Rocoto

 

Rocoto

Cuando salía del cementerio,  caminando entre las tumbas, pensaba en qué habría pasado si algunas cosas se hubieran desarrollado en forma un poco diferente. Ocurre que a veces un pequeño detalle puede cambiar el rumbo de los acontecimientos. Se mezclaban los recuerdos del cerro con sus vertientes, de la vega, de los bosques con el claro entre ellos y de la vieja casa semi destruida, con esos momentos ocurridos durante algunos veranos.  Recordaba así esa vieja historia mientras caminaba hacia la salida. En los días siguientes estuve rememorando algunas de esas cosas.

El fundo se extendía desde los altos del cerro hasta el río. Por el lado norte colindaba con el pueblo y por el lado sur con otro fundo y algunas propiedades menores. En uno de esos veranos conocimos la familia croata del fundo vecino, cuyos dueños tenían varios hijos y con el tiempo llegamos a ser bastante amigos. Nos invitaban a la pequeña piscina que habían construido,  cuya agua se renovaba permanentemente con el agua de la vertiente que pasaba por el lado de la casa. A menudo nos invitaban a tomar onces y el comedor se llenaba de cabros chicos y adolescentes. Y como suele pasar, a mí, que tenía unos quince años, me empezó a preocupar la mayor de las hijas de los vecinos. Gabriela, que tendría unos trece años, era una chica agradable, de ojos verdes y pelo rubio color espigas de trigo maduro. Pero nunca pasaba nada. Durante el año casi no la veía y solo nos volvíamos a ver en el verano. Ella vivía en un mundo en el que solo lo croata era importante.

Cuando estaba en el último año del colegio, tuve que reconocerme a mí mismo que más de algo me pasaba con Gabriela. Y lo empecé a pasar mal cuando supe que había empezado a pololear con un croata del sur. En el verano, antes de entrar a la universidad, me tocó acompañar a su hermano Renato a Osorno. Él iba  a dar un examen y yo lo iba a preparar en matemáticas. El día antes del examen, después de comida, salimos a dar una vuelta por el centro de la ciudad. De repente nos encontramos con el pololo de Gabriela y nos pudimos dar cuenta fácilmente que el gallito andaba en enredos con prostitutas.   Creo que Renato se lo debió haber contado a su hermana, ya que un par de semanas después, la historia con el osornino terminaba.

Tiempo después, Gabriela empezaba una segunda relación. Esta vez con Roberto, naturalmente también de ascendencia croata, quien trabajaba en la capital en una empresa de importaciones. No sé cuánto duró eso, pero en algún momento Gabriela supo que Roberto tenía dos pololas y que ella era solamente la del sur.

Cuando yo llegaba a mi casa de vacaciones, sin preguntar nada sabía si ella estaba pololeando a no. Sencillamente, por la forma en que ella se comportaba conmigo. Recuerdo que un día llegaron de visita al fundo unos conocidos de la familia. Gabriela estaba con nosotros  y uno de ellos la acusa de coquetear con su amigo, sin estar realmente interesada en él.  Ella me habla después de ese tema y sus disculpas fueron un claro  reconocimiento de que  efectivamente coqueteaba por jugar. Y yo, aun cuando veía lo que ocurría, no era capaz de reaccionar y no podía  dejar de pensar en ella.

Hasta que al fin, decidí que tenía que hablar con Gabriela. Así, un día cuando estaba de visita en el fundo, después tomar onces, le pregunto si quiere salir a caminar conmigo. Ella acepta y salimos por el camino que bordeaba el cerro. Caminamos hasta salir del fundo, cruzamos la línea férrea y  atravesamos por el borde del bosque hasta llegar al camino. Desde el camino hasta el río habría unas doce cuadras. No recuerdo exactamente qué conversábamos, pero aun cuando no era un pasear silencioso, la verdadera razón no salía a luz. Yo sabía que iba a decírselo y ella sabía que por alguna razón la habría invitado y naturalmente algo intuía. Son esas cosas que pasan entre los jóvenes y en ese caminar sabíamos que aquello debía ocurrir.

Habíamos llegado a la orilla del río y no podíamos seguir más adelante. Había llegado el momento. Yo lo sabía y ella también. Se lo dije y no hubo respuesta inmediata.  Y entonces, dos segundos después, ante la falta de esa esperada respuesta, sentí como si  lo que acababa de decir hubiera sido falso. Pero yo sabía también que aquello era demasiado verdadero. Era simplemente que  el peso de ese silencio y la desilusión que me embargaba, pesaban demasiado.

Ella ocultó su cara en mi hombro, me pareció que casi como  escondiéndose de un beso. Pero en realidad, en ese momento no había nada más lejano a eso en mis pensamientos. Yo sentía que mi mundo había empezado a ser otro. Había comprendido que ella estaba muy lejos de sentir siquiera algo lejanamente parecido a lo que yo sentía por ella. Concluí también, que para ella no era la primera vez que una situación parecida le ocurría. Su forma de actuar indicaba que indudablemente tenía más experiencia que yo.

Yo ya había hablado. Ahora, hablaba ella. Me cuenta de las dos traiciones y dice que no sabe. Que tiene miedo que le ocurra de nuevo. Que me va a responder. Empezamos a volver y ella se toma de mi brazo.  El mundo era diferente. Yo caminaba un poco como en medio de un sueño. Algo así como estando fuera del tiempo. Cuando entrábamos al fundo, ella se suelta de mi brazo. Llegamos a la casa y nadie pareció haber notado el tiempo en que no estuvimos en el grupo. Al menos, nadie dijo nada.

Más tarde, cuando ya empezaba a oscurecer, salimos en grupo por el camino de los castaños que iba bordeando el cerro y nos detuvimos frente a unos bancos de madera. Ella y yo habíamos quedamos en medio del grupo, el uno al lado del otro. Ella saca un cigarrillo, enciende un fósforo, prende el cigarrillo y deja el fósforo encendido frente a mí. Pero yo no sigo el juego y ella tiene que apagarlo antes de quemarse.  Yo no había querido hacerle un desaire, pero tampoco estaba en condiciones anímicas para tomar parte de ese juego.

Hay una costumbre, según la cual se espera que el hombre persiga a la mujer hasta que ella acepte. Pero no todos somos iguales. Yo había querido que ella sintiera por mí lo mismo que yo por ella. Con nada menor me podría haber contentado. Y ahora sabía que las cosas no eran así, como equivocadamente había esperado. Era triste tener que  reconocerlo, pero había que aceptar la realidad. No me había sido fácil decirle lo que sentía por ella y naturalmente ahora estaba en una situación de debilidad. Tampoco era malo que ella no sintiera como yo. Simplemente, lo que había ocurrido no iría nunca a recordarme esa Tonada del Viejo Amor que solíamos cantar.  Se había hecho de noche. Al día siguiente iríamos todos a  Rocoto, y ella me respondería.

Bajada a la playa de Rocoto

Recuerdo al grupo de cabros sentados en la playa, todos en traje de baño, pero todavía sin que nadie se metiera al agua. En un momento los más chicos se refieren al paseo del día anterior y que no sabían qué había pasado. Como se pusieron un poco insistentes, el papá de ellos les llamó la atención y las bromas terminaron. En un momento ella ofrece ponerle crema en la espalda a un hermano que estaba en ese momento a mi lado. Él acepta, ella lo hace y después me pregunta a mí –No gracias–  le respondo. Sabía que con eso estaba más que ayudando a una respuesta negativa. Primero lo del fósforo no apagado y ahora la negativa a  la crema. Pero en realidad, yo ya no esperaba nada. La respuesta que llegaría iba a ser una mera formalidad. Yo ya sabía que mi sentimiento no era en absoluto compartido y no pretendía alargar esa historia. Un sí hubiera sido algo demasiado poco creíble. Algo demasiado lejano a lo que había sido mi sueño.

Después de un rato salimos los dos a caminar por la playa. Era bueno estar caminando con ella a mi lado, aun cuando sabía lo que iba a ocurrir. En un roquerío nos detuvimos. Ahí, ella me dice que no va a ser mi polola.

Frente al mar, pensaba que debía sentirme triste, pero sólo sentía un gran vacío. Me sentía tranquilo, invadido por una extraña sensación de insensibilidad y desazón. Un viento suave, el olor a mar y el ruido de las olas hacían menos gravoso lo que  acababa de ocurrir.

Roquerío al sur de la playa

Nos quedamos un rato en el roquerío mirando las gaviotas que pasaban volando sobre nosotros y se iban achicando y perdiendo hasta desaparecer. Habíamos dejado de conversar y solo las gaviotas rompían de vez en cuando el silencio. Regresamos por la orilla del mar dejando huellas en la arena, que las olas iban borrando detrás de nosotros. El agua fría nos hacía tratar de evitar ser mojados y en ese juego de vez en cuando no éramos suficientemente rápidos y las olas nos alcanzaban. En la orilla del mar, la vida no se había detenido; la de nosotros, tampoco.

Durante el resto del día evitamos encontrarnos y en el viaje de vuelta estuvimos separados. Nunca más volví a mencionar el tema. Como las dos familias se veían con cierta frecuencia, nosotros no podíamos evitar el encontrarnos de vez en cuando. Pero había una especie de acuerdo tácito, de hacer como si esas conversaciones a la orilla del río y en Rocoto, nunca hubieran existido. Como si las hubiésemos escrito ese día en la arena y las olas se hubiesen encargado de borrarlas.

Aprendí entonces que los recuerdos se pueden tratar de ignorar, pero que no son tan rápidos en desaparecer como uno quisiera. Y suelen haber noches demasiado largas. Tal vez con el tiempo, pensaba, esos recuerdos pudieran incluso llegar a parecernos dulces; pero sólo con el tiempo.

Varios meses después se casó Verónica, la hermana de Gabriela. La fiesta fue en un club en el centro de la ciudad. Después de la comida hubo baile y yo la saqué a bailar. Me extraño un poco que en el baile ella se apretara contra mí. No sabía qué pensar de eso. Un poco después, por una casualidad, quedé detrás de dos cabros más chicos que conversaban sobre la fiesta. Uno aconsejaba al otro que bailara con Gabriela.  –Se aprieta contra ti mientras baila –le decía.  –Anda a bailar con ella–.  Se confirmaba una vez más que yo no era nada especial para ella. Ella bailaba con todos de la misma manera. No la volví a sacar a bailar. Recuerdo que después bailé un buen rato con Ruth, su hermana menor. Ella era demasiado joven para que yo la pudiera ver como mujer. Era muy natural e inocente y yo la veía más bien como a una hermana menor. Pensaba, cómo me gustaría que Gabriela se pareciera un poco a ella. Cuando me despedía esa noche, la mamá de Gabriela me invitó para que fuera  al día siguiente al fundo.

En la universidad, yo tenía una pieza con vista al patio de los ceibos. Una mañana estaba en la pieza y veo a Gabriela paseando por el parque con Kramer, un compañero del último curso. Se trataba de que ella había llegado en su viaje de estudio de último año del colegio y estaban de visita en la universidad. Con el tiempo supe que ella y Kramer estaban pololeando.

Pasaron dos años durante los cuales debo reconocer que no lo pasé bien. Pero con el tiempo las cosas se habían ido aquietando y la vida se había normalizado. Un día iba saliendo de la universidad y me alcanza Gregorio. Resultó que él estaba de novio con la hermana de Kramer y en consecuencia, conocía la historia muy bien. No sé si por iniciativa propia, con autorización de, o a solicitud de, él empieza a hablarme de Gabriela. Resultaba que Kramer se había ido los Estado Unidos y la relación con Gabriela había quedado en el aire. Desde ahí él le había escrito diciéndole que no volvería al país pero que si ella quería  se podía ir a vivir con él. Esto que hoy día puede parecer algo aceptable, en esos años era una locura, por no decir una ofensa. Como ya hacía rato que  me había dado cuenta adónde Gregorio quería llegar, cuando termina de hablar, le digo.

–Bueno, y ¿por qué no se va?

Y como ya el tema estaba totalmente claro y no había necesidad de seguir fingiendo, agrego

-Yo, ahora tengo otros intereses.

Bueno, en realidad había mentido como pocas veces. Seguía enamorado y sin poder olvidar aquella historia. El mentir de ese momento me llegó a provocar  un dolor no solo espiritual, sino que hasta físico. Lo había hecho no tanto porque evidentemente yo era una segunda elección, sino porque no estaba dispuesto a que la historia  volviera a empezar. Ya había tenido suficiente. Habría sido muy poco inteligente una decisión en sentido contrario. Creo que me pude controlar bien para que pareciera que lo que decía no me hacía doler entero. Cuando recuerdo esa conversación, pienso que hice lo correcto.  Tengo grabada como pocas otras oportunidades esa ocasión. El lugar, el problema que Gregorio se hacía para entrar en el tema, el cómo yo me hacía el que no entendía a dónde él quería llegar. Y al final, la decisión de mentir y rechazar la oportunidad tratando de disimular cómo me sentía por dentro.

Así como nosotros íbamos con cierta frecuencia al fundo, ellos pasaban de vez en cuando por nuestra casa. Una vez llega ella con su nuevo pololo y cuando se van yendo, ella se queda un poco atrás y me dice -él sí que me quiere- y se va.  Me quedé un rato, solo, sin saber muy bien qué pensar, tratando de entender lo que había ocurrido. Al parecer algo de la historia seguía ahí, escondido en algún rincón,  aun cuando pretendiéramos que ya no había nada.

Esa relación tuvo un final feliz. Se casaron y la fiesta fue esta vez en el fundo. Yo la veía entre los invitados y notaba que traspiraba y era raro porque no era característico de ella. Llega el momento en que los novios se van a sacar una foto con mi familia. Yo estoy bien atrás y de repente noto que ella me busca con la mirada hasta encontrarme. No entendí bien qué era lo que ella estaba revisando, ya que según lo que yo pensaba, Rocoto y lo ocurrido en el río ya eran cosa de un pasado bastante lejano. Solo habían sido de esas cosas que a veces suelen ocurrir entre los jóvenes.

Pasaron varios años y un día antes de salir del país, fui de visita al fundo. En realidad la visita era a su madre, ya que Gabriela tenía su propia casa en otra parte del fundo. Durante la visita, ella manda a buscar a Gabriela y después de un rato ella llega y su mamá nos deja solos. Conversamos un buen rato y de repente ella me dice.

-Yo era muy tonta. Sólo pensaba en los croatas. Yo leía todas las cartas que tú le enviabas a mi mamá.

Pero yo no quise morder el anzuelo. No quise que la conversación derivara sobre la historia de Rocoto. No deseaba que nos pusiéramos a analizar el pasado. Y derivé la conversación hacia otras cosas, tratando que no se notara demasiado. Esa fue la última vez que el tema fue mencionado entre nosotros.

El recuerdo de algo que nunca ocurrió, puede llegar a parecer a veces como algo triste. Pero en realidad, al menos en esta historia, no fue así. No hay por qué avergonzarse de haber sentido y soñado cuando se era joven. Cuánto costó vencer ese temor de quedar al descubierto. Se sentía profundamente, pero al mismo tiempo existía una gran falta de profundidad al evaluar lo que ocurría. Y entonces, es bueno dejar que las cosas las vaya desdibujando el tiempo. Fue bueno en su momento decir las cosas como eran y también es bueno que cuando pasa el tiempo se pueda recordar el pasado con tranquilidad. Eran otros tiempos y creo que el hecho que nunca llegase a existir ni una mínima caricia, me hizo sentir que no había lazos. Y fui libre.

El día antes de dejar el país, fui con mi mamá a visitar al padre de Gabriela al hospital. Él estaba enfermo terminal y lo sabía. Conversamos un rato los tres y al momento de despedirnos él le dice a mi mamá: -¡Ay Amelita! ¡Qué pena que nunca pasó nada entre nuestros cabros!

 

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Del poema 20, de Veinte poemas de amor y una canción desesperada de Pablo Neruda,

“Aunque este sea el último dolor que ella me causa,

Y éstos sean los últimos versos que yo le escribo”

(Una canción, como recuerdo de un día en la playa de Rocoto)

Tonada del Viejo amor

Versos de Jaime Dávalos, música de Eduardo Falú

 

Tonada del viejo amor

Jaime Dávalos, Eduardo Falú

Y nunca te he de olvidar
en la arena me escribías
el viento lo fue borrando
y estoy más solo mirando el mar.

Qué lindo cuando una vez
bajo el sol del mediodía
se abrió tu boca en un beso
como un damasco lleno de miel.

 

Herida la de tu boca
que lastima sin dolor
no tengo miedo al invierno
con tu recuerdo lleno de sol.

 

Quisiera volverte a ver
sonreír frente a la espuma
tu pelo suelto en el viento
como un torrente de trigo y luz.

Yo sé que no vuelve más
el verano en que me amabas
que es ancho y negro el olvido
que entra el otoño en el corazón.

 

 

 

 

 

 

 

 

Rocoto

 

 

 

Los Fronterizos

 

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