Equipos electrónicos

Bolivia, region andina Henrique Sá, on Unsplash

Equipos electrónicos

Nos avisaron que debíamos viajar a Medellín en donde estaríamos un par de meses y después saldríamos con rumbo a nuestro destino, convertidos en  flamantes encargados de una nueva sucursal. Nos convertiríamos en colombianos nacidos en Medellín a quienes se le había asignado una nueva posición dentro de la empresa del área de la electrónica.  En esos dos meses nos fuimos interiorizando del trabajo de compra y distribución de los equipos. En paralelo, debimos aprender cómo había sido nuestra vida en el país y nos habían asignado la historia de uno de los muchos matrimonios desaparecidos en el país. Adicionalmente, debíamos aprender a hablar con acento y utilizar términos paisa  como abrirse, camello, chepa, quiubo, ¿cómo va eso?,  etc., sin exagerar demasiado. La explicación para no conocer muchos dichos, sería que vivimos en Bogotá y en otros lugares por varios años. O sea que no éramos medellinenses verdaderos. La recomendación era no ser muy conversadores, especialmente cuando se trataba de hablar de nuestra patria.

Llegando a nuestro destino, nos presentamos como representantes de nuestra empresa y arrendamos una casa en un barrio de clase media, bastante bien ubicada. En un par de meses teníamos todos los papeles en regla para empezar a funcionar como una sucursal que proveía equipos electrónicos y encontramos un local que estaba ubicado a pocas cuadras de nuestra casa. Cerca de éste había un club social, del que se nos habían dicho que deberíamos frecuentar.

Aparte de manejar nuestra pequeña filial, nuestra tarea principal era establecer relaciones amistosas con parroquianos del club. Esto lo logramos sin mayores dificultades y pronto formábamos parte de varios matrimonios que se solían juntar algunas tardes a tomar un aperitivo o a cenar. Y tal como nos habían dicho, pronto supimos que entre los integrantes había un par de hombres que eran militares. Cuando contamos de esto a nuestros contactos, nos dijeron que los militares no solían tener muchas relaciones con civiles y que normalmente andaban de uniforme. Por lo tanto, había que ser cuidadosos. En todo caso había que reconocer que nuestros dos militares se manejaban perfectamente con el resto y eran muy amables. De a poco íbamos conociendo a los integrantes del grupo y ellos a nosotros. Fue así como se supo que éramos representantes de una distribuidora de equipos electrónicos, lo que motivó que un día unos de los militares nos contara que el departamento de adquisiciones solía licitar los contratos de suministro de equipos. Nos preguntaron si queríamos que en la próxima oportunidad que hubiera un llamado nos avisaran, cosa que aceptamos y agradecimos.

Cuando comunicamos las nuevas a nuestros jefes, nos dimos cuenta que ellos ya lo sabían. Nos dijeron que en algún momento las conversaciones iban a cambiar de giro. Nos contaron que el ejército manejaba mucho dinero y que no necesitaban rendir cuentas al poder civil. Por otro lado, el ministerio de defensa y la contraloría eran ollas de grillos, en las que los partidos solo se preocupaban de poner su gente en puestos claves. Y los militares y la policía aprovechaban muy bien la ausencia de control. Nos dijeron que cuando llegara el momento en que ellos hicieran proposiciones poco honestas, nosotros deberíamos dejar en claro que éramos una empresa a la que solo le importaba hacer buenos negocios. Esta forma de estafar al erario nacional era bien conocida entre los altos rangos del ejército y las autoridades civiles hacían vista gorda. Por esta razón, el involucrarse era una actividad sin grandes riesgos. Algo semejante ocurría con los carabineros. Las otras dos ramas de la defensa, la marina y la aviación no estaban involucradas en la misma forma. A lo más se sabía de cosas extrañas ocurridas durante la compra de grandes equipos y sus repuestos.

Pasaron unos meses y un día nos dicen que hay un llamado para el suministro de una cantidad de equipos y que si queremos ellos nos harán el contacto. Naturalmente que aceptamos y al cabo de unos días recibimos una invitación para presentarnos en el departamento de adquisiciones. Acudimos entonces a una reunión en la que casualmente estaban nuestros dos amigos. Ellos nos presentaron, dijeron que nos conocían y todo funcionó a la perfección. Salimos con un voluminoso sobre con formularios a llenar y la descripción de los equipos a cotizar. Quedamos citados para regresar en tres semanas con nuestra oferta y  a partir de ese día nos dedicamos solo a eso. Había que llenar una infinidad de formularios y por otro lado empezamos a cotizar con nuestros proveedores.  El día fijado nos presentamos con nuestra propuesta y se nos dijo que dentro de quince días tendríamos noticias de ellos.

Pronto nos llegó una invitación a una reunión. Nos dijeron que nosotros estábamos en una lista corta, pidieron que complementáramos algunos detalles y nos invitaron para que volviéramos en tres días.

Regresamos en la fecha indicada y esta vez nuestros anfitriones resultaron ser dos oficiales de alta graduación. No dijeron que habíamos ganado la propuesta y que se había decidido que el suministro cotizado sería la base de un contrato que duraría cuatro años. Como cosa de menor importancia, nos explicaron que los equipos serían  facturados mensualmente y que por necesidades de los procedimientos, habría ocasiones en que nosotros deberíamos facturar pero no haríamos suministros. El valor correspondiente a esta factura se debería cobrar y el noventa por ciento se debería entregar en efectivo a una persona que ellos indicarían. Nosotros hicimos como si todo nos pareciera de lo más normal y el convenio quedó cerrado. ¡Habíamos ingresado a la mafia militar!

Nosotros teníamos muy poco contacto con nuestros jefes, pero a partir de ese día éste debía ser totalmente minimizado. Nos dijeron que lo único que querían era que guardáramos copias de todas las transacciones delictuales en las que participáramos con ellos.

Pasados unos seis meses, los suministros ficticios se empezaron a hacer cada vez más frecuentes, en relación directa al apetito de los altos rangos. Por otro lado,  la cantidad de información guardada nos preocupaba cada vez más. Además notábamos que de vez en cuando éramos seguidos, e incluso una vez nos dimos cuenta que habían ingresado a nuestra casa durante nuestra ausencia y habían estado registrando. Si hubiesen encontrado los documentos almacenados, eso habría sido nuestra sentencia de muerte.  Necesitábamos urgentemente deshacernos de ese material. Les hicimos saber de nuestra situación, y al poco tiempo nos hicieron llegar una pequeña maleta cuyas paredes tenían un doble fondo. Era un sistema bastante simple que consistía en que en la parte inferior de las paredes había una cremallera que se abría y cerraba utilizando una especie de fino atornillador. Éste era realmente imperceptible para cualquiera que no fuera un experto. Pero el sistema no era apto para esconder grandes volúmenes. Organizaron entonces unas cortas vacaciones a la costa y en el mismo hotel se hospedaron ellos. La entrega se realizó sin problemas y naturalmente aprovechamos de plantearles nuestras aprensiones y recibimos información muy útil para nuestro trabajo. Una de sus recomendaciones fue que deberíamos empezar a vivir más de acuerdo con la vida de comerciantes exitosos que habíamos llegado a ser.

De vuelta de esos días de vacaciones, cambiamos nuestro auto por uno nuevo y empezamos a buscar un nuevo local. Teníamos tres empleados, así es que buscamos uno bastante amplio, con una  sala de ventas, una bodega, un gran patio interior, cocina, comedor, tres baños, además de tres oficinas y un pequeño salón para reuniones y recepción de los clientes.

Todos los papeleos de las importaciones, que normalmente hubieran requerido meses de espera,  se realizaban sorprendentemente en tiempo récor. En una de las reuniones con el departamento de adquisiciones, no informaron de un proyecto en el que todas las casas de un cierto grupo de oficiales iban a ser provistas de sistemas de seguridad de última generación.  Querían que nuestra empresa suministrara e instalara esos equipos.  El contrato no sería por un precio fijado de antemano, sino que ellos irían pagando a medida que nosotros presentáramos las facturas mensualmente. Para el inicio del trabajo tendríamos adelantos más que suficientes.  Era una gran muestra de confianza y se notaba que el dinero no les faltaba.

Hicimos un viaje a Finlandia para la compra de los equipos y naturalmente aprovechamos la ocasión para vaciar nuestro stock de documentos. En un par de semanas estuvimos de vuelta y empezamos a preparar el sistema. Como íbamos a requerir de un programador para centralizar el sistema, contratamos a un ingeniero cubano que residía en Florida, el que llegó a instalarse en la ciudad por el tiempo que durara el trabajo.

Mientras esperábamos la llegada de los equipos, empezamos a preparar el software con el cubano. Yo aprendía con él a mi nivel de usuario, pero me esforcé mucho para saber más de lo necesario. El servicio de información, de la que ellos denominaban  “la Empresa”, estaba muy interesado en el sistema de control y nos presentaron un ingeniero que sería su contraparte. Esta persona fue en realidad solo un control nominal de la programación, debido a que él era  solo un especialista en hardware. Después de la primera semana desapareció, en parte debido a que confiaba plenamente en el ingeniero cubano ya que este era un anticomunista acérrimo. Así, el trabajo de programación avanzaba sin ningún tipo de control exterior. La Empresa había solicitado que se incluyera un módulo que les permitiera a ellos la supervisión del sistema. El cubano, que había entrado en confianza conmigo me dijo que él, adicionalmente, incluiría un sistema de control, no declarado, que le permitiría solo  a él controlar en forma remota e indetectable, todo el sistema. Yo por mi parte me preocupé de que no fuera solo él quien pudiera tener ese control.

Una vez que llegaron los equipos, nos llamaron del departamento de adquisiciones para explicarnos las medidas de seguridad que habríamos de tener durante la instalación del sistema. En una primera etapa, se trató solo de instalaciones en casas particulares y edificios de uso general. Esto se realizaría sin demasiado control sobre los instaladores involucrados. Solo se requería un chequeo por parte de la Empresa, de los antecedentes personales de ellos. En una segunda etapa, los sistemas se instalarían en ciertas dependencias de la Empresa y en ese caso las medidas de seguridad exigían que los técnicos no supieran ni  la ubicación ni el uso de los edificios en los que trabajarían. Como las exigencias eran muchas, y nosotros no queríamos tener más responsabilidades, les solicitamos que ellos mismos nos eligieran el personal. Unos días antes de iniciar los trabajos, les dimos un pequeño curso suficiente para que se desempeñaran sin problemas.  Convinimos con la empresa, en que los trabajadores se reunirían en el patio interior de nuestras oficinas y desde ahí serían trasladados en un vehículo sin ventanas hasta un patio interior del lugar de trabajo. El trayecto se alargaría con muchas vueltas innecesarias con el objeto de impedir que se formaran una idea de adonde se dirigían. El regreso sería en la misma forma. Las dependencias estarían preparadas para no dar indicios de las actividades que en ellas se realizaban.

Desde el primer día nos dimos cuenta que pese a los esfuerzos que la Empresa hacía por ocultar el uso de las dependencias, todos los instaladores se percataban fácilmente de que, por lo menos, se trataba de cárceles. Si bien los técnicos no sabían la ubicación de los lugares de trabajo, mi señora y yo, que organizábamos el trabajo, sí lo sabíamos.  En una ocasión fuimos citados a una reunión en uno de estos lugares y  por falta de precaución, o quién sabe si a propósito,  pudimos ver algunas de las actividades que allí se desarrollaban.

A partir de ese momento decidimos que no podíamos continuar con esa tarea. Se lo hicimos saber a nuestros contactos y ellos nos pidieron que tuviéramos paciencia. Nos dijeron que la labor que estábamos realizando era de extraordinaria importancia y que por el momento no tenían quien nos pudiera reemplazar. Nos aseguraron que cuando llegara el momento en que la documentación reunida sería utilizada, lo harían de tal manera que fuera imposible que ésta estableciera una relación con nosotros. Sin embargo no consiguieron convencernos, pero continuamos entregándoles información hasta que los sistemas de seguridad fueron instalados en su totalidad.

Desde el momento de esa reunión en uno de los “lugares” mientras éste estaba en funcionamiento, los seguimientos se hicieron constantes. No cabía duda que la Empresa no encontraba aceptable que un par de extranjeros tuviera esos conocimientos. No solo de los lugares en que estos se encontraban, pero incluso de que hubieran visto uno en funcionamiento.

Nuestros jefes nos contactaron un día y nos dijeron que las cosas se estaban poniendo muy peligrosas así es que había llegado el momento de tomar unas largas vacaciones.

Dimos aviso que tomaríamos un mes de vacaciones en Bolivia y tras dejar todo convenientemente preparado partimos.  Durante las primeras semanas mantuvimos informados a nuestros amigos del club de nuestras andanzas. En el último contacto que tuvimos con ellos, les contábamos que habíamos arrendado un todoterreno y que partiríamos a la región andina del país.

Un par de semanas después, los diarios de la capital informaban que dos ciudadanos colombianos, residentes en el país, se habían desbarrancado en un precipicio en Bolivia. El vehículo se había incendiado y los dos ocupantes habían perecido calcinados. Los restos habían sido enviados a Colombia para su sepultura.

__________________________________________

Nota.

Tiempo después se descubre el “Milicogate”, fraude por malversación de caudales públicos y se estima que el monto defraudado sería de alrededor de unos 3.000 millones de dólares.  Se encuentra que existirían unos 1.000 militares vinculados y  que estaban involucrados los últimos cuatro comandantes en jefe del Ejército, entre los que se encontraba Juan Miguel Fuente-Alba.

El caso fue dado a conocer por el diario The Clinic en 2015, en una serie de reportajes firmados por el periodista Mauricio Weibel Barahona.

Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *