como soltero, me ubiqué a prudente distancia de un grupo con algunas cabezas rapadas y ostentosos tatuajes. Después de estudiar el resto de los huéspedes me fijé en tres muchachas jóvenes que conversaban animadamente y me observaban. Sin poder escuchar lo que hablaban, me daba cuenta que hacían comentarios con respecto a mí. No me quedaba muy claro si se reían de mí o de sus propios comentarios. En un momento una de ellas se levanta para ir al mesón a pedir otra ronda de cervezas y cuando vuelve, al pasar por mi lado me dice.

–¿Por qué tan solo? ¿No querrías sentarte con nosotras en nuestra mesa?

–Ante tan amable invitación, tomo mi cerveza y me reúno con ellas. Pronto me pude dar cuenta que no estaban en absoluto en ánimo de conquista y que solo querían pasarlo bien un rato y reírse de todo el mundo.

Resultó que las tres trabajaban en una empresa ubicada a pocas cuadras de la mía y hacía pocos días habían vuelto de vacaciones. Habían estado en un par de islas griegas con sus parejas y hoy se habían reintegrado al trabajo. Todos habían quedado fascinadas con las islas, el mar, la comida y la gente griega. Por mi parte les cuento que he estado a menudo en Grecia y que en mis próximas vacaciones planeamos con mi señora ir a Rohdos. Esta fortuita conexión con Grecia, fue muy útil. Quedamos en que la semana siguiente, las cuatro parejas nos reuniríamos en el pub Sweet Greece, cerca de la Prager Straße (2).

El contacto era bueno, pero pronto quedó en evidencia que el grupo no era para nada afín a la extrema derecha. En todo caso era bueno desde el punto de vista de poder establecer una relación con gente diferente a la de la oficina.

Para mi señora las visitas como soltera resultaron menos prometedoras, ya que insertarse en un grupo de mujeres desconocidas no resultaba fácil. Aún más difícil era entrar en contacto con hombres sin que se prestara para interpretaciones molestas, especialmente cuando todos estaban bebiendo alcohol.

Pasado un par de meses, como el avance era muy poco, fuimos llamados a Berlín y estuvimos reunidos un par de días para analizar la situación. La conclusión fue que deberíamos cambiar totalmente la estrategia. Debíamos alejarnos del grupo del Sweet Greece pub y tratar de empezar una nueva vida como simpatizantes de la extrema derecha.

Era fácil encontrar cabezas rapadas, pero no era tan fácil iniciar una conversación con ellos posando de ser admiradores de sus ideas. Pero así como hasta ese momento no habíamos tenido mucha suerte, finalmente se presentó una ocasión en que la suerte sí nos acompañó. Una tarde se armó una trifulca entre neonazis e izquierdistas y después de la batahola quedaron dos nazis en el suelo y ambos bandos salieron del local persiguiéndose unos a otros. Nosotros nos acercamos a los caídos, los sacamos del pub y en un taxi los llevamos al hospital más cercano. Un poco preocupados,  pretendíamos dejarlos en manos de los médicos y después desaparecer, pero desde la administración no nos dejaron ir.

–Ustedes tienen que declarar cuando llegue la policía, como testigos –nos dijeron. Fue así como tuvimos que esperar la llegada de la policía, declarar y finalmente atender a los dos accidentados como si nosotros tuviéramos algo que ver en el asunto. Fuimos citados para presentarnos al día siguiente en las oficinas del juzgado local y debimos llevar a nuestros “amigos” en taxi pagado por nosotros a sus respetivas casas, ya que ellos habían perdido todas sus pertenencias en la gresca.

En realidad, nuestro amigos solo habían recibido una paliza de mediana intensidad y fuera de un par de moretones en la cara y algunos machucones en los brazos, estaban en perfecto estado de salud. Seguro que si no hubieran estado medio curados, no habrían quedado botados en el suelo. Pero claro, estaban con miedo y recibieron de muy buena gana la compañía de un par de protectores, quienes, además, habían quedado ante el hospital como los responsables de llevarlos a sus domicilios. No nos quedó otra cosa que cumplir nuestro deber de ángeles custodios y los dejamos a ambos en sus casas. Naturalmente nos agradecieron que los hubiéramos atendido cuando sus colegas los habían abandonado y nos despedimos hasta el día siguiente.

En el juzgado local, nos encontramos con nuestros protegidos. La policía nos trató desde el principio como miembros de una agrupación de derecha y nosotros no hicimos nada para desengañarlos. Hicimos una declaración en la que remarcamos que nuestros amigos habían sido agredidos por un grupo de borrachos izquierdista y que nosotros, sin conocerlos, los habíamos llevado al hospital. Ellos confirmaron lo que habíamos declarado, agregando que ellos no solo no habían participado en la pelea, sino que habían sido agredidos mientras ellos se encontraban tranquilamente sentados en una mesa contigua a la nuestra. Naturalmente, no quisimos desmentir su relato y tuvimos que confirmarlo. Al despedirnos, nos agradecieron nuevamente y quedamos de encontrarnos más adelante, para lo cual intercambiamos nuestros correos.

Terminado el encuentro empezado esa tarde en el pub y terminado al día siguiente en el juzgado, concluimos que había un saldo positivo. Nuestro dos neonazis eran personas amables con los que consideraban como los suyos. Después de que los habíamos rescatado de las hordas bolcheviques, no se les pasaba por la mente el preguntarnos cuál era nuestro pensamiento.

Pasó una semana y recibimos un correo en el que nos invitaban a encontrarnos en un pub cercano, a la hora de los Happy hours.

El día acordado, llegamos al pub. Y como lo habíamos pensado, nuestros amigos no estaban solos. Después de las presentaciones, habló el mayor de nuestros amigos. Se mostró como un héroe atacado por una horda izquierdista y nos indicó a nosotros como sus salvadores. Terminada la presentación, el grupo se deshizo en aplausos. Se levanta uno que parecía ser el jefe, nos felicita y dice que el grupo se siente honrado de poder recibirnos e invitarnos a unas cervezas de camaradería. Él, de pasada, dice que espera poder conversar en privado con nosotros en los próximos días. Después de varias rondas de cerveza, sin comer absolutamente nada, se da por terminado el encuentro. Para nuestra extrañeza, nadie hizo el menor caso a nuestro acento. El racismo nos había salvado, gracias a tener una piel clara.

 

 

Dippoldiswalde

Tres días después de la reunión en el pub, en la que conocimos al jefe, recibimos una invitación para conversar en un departamento del centro de la ciudad. Nos encontramos con él y con nuestros dos protegidos. Esta vez el ambiente era bastante diferente. Sentados frente a una gran mesa, con las consabidas cervezas, sufrimos casi un interrogatorio. Querían saber todo sobre nuestras vidas.

Pero nosotros estábamos muy bien preparados para ese ejercicio. Le contamos de nuestras vidas en forma general y a sus preguntas éramos capaces de responder con detalles aprendidos en largas sesiones de preparación. Por qué hablábamos alemán, por qué habíamos dejado Colombia. En un momento amenizamos nuestras historias contándoles sobre la masacre de Bojayá, un lugar que habíamos visitado antes de que los paramilitares y las Farc se ensañaran con el pueblo. De pasada, en diferentes momentos, les mencionábamos nuestra calidad de apolíticos, que solo deseábamos vivir en paz. Finalmente les contamos sobre nuestra vida en Alemania y cómo después de ocho años habíamos adoptado la nacionalidad alemana perdiendo así nuestra nacionalidad colombiana.

Al parecer quedaron satisfechos con nuestras historias y nos dijeron que ellos estaban interesados en que la empresa en la que trabajábamos nos enviara a un sucursal que para ellos había llegado a ser de gran importancia. Se trataba de la sucursal que tenían en Dippoldiswalde [3], un pequeño pueblo situado a unos 20 km al sur de Dresden.

Nos dijeron que los dueños de la empresa eran afines a sus ideas y si nosotros aceptábamos, ellos podrían conseguir que la empresa nos ofreciera que nos mudáramos a esa sucursal. Nos despedimos como grandes amigos y efectivamente dentro de la semana nos llamaron de la gerencia para hacernos la oferta de la que nos habían hablado. Nos manifestamos sorprendidos, y como las condiciones económicas eran bastante buenas terminamos aceptando. Junto a una aceptable mejora del sueldo, la empresa nos entregaba sin costo un departamento que poseían en el centro de la ciudad.

La empresa se hizo cargo  del traslado y en dos semanas estábamos instalados en nuestro nuevo departamento. Nos dieron unos días para que nos aclimatáramos y empezamos a trabajar en nuestros nuevos proyectos. Pasaron algunos días y por fin llegó el momento en el que íbamos a ser informados sobre el tema de su interés y nos reunimos en nuestro departamento.

Se presenta Hans, el jefe del grupo, y empieza su alocución diciendo que el tema a ser tratado es absolutamente confidencial. Explica que la directiva confía en nosotros y que a la vez espera que nosotros podamos responder a la confianza que se nos entrega.

Después de la caída del muro –empieza diciendo Hans– los integrantes de la Stasi [7] vivieron tiempos difíciles. Un grupo de los más altos oficiales desaparecieron del país. La mayoría, sin embargo, o no estaba en condiciones de emigrar o decidieron que no querían abandonar su país y decidieron afrontar las consecuencias tratando de pasar desapercibidos. Por otro lado, por parte del gobierno federal, no hubo nunca un deseo real de perseguirlos y aceptaron en general la argumentación que esgrimían, en el sentido de que ellos habían sido patriotas que defendían su país. A su favor jugaba el hecho de que no había acusaciones de torturas o ejecuciones como forma de actuar institucional. Se habían abierto juicios contra algunos oficiales, pero las causas avanzaban poco por falta de pruebas condenatorias. Se había logrado algunas condenas a personal de los servicios fronterizos, pero ellos no pertenecían a la Stasi. Otra razón que se manejaba, pero que no se publicitaba mucho, era que existía la opinión de que estos oficiales eran en general personas que habían sido elegidas, entre otras razones, por su alto coeficiente intelectual. Si a esto se unía el hecho de que se reconocía que su labor había sido en defensa de su país de entonces y que en el cumplimiento de sus tareas no habían cometido ningún tipo de crímenes contra la humanidad, para la Alemania reunificada no era una buena política prescindir de esos hombres. Así, pese a la presión de la derecha de la zona de la ex RDA (4), el gobierno no se dedicó nunca a perseguir seriamente a los ex oficiales de la Stasi.

Sin embargo, en la ex RDA, había grupos que no perdonaban a aquellos que habían sido muy importantes defensores del gobierno socialista. Algo parecido pasaba con los integrantes del ejército. Tampoco se los perseguía, aun cuando sus grados no habían sido reconocidos como se debía y su futuro dentro del ejército no tenía ninguna perspectiva.

Nuestro grupo –continuó Hans– tiene desconfianza en esta gente y hemos estado tratando de seguirle sus pistas. No creemos que todos hayan dejado de ser comunistas convencidos. Incluso, sospechamos que algunos no solo no han dejado sus ideas, sino que están trabajando organizadamente en contra de nosotros. Es aquí donde queremos que ustedes trabajen. Necesitamos que ustedes se relacionen con ciertas personas que nosotros pensamos que están tratando de perjudicarnos.  Si ustedes están en principio de acuerdo con tomar esta tarea, nosotros los volveremos a contactar. Si por alguna razón, ya sea por temor u otro asunto de tipo personal ustedes no quieren tomar esta responsabilidad, no hay problemas. El Trabajo ofrecido aquí en Dippoldiswalde seguirá en pie. Solo les pedimos que mantengan esta conversación en absoluta confidencialidad. Independiente de cuál sea su decisión, queremos seguir manteniendo contacto con ustedes para que eventualmente nos den su apoyo en cosas puntuales. Se dio así por terminada la reunión y nos pidieron que nos reuniéramos la semana siguiente para que les diéramos nuestra respuesta.

Llegado el día de la reunión, dimos nuestra respuesta afirmativa. Se nos dijo entonces que a partir de ese momento, las reuniones serían en casas de la organización y que en ningún momento nos veríamos en público. Con respecto a la historia del pub que nos había permitido llegar a conocernos, esta debía ser olvidada totalmente. En adelante, las comunicaciones serían solo por mensajería y los temas a ser tratados nunca indicarían la realidad a ser comunicada. Se nos haría llegar temas claves que tendrían apariencia de cosas totalmente comunes pero que tendrían significados pre definidos.  Por el momento y hasta el próximo contacto, solo nos dedicaríamos a nuestras labores en la empresa.

Pasó casi un mes, en el que solo nos dedicamos a nuestro trabajo oficial, hasta que un día nos llega un mensaje que significaba que debíamos encontrarnos en la única dirección que nos habían dado previamente, en una fecha y hora que se podían deducir del mensaje.

Nos presentamos, como acordado, en una casa ubicada en la periferia de la ciudad. Era una bonita casa antigua, remodelada, con un sitio bastante más grande de lo usual. Nos esperaban cinco personas, con Hans a la cabeza. En la reunión nos explican que tienen un primer trabajo para nosotros. Se trata de la necesidad de acercarse a una persona de la cual se sospecha que pudiera estar relacionada con los grupos de izquierda. Nos cuentan que se sabe que en la época de la RDA esta persona era una informante e incluso en algunos momentos habría prestado ciertos servicios a la Stasi. Después de la caída del régimen comunista, ella muy hábilmente se cambió de bando y consiguió una buena posición en la municipalidad, donde estaba a cargo de un departamento de asistencia a la comunidad. La persona en cuestión, Christine, era una mujer de unos 45 años, inteligente, que se mantenía físicamente muy bien y sabía aprovechar muy bien su posición en la municipalidad. Se había separado hacía mucho tiempo y no se le conocía una pareja permanente. Su único familiar conocido era una hija de unos 25 años, Agnethe, que vivía también en la ciudad.  Nuestra labor era lograr conocer cuáles eran sus actividades que pudieran estar en contra de nuestras posiciones. Nos explicaron que nosotros debíamos encontrar la forma de cumplir con nuestra tarea, nos dieron la dirección de Christine y varias fotos de ella. Además, nos dieron una pista para empezar. Tanto ella como su hija visitaban frecuentemente un determinado gimnasio en el centro de la ciudad. Así se dio por terminada la reunión.

Utilizando la pista entregada, empezamos a frecuentar el gimnasio a diferentes horas. Hasta que un día la encontramos en el gimnasio. Con el tiempo logramos conocer los días y horas en las que tanto Christine como su hija asistían al gimnasio. También determinamos cuáles eran sus máquinas preferidas y nos planificamos para encontrarlas utilizando los mismos equipos que ellas.

Habiendo determinado los días en que ellas asistían a la salida de su trabajo, nos empezamos a turnar. Al cabo de un mes cuando nos encontrábamos ya nos saludábamos como se suelen saludar los vecinos. Un viernes decidimos ir los dos y en un momento mi señora encontró el motivo para empezar a conversar con Christine. En la conversación ella contó que todos los viernes después del gimnasio ella y su hija se encontraban con amigos en un pub cercano. Cuando ella le sugirió que a la salida fueran juntas al pub, mi señora le dijo que ese día tenía un compromiso con su marido pero que el próximo fin de semana sí podría resultar. Se trataba naturalmente de no parecer demasiado interesados. Aprovechó para decirle que ella estaba en ese momento con su marido y le mostró donde yo estaba sudando la gota gorda en una máquina cercana.

Durante la semana ellas se encontraron una vez y confirmaron que el viernes iríamos al pub juntos. Ese día, a la salida, se hacen las presentaciones del caso y llegamos los tres al pub casi como amigos. Al poco rato se integra Agnethe. Esa costumbre de asistir a los pubs, parecía ser una costumbre que nos ayudaría una vez más.

Madre e hija resultaron ser bien entretenidas y en el tiempo que estuvimos juntos, llegaron varios a saludarlas muy amistosamente. Parecía que eran muy populares. Nosotros habíamos decidido no apresurar las cosas, así es que no mencionamos nada que nos interesara. En todo caso, por algunas cosas que dijeron entre bromas, daba la impresión de que no eran de derecha, aun cuando en ningún caso se las podía catalogar de personas afines a la izquierda.

Una vez de vuelta al departamento, conversábamos sobre el lío en el que nos estábamos metiendo. Desde llegar a Dresden para averiguar sobre los alcances de las actividades de los nazis a pasar a ser adoptados por ellos mismos para infiltrarnos en la izquierda militante. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que Hans se diera cuenta que nosotros no avanzábamos en la entrega de la información que ellos buscaban? Bueno, no quedaba nada más que apechugar. ¡Y tener cuidado!

Nosotros seguíamos en nuestro trabajo de programación y al mismo tiempo cultivábamos amistades. Habían pasado unos cuatro meses desde el inicio del trabajo en nuestra nueva sucursal y un día  Hans nos invita a participar en un grupo que iba a ir por unos días a la Suiza Sajona. Era un grupo de unas veinte personas que había arrendado un pequeño hotel y les quedaba una pieza para dos personas disponible todavía. Se trataba de un viaje en grupo, pero en el que cada cual podía hacer lo que quería durante los tres días.  Aceptamos la invitación.

La Suiza Sajona queda unos 50 km al este  de Dresden y es un viaje muy corto en tren, con un trasbordo final. Llegamos un viernes en la tarde al hotel y regresamos el lunes en la mañana a Dippoldiswalde.  Durante el día cada uno andaba por su lado y solo nos reuníamos a la hora de la comida en la tarde (para el Abendbrot [8]) y después nos dedicábamos a tomar cerveza y a degustar algunas cosas características del lugar.

La última noche reunió a todo el grupo y se cantaron esas canciones típicas de los pubs cuando la cerveza ya ha corrido como se debe. Nosotros paramos después de la segunda y para no desentonar, cuando íbamos a buscar la siguiente, pedíamos una ginger ale y llegábamos de vuelta con el vaso cuando ya la efervescencia de la bebida había terminado. Nadie nos rochó. Ocurrió que esa noche se jugaba un partido de fútbol muy importante para la liga alemana, así es que de a poco los integrantes de nuestra mesa se iban levantando y se acomodaban frente a un gran televisor ubicado en un extremo del salón. Al cabo de un rato en la mesa quedábamos solo nosotros dos y un caballero de cierta edad, que evidentemente no era fanático del fútbol.  Terminamos acercándonos para poder conversar con comodidad.

En un momento de la conversación, le dijimos que hacía una semana habíamos estado en un funeral de un político que había muerto en circunstancias poco claras. Y le comentamos –al parecer, hay gente que maneja armas en forma no oficial–. Nuestro nuevo amigo, que ya estaba bastante alegre, respondió que efectivamente había armas en muchas más partes de lo uno se podía imaginar. Nosotros no quisimos aprovechar inmediatamente la ocasión para tirarle la lengua, pero buscamos temas relacionados que al rato siguiente permitieron que él volviera a hacer mención de las armas. Al parecer tenía ganas de lucir sus conocimientos ante un público ignorante y atento. Nos preocupamos de que no le faltara la cerveza, mientras nosotros nos dedicábamos al ginger ale. En su afán de lucimiento, al rato nos dice     –ustedes mismos han estado en algunas de las casas en las que nosotros  guardamos  cosas interesantes.

Demostramos poco interés en sus confidencias y nuestro amigo pronto se olvidó de nosotros y se quedó dormido en la mesa. Nos levantamos dejándolo solo y esperando que en su borrachera olvidara lo que nos había contado.

Al día siguiente volvimos a Dippoldiswalde como estaba planificado. De nuestro amigo, nunca más volvimos a saber. Como hasta ese momento habíamos tenido reuniones solo en dos casas, si nuestro amigo no estaba inventando, y como se había referido en plural a las casas que nosotros conocíamos, no había necesidad de hacer deducciones complejas. Él nos había indicado la ubicación de dos lugares importantes. Naturalmente eran casas bastante grandes, con lo que la información, aun cuando buena, no era suficiente.

Otra vez, de vuelta a nuestro trabajo, a las sesiones de gimnasia y a los encuentros de  los días viernes en la tarde. De Hans sabíamos muy poco y de nuestros compañeros de Berlín absolutamente nada.  Después de la infidencia del amigo borrachito, empezamos a pensar que no eran tan profesionales como al principio habíamos creído. Esto se confirmaría en las próximas semanas.

Las relaciones amistosas con Christine y su hija seguían progresando. En realidad, no parecían para nada personas con algún tipo de preocupación por la política y se lo hicimos saber a Hans. Él nos indicó que esas dos personas eran muy hábiles, así es que debíamos perseverar en tratar de profundizar la amistad iniciada y en conocer sus contactos. Durante uno de nuestros encuentros en un pub, en el que estábamos los cuatro en una mesa, en un momento Christine dice que quiere ir al servicio y Agnethe dice que ella también quiere y la acompaña. No habían desaparecido todavía del salón y suena el celular de Christine. Estaba sobre la mesa junto a su cartera. Lo miro y en la pantalla aparece el nombre de la llamada entrante. Decía “Hans”. El que llamaba no insistió mucho y cortó. ¿Sería nuestro Hans? Éste es un nombre bastante común, pero la duda nos carcomía.  Me decido. Tomo el celular, inspecciono el contacto y aparece un número. Rápidamente lo copio en un papel y dejo el celular en el estado anterior a mi intervención. Pero claro, con mi manipulación, la pantalla se había vuelto a iluminar y no era posible apagarla manualmente. Solo había que esperar que no regresaran todavía. Con alivio vemos como al cabo de un largo momento la pantalla se apaga. Pronto regresaron nuestras amigas y seguimos disfrutando la velada sin mayores contratiempos.

Al día siguiente, después del trabajo, empezamos a analizar el tema del celular. ¿Sería otro Hans cualquiera? Decidimos esperar unos días y llamar al número. Nos ingeniamos para conseguir que alguien aceptara imitar una de esas llamadas que hacen ofertas de cambio de compañías proveedoras de servicios de telefonía, la cual nosotros grabamos.  Después hicimos varias pruebas entre nosotros, llamando, esperando escuchar la voz de la persona que atendía y poniendo la grabación. Cuando consideramos que dominábamos el método, llamamos utilizando un celular de prepago. Alguien atendió y la grabación partió. Escuchamos la voz de Hans diciendo que no estaba interesado y cortó. Quedamos casi en estado de shock.

Decidimos viajar a Praga. Es un viaje de menos de dos horas y nos instalamos en un hotel cercano al Moldava. Una vez instalados, la primera cosa que hicimos fue  usar el protocolo de contacto para indicar que estaríamos los días viernes, sábado y domingo en Praga. Las formas de encontrarnos, lugar y fecha, se especificaban de acuerdo a las claves del protocolo. Como resultado, el domingo a medio día nos encontramos en un centro de negocios,  parte de un conocido restaurant en el centro de la ciudad vieja.

Era la primera reunión en los más de ocho meses desde que habíamos dejado Berlín. Tuvimos que resumir en general las cosas más importantes que nos habían ocurrido y terminamos exponiendo nuestras conclusiones e inquietudes.

Les narramos nuestra conversación la última noche del viaje a la Suiza Sajona, con el amigo borrachito y con ganas de lucirse. El resultado de aquella conversación había sido que nosotros, en nuestras reuniones en ciertas casas, habíamos estado en lugares en donde se guardaban cosas interesantes. En qué consistían esas cosas no se había aclarado, pero se las había mencionado a continuación de haber estado tocando el tema de las armas encontradas en Dresden. Como nosotros habíamos estado solo en dos casas, no era difícil sacar conclusiones.

Después, le contamos de nuestras dos amigas, quienes según Hans podrían ser de los servicios de inteligencia del antiguo y hoy desaparecido SED (6). Les explicamos que hasta el día de hoy no habíamos podido comprobar en ningún momento simpatías de ellas  por la izquierda y que habíamos empezado a tener dudas de las intenciones de Hans. Finalmente le contamos de la llamada de Hans al celular de Christine, y cómo habíamos comprobado que se trataba de nuestro Hans.

Nuestros jefes nos habían escuchado sin interrumpirnos y cuando terminamos nos dicen –al parecer, ustedes podrían estar en problemas. Los nazis no son una organización como  para jugar con ellos. Hay que tener mucho cuidado–. Nos explican que debido a cómo se estaban desarrollando las cosas, deberíamos abandonar nuestra tarea. Pero esto, en un plazo adecuado ya que no deberíamos  levantar sospechas para no echar a perder los avances obtenidos.

Nos dijeron que nuestro trabajo, aun cuando debía terminar, no había sido en vano. El hecho de conocer dos lugares en los cuales probablemente se guardaban armas robadas al ejército, era de extraordinaria importancia. En algún momento iba a ser posible utilizar esta información. Con respecto a Christine, antes de venir a Praga habían logrado obtener alguna información sobre ella. Se la consideraba un miembro activo de la inteligencia de las agrupaciones de izquierda de Sajonia. Ahora, habría que ver modos de aislarla, pero sin interrumpir ni sus contactos con Hans ni con su célula del ex SED. Habría que aprovechar bien sus servicios de doble agente. En cuanto  a Hans, quedaba en evidencia que, por alguna razón aún desconocida por nosotros, el hombre había pedido ayuda a Dresden para vigilar a Christine, su colaboradora. Para su desgracia, sin saberlo había recibido una ayuda poco deseable   Con respecto a nosotros, nos dijeron que debíamos volver y continuar nuestra vida como si nada hubiera ocurrido. En algún momento ellos organizarían una retirada creíble,  que permitiera mantener el trabajo iniciado.

Un par de meses después de nuestro encuentro, recibimos una carta de Colombia en la que se nos cuenta que mis padres habían tenido un grave accidente, que ellos no estaban en condiciones de vivir solos, y que siendo yo el único hijo de ellos era necesario que regresara para organizar su nueva forma de vida. En menos de una semana viajamos de vuelta a Colombia y casi no hubo tiempo para despedidas. Los dos últimos meses fueron tremendamente desgastadores. Preparábamos las cosas para que los que tomaran nuestros lugares lo hicieran sin problemas. Por otro lado, pensábamos en qué tan posible era que Hans y Christine en algún momento comentaran sobre la fecha y hora de la llamada telefónica que no había sido respondida.   Cuando el avión salió del espacio aéreo de la UE, respiramos tranquilos. Nuestra enredada vida de amigos de nuestros enemigos, había terminado.

 

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Nota. El nombre de la ciudad de Dresden, se suele traducir al castellano a menudo como Dresde, eliminando sin ningún motivo la n final. En este relato se mantiene el nombre original Dresden. Con un predicamento parecido, los españoles podrían traducir el nombre de la ciudad de Concepción, como Concepció, o Berlín como Berlí.

[1] Resucitados

Se hace referencia al cuento “Equipos electrónicos”

[2] Sweet Greece pub

En la web se encuentra: Ambiente moderno. Cómodos asientos al aire libre en una codiciada ubicación en el centro de la ciudad.

[3] Dippoldiswalde

Municipio situado en el estado federado de Sajonia, a una altitud de 375 metros. Su población a finales de 2016 era de unos 4500 habitantes.

[4] RDA

RDA. República Democrática Alemana. La Alemania del este, perteneciente a la órbita soviética

[5] AFD.

Alternative für Deutschland (Alternativa para Alemania)

[6] SED

SED. Sozialistische Einheitspartei Deutschlands (Partido socialista unificado alemán)

[7] Stasi. El Ministerio para la Seguridad del Estado (en alemán Ministerium für Staatssicherheit), más conocido por su abreviatura Stasi, era el órgano de inteligencia de la República Democrática Alemana (RDA)

[8] Abendbrot.  Una especie de  cena sencilla al final del día, pero no muy tarde.

 

 

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