Frauenhain

En la embajada nos trataron como reyes, en un intento para subirnos un poco la moral ese año nuevo del 74. Pero debíamos regresar esa misma noche. Nos embarcamos como a las dos de la madrugada en el único tren que a esa hora iba a Dresden. Era de esos pocos trenes que paran en casi todas las estaciones, así es que nos habíamos preparado para tratar de dormir tanto como se pudiera. A mitad del viaje, en una de las múltiples paradas, nuestro compañero Daniel despierta, mira por la ventana y en medio de la oscuridad cree reconocer la estación de Dresden. Sin pensarlo dos veces se precipita a la puerta y logra bajar antes que el tren vuelva a partir. Conseguido su objetivo y cuando el tren ya va partiendo, se da cuenta que se había equivocado. Se había bajado en  Frauenhain, un pequeño pueblo bastante lejos de Dresden todavía. Nosotros los que viajábamos en el compartimento con él, solo nos dimos cuenta de la situación cuando el tren ya estaba nuevamente en movimiento y Daniel nos miraba desde el andén cubierto de nieve. En su mirada había una expresión que recordaba cuando Condorito decía –exijo una explicación.

El sueño y algunos pícaros tragos del excelente ron cubano habían dejado abajo a nuestro amigo. Afuera estaba todo blanco con varios centímetros de nieve y lo peor es que en esa estación eran muy pocos los trenes que paraban. Se nos acabó el sueño. Qué sería de nuestro amigo, al que nunca le faltaba la salida para hacernos reír, solo allí, muerto de frío en una estación en que él sabía que no se detendría ningún tren esa noche.

Llegando a Dresden, pensando en el compañero que estaría vagando en el andén de esa estación perdida, en medio del frío de la noche y de la nieve, se nos había acabado totalmente el sueño. Nos fuimos a mi pieza en el internado y a falta del ron de la noche pasada, nos contentamos  con tomar tecito pelado. El Carvallo, todavía con algún efecto de la recepción cubana, se quejaba. – En este momento, en Chile, a mi esposa a lo mejor la están colgando. Y aquí, el Daniel estará medio muerto de frío en una maldita estación llena de nieve y nosotros no podemos hacer nada hasta mañana.

Por ahí tenía escondida una botella de pisco, la desempolvé  para consolarlo.  –Que no es para tanto hombre. Que seguro que tu esposa estará segura en su casa. Que el Daniel, seguro, se habrá puesto debajo de algún techo y estará esperando que aclare.

Poco éxito teníamos en darle ánimo a Carvallo y ni siquiera el pisco parecía confortarlo demasiado. Aclaraba el día, pero demasiado lentamente. De repente, alguien toca la puerta. Abro y Daniel aparece de lo más campante. Quedó claro que no había muerto.  Y para  Carvallo fue como que hubiera resucitado, ya que ya se estaba haciendo un tremendo problema pensando en cómo  iba a tener que contar   lo que  había ocurrido  en Frauenhain.

Entonces Daniel nos cuenta. Cuando el tren partió, por error del conductor naturalmente, fui a la oficina del jefe de estación. Le expliqué del error y él lo entendió inmediatamente. Yo, que andaba con dos botellas de ron que me habían regalado los cubanos, le pregunté si me podía acompañar a probar una de las botellas, ya que yo no había tenido tiempo para hacerlo. El jefe de estación me dijo que él no podía porque estaba en servicio, pero que su turno terminaba en media hora.  Bueno, disciplinadamente esperamos la media hora y  entonces empezamos a probar el ron cubano. El jefe de estación sacó unos pancitos que le había preparado su señora y con ese tentempié empezamos a degustar el roncito. Claro, de pasadita algunos que entraban en la oficina nos ayudaban a probar un poco también. Y al poco rato volvían a entrar a la oficina con cualquier nuevo pretexto. Incluso la señora del jefe de estación apareció en un momento para revisar la oficina. Como vi que tenían un cenicero, les regalé las dos cajas de puros Cohibas que me habían regalado en la embajada.  Al cabo de un par de horas, el jefe de estación me dice que si yo quiero continuar mi viaje en horario normal, voy a tener que esperar hasta mañana en la tarde. – Pero no te preocupes – me dice. En diez minutos pasa por aquí el expreso que va a Praga. Si quieres, lo hago parar, te embarco, y en una hora estarás en Dresden. Dicho y hecho. Antes de despedirme, saqué la botella que me quedaba y se la regalé.  El expreso se detuvo, me subí y aquí me tienen. Solo que sin ninguna  botella, pero con un amigo alemán en Frauenhain.

 

Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *