El Pepe

© Cruz-Romero

Nuestro tío Pepe, era todo un personaje. El hecho que habláramos de Pepe en lugar de tío Pepe como normalmente correspondía, se debe  que un día nos llamó a todos y nos dijo – Aquí les estoy entregando cinco pesos a casa uno. Pero hay una condición: cada vez que alguien me vuelva a decir tío, me devuelve un peso. Santo remedio. Nadie osó cometer semejante error.

El Pepe compraba por lo menos dos revistas semanales. Una, probablemente versión en castellano de alguna revista gringa, tenía a menudo fotos de señoras preciosas en la tapa. Y, naturalmente, ellas no posaban con ropas de monja. Él tenía la costumbre de poner su firma de notario en la primera página de sus revistas y el lugar elegido era, indefectiblemente,  el lugar más interesante de la foto. O tal vez estoy pensando mal, el lugar elegido se debía a que era el lugar más claro y despejado de la foto. No recuerdo en qué parte firmó la vez en la que la página, en lugar de señoras, mostraba a Fidel entrando en la Habana.

La otra era Zig-Zag. Esta revista semanal, que desapareció el año 64, era bastante irrespetuosa con la hipocresía religiosa chilena y tenía una página estándar con fotos de señoritas con escasa ropa. Lo especial de esta página era que tenía una línea punteada con la siguiente nota: “Página a ser cortada de acuerdo a la solicitud de la Asociación de Viejas Beatas”.

Pepe era un apasionado de la música selecta. Una vez que él reemplazó su equipo por uno nuevo, nos regaló a nosotros el viejo. Y nos dijo – ojalá que mis discos no se transformen en discos voladores. Al principio nosotros teníamos como dos o tres discos. Uno era uno con el sello en verde y tenía la sinfonía Nº 94 de Haydn (La sinfonía sorpresa). Otro era un disco que se diferenciaba  especialmente por ser de color rojo (todos lo demás eran negros). Este disco tenía la sonata primavera de Beethoven. Un disco que no me gustaba era la partita Chaconne de Bach. Al Pepe parecía gustarle Bach pero yo solo llegué a admirar a Bach veinte años más tarde.

Pepe era divertido, pero cuando tomaba un poco más de la cuenta le solían dar esas monas lloradas. El Tito heredó también esa costumbre. Creo que Pepe debe haberse sentido muy solo. Nosotros nunca le conocimos ninguna mujer, con una excepción. Una vez él nos invitó a almorzar y tenía una invitada. Esta era una señora chilena pero que vivía en Francia. Se notaba que se conocían hacía mucho tiempo. Al final del almuerzo, y esta vez no a causa del trago, el Pepe se puso a llorar. Después supimos que alguna vez entre esa señora y Pepe hubo algo que se perdió en el tiempo.

De vez en cuando a Pepe se le pasaba la mano con el trago y esto alguna vez le jugó una mala pasada. Algo que no estoy muy seguro que sea cierto, es que en una de esas veces conoció a un español, que lo convenció que había que aprovechar su sitio y construir en él un gran edificio. Ahí empezó la historia que después pasó a llamarse “la historia del hoyo de Mateo”. El español lo habría hecho firmar algo y después se esfumó. Así, del edificio, nada. Solo un gigantesco hoyo. Pero hubo algo más. Haciendo el hoyo descubrieron una especie de cementerio del año del cuete. Muchos años después apareció el edificio “Amanecer” en el hoyo de Mateo.

Pero dejando de lado el hoyo de mateo y volviendo al Pepe, recuerdo que antes de irme a María Elena me fui a despedir del Pepe. Él estaba en cama y yo no sabía por qué. Me quedó una impresión algo rara, pero pronto lo olvidé. Estando en María Elena, la mamá me escribió contándome que Pepe había tenido un accidente y había muerto. Solo mucho después supe que en realidad se había suicidado.

Algo más sobre el Pepe

Los tiempos en que todavía se veían los manguitos de piel, las polainas y los sombreros de copa.

Bueno, en realidad los manguitos de piel solo los vi por ahí, olvidados, en algún cajón. El sombrero de copa estuvo algún tiempo a nuestra disposición y servía cuando nos disfrazábamos. Pero las polainas del Pepe las alcanzamos a ver en uso.

Recordando al Pepe, aparece también su amigo Lucas Sanhueza. Y Pepe le decía don Lúcumas Frambuesa. También, algo sobre la familia que arrendaba el primer piso del 333. En esta familia, todos los nombres empezaban con M. La señora, era la Maruja. La hija mayor, la Mausi. La segunda, la Marlis. La más chica, la Marlene. La nana, La María. Entonces el Pepe, comprensivo como era, a don Oscar lo bautizó como Moscar.

En la foto: El Pepe (José Mateo Silva Gavilán), la Mamita (Virginia Silva Gavilán, de Romero) y El Tata (Gregorio Romero Garrido).

Un pensamiento en “El Pepe”

  1. Hay mucho más que hablar del querido Pepe, para mi. Yo hubiera querido que mamá se casara con él y por lo que una vez escuché, era lo que él quiso alguna vez. Su problema era ser desconfiado: era muy rico y los amigos se aprovechaban de él al punto de no poder saber quienes lo querían de verdad. Fue operado de la próstata con buen pronóstico, que sé porque Luis era urólogo, pero Pepe no creyó que mejoraría y terminó con su vida, o así creyó. Yo lo quería mucho.

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