Durante la guerra

Durante la guerra

Hasta ahora estos relatos de Antuco, que pretenden mostrar cómo eran las relaciones familiares en tiempos pasados, casi no tocaban el tema de la incidencia de la política en la vida familiar. Este es un tema difícil, porque hay que ser ecuánime. No se trata de buscar culpables. Solo se pretende tratar de entender cómo personas buenas pueden llegar a abrazar, o por lo menos no rechazar claramente,  causas innobles.

En nuestro país, en 1973, se quebró el orden institucional. Las razones de esta tragedia se pueden encontrar en muchos libros y publicaciones. Determinar cuál de todas las versiones que se encuentran disponibles está más cerca de la realidad, será tarea del lector interesado. Tengo mis puntos de vista, pero mi intención al analizar el tema no es tratar de enjuiciar el problema político. Quiero referirme a la parte humana del problema.

Las guerras han sido un mal endémico en la historia de la humanidad. Y como se suele decir, la historia la escriben los vencedores. En el siglo pasado, hubo dos guerras mundiales. En la primera, la Entente formada principalmente por Inglaterra, Francia y Rusia, se enfrentaron a las Potencias centrales formadas por Alemania, Austria-Hungría y Turquía.

Alemania pierde la guerra y es condenada a pagar cuantiosas reparaciones de guerra. En 1933 Hitler llega al poder en Alemania y se empieza a preparar la segunda guerra. Empieza anexando Austria y algunas zonas de Checoslovaquia. Finalmente en 1939 invade Polonia y empieza la segunda guerra mundial.

El tema que quiero tocar, más que la guerra en sí misma, es cómo gran parte del pueblo alemán, apoyó directa o indirectamente al Nacional Socialismo. Naturalmente, este apoyo estaba condicionado por el miedo a la Gestapo. Los nazis llegaron a montar una maquinaria gigantesca para controlar la vida de las personas y lograr una juventud proclive al ideario nazi.

Para examinar el tema, usaré una historia ficticia, pero que puede corresponder en forma parecida a lo ocurrido en muchos casos.  Se trata de Hans, un joven alemán que en 1943, cuando tenía 15 años de edad, lucha por ser alistado en el ejército. Él  ruega a los encargados del enrolamiento, que por favor lo alisten. Él quería ir a la guerra con sus demás amigos. No hay en él el más mínimo atisbo de duda sobre la justicia de la guerra.

En su familia no eran nazis, pero su padre y todos sus hermanos mayores estaban luchando por el ejército nazi. En sus comentarios, la cuestión judía no merece mención sino hasta el final de la guerra. Sin embargo, se sabía de la existencia de los campos de concentración y en una oportunidad él mismo Hans estuvo en Dachau utilizando las duchas de los guardias del campo. Esto es, no existe la posibilidad de que los jóvenes no se dieran cuenta de lo que los nazis hacían en esos lugares.

Solo una vez él relata sobre  una seria discusión entre su madre y algunas mujeres nazis. Esta fue una actitud muy valiente y temeraria de su madre, en la que demuestra no compartir el ideario nazi. Si la Gestapo hubiera llegado a intervenir, cualquier cosa pudo haber pasado. Hans era muy religioso y si alguna idea política mostraba, esta era exclusivamente un profundo anticomunismo.

Una cosa importante a considerar al respecto, es el hecho de que difícilmente se le puede pedir a un muchacho de 15 años, educado bajo la ideología nazi y perteneciente a una familia que no se atrevía a opinar por miedo a la represión de la dictadura, que pudiera ser capaz de ver con claridad lo que ocurría. En varias ocasiones él menciona el peligro de la Gestapo. Esto es, junto al hecho que hubiera rogado para ser enlistado, con el tiempo tuvo que aceptar que no se podía decir todo lo que se pensaba.

Cuando ya se vislumbraba la posibilidad de que Alemania perdiera la guerra, Hitler hace un llamado por radio diciendo que se debía defender cada casa y cada subterráneo, porque pronto tendríamos un arma secreta que permitiría destruir a los aliados. –  Nosotros creíamos y estábamos dispuestos a seguir luchando, porque teníamos fe en el Führer – dice Hans.

Los primeros comentarios de este joven rechazando las matanzas en los campos de concentración aparecen el año 45, cuando Alemania estaba ya siendo totalmente derrotada.

Aquí empieza la relación con lo ocurrido en Chile durante la dictadura. Es cierto que los que torturaban y mataban eran fundamentalmente militares, pero muchos civiles que sabían positivamente lo que ocurría,  no solo hacían la vista gorda sino que cooperaban con el régimen. Aquí no se trataba ya de jóvenes de 15 años, sino de adultos que sabían lo que hacían.

Al comparar la dictadura de Hitler con la de Pinochet, queda claro que mientras uno mató millones de seres humanos, el segundo solo mató algunos miles. Pero la vida de un solo ser humano es irremplazable y por lo tanto el dictador chileno no es mil veces mejor que el alemán. Y en ambos casos lo  métodos fueron muy similares.

A lo que quiero llegar no es si los asesinados fueron millones o miles. A lo que quiero referirme es a los civiles y militares que se prestaron para que fuera posible lo que ocurrió en ambas sociedades. Como el Hans de nuestra historia también existieron muchos en Chile años más tarde.

En ambos lugares se dan casos de militares, padres afectuosos, que después de sesiones de tortura llegaban a sus casas y besaban cariñosamente a su esposa e hijos.

Esta doble vida, fue algo que ocurrió tanto en los torturadores alemanes como después en los chilenos.

Se hace necesario entonces dejar en claro, que el joven Hans y más tarde el adulto Hans, eran personas afectuosas, sensibles y muy religiosas. No hubo ni hay en ellos esa maldad que sí existió en los integrantes de la Gestapo y de la Dina. O entre los organizadores de los campos de concentración y los guardias que trabajaban en ellos.

En los últimos días de la guerra, cuando las tropas soviéticas empezaban a cercar Berlín y estaban cerca del Oder,  Hans empieza a hacer comentarios como “avanzan las tropas de los salvajes bolcheviques”. Qué extraordinaria falta de reconocimiento  de lo que los nazis habían hecho en Europa. Habían invadido la Unión Soviética y asesinado a unos veinte millones de sus ciudadanos y ahora resultaba que ellos eran unos salvajes bolcheviques que estaban entrando en Alemania. Los buenos católicos alemanes asediados por los malos y salvajes comunistas.

Muestras de accionar semejantes se dieron también en Chile. “Los terroristas han matado 35 militares. ¡Qué horror!”. Pero los miles de desaparecidos no se mencionaban.

La Gestapo y la Dina tenían  chipe libre para matar. Y la mayoría de la población tenía miedo y callaba. ¿Qué podría haber hecho un padre de familia para oponerse a los agentes del estado?

Tanto Hitler como Pinochet eran católicos. Hans, más que un tibio seguidor de los nazis, fue más que nada un ardiente anticomunista.

Hans vivió en Chile desde varios años antes del golpe, durante el golpe y después de él. Se casó en Chile y fue un buen padre de familia y un muy buen profesional. Cuando Allende fue elegido presidente, renació en él su anticomunismo. Y razones no le faltaron. El gobierno de la UP se debatía entre el deseo de Allende de limitar su accionar a lo prometido en su programa y las fuerzas de ultraizquierda que sobrepasaban la ley. Por otro lado, el gobierno de EU había decido, ya antes de que Allende asumiera el poder, que su accionar debía fracasar. No estaban dispuestos a aceptar que un gobierno socialista elegido democráticamente tuviera éxito. Podría ser un pésimo ejemplo para otros países latinoamericanos. Y naturalmente la derecha, que estaba acostumbrada a manejar el país a su antojo, no podía aceptar perder aunque no fuera más que una pequeña parte de sus privilegios.

El año 72 el país sufría un terrible desabastecimiento y florecía el mercado negro. En parte ocurría por fallas del gobierno, pero los problemas eran agudizados artificialmente por la derecha económica, la ultra izquierda y la injerencia de EU. En esta situación Hans tenía tremendos problemas para obtener los suministros que su actividad profesional requería. De este modo el apolítico profesional deviene en un activo oponente al gobierno.

Días antes del golpe, participa en refriegas callejeras con grupos de ultraizquierda. Ocurrido el golpe, él y sus amigos se reúnen para celebrar la toma del poder por parte Pinochet y del ejército.

Hans cuenta de sus actividades en su área profesional, trabaja muchas veces ad honorem y es un independiente que apoya al gobierno con fervor. Él, que durante la UP se refería a los partidarios de Allende como “los upelientos”, durante la dictadura no tiene en ningún momento alguna expresión crítica hacia las violaciones a los derechos humanos. Leyendo su versión de la realidad, en la que jamás se mencionan los fusilados, los torturados, los desaparecidos, podría creerse que era un gobierno digno de elogios.

Aquí se ve nuevamente la contradicción. Una persona muy católica, que trabaja por la sociedad, incluso a menudo ad honorem, no tiene una sola palabra para rechazar la dictadura. Esto que ya le había ocurrido como joven de quince años, le vuelve a ocurrir ya de adulto. La religión y su anticomunismo son más potentes que su naturaleza bondadosa y justa. La realidad desaparece. Él hace una gran obra para la gente más pobre, pero su grandeza está limitada por su anticomunismo. Vive en un país en el que ni la Dina ni la CNI parecen haber existido. Un país sin muertos, ni torturas, ni mujeres violadas ni niños robados.

Este ha sido el objeto de esta narración. Presentar los hechos en la forma más objetiva posible y tratar de entender cómo personas buenas pueden ignorar lo que a su alrededor ocurre.  Tratar de entenderlos tanto como sea posible, tanto en su bondad como en sus debilidades, pero sin deformar la realidad para acomodar las cosas.

Ante ciertos temas, no es posible tener una opinión neutra, indiferente. Cuando se habla de religión o de ideología, la verdad absoluta no existe. Pero en la vida real, sí hay casos en los que  se puede hablar de acciones que son crímenes sin temor a equivocarse. El respeto por los derechos humanos es un concepto que no permite aceptaciones a medias.

Nosotros los chilenos también hicimos una guerra para apoderarnos del salitre. Y los miles de soldados que participaron y murieron en la guerra del Pacífico, creían que luchaban por su patria. Los torturadores chilenos durante la dictadura de Pinochet cometían monstruosidades en nombre de la lucha contra el comunismo. Y la gran mayoría deben haber sido católicos y fervientes patriotas. En Chile ocurrió algo demasiado parecido a lo ocurrido en Alemania. Y hoy todavía vivimos en un país en el que no se ha hecho justicia. Algunos de los criminales y torturadores más prominentes están presos. Pero en ellos no hay el más mínimo arrepentimiento. Tienen mucha información sobre los desaparecidos que no tienen intención de entregar, una acción que sería de algún modo un pobre consuelo para los que perdieron seres queridos y que hoy continúan siendo desaparecidos.

Termino este intento de tratar de entender cómo seres humanos que en su vida familiar son seres bondadosos, pueden llegar a adherir a regímenes que atropellan los derechos humanos; o al menos, hacen la vista gorda. Y no hablo de crímenes que se cometen en otras lejanas partes del mundo, sino de  crímenes que se cometen al lado nuestro, cada día.

Es un intento de entender algo, que quedará sin respuesta probablemente por siempre.

 

 

Los recuerdos no son historia y tampoco son literatura. Simplemente son la vida, llena de polvo. De “La Guerra no tiene rostro de mujer”, de Svetlana Alexievich.

Un pensamiento en “Durante la guerra”

  1. María Virginia
    17 de Febrero de 2021
    Pregunta de fondo, de esas que dejan eco en el alma.
    Puedo contar desde mi sentir. A mi hermano Carlos, quien hace la reflexión, lo sentía muy cercano, porque en 1964 nació Juan Luis, mi hijo mayor, y Carlos José era muy guaguatero y, a veces, hasta me lo cuidaba. Mi niño le decía Yeye. En ese tiempo Carlos hacía sus primeras prácticas y pegas laborales y me escribía cartas cariñosas, entretenidas e inolvidables, porque siempre fue buen escritor. Yo entré a la Universidad de Concepción a estudiar Servicio Social en plena Unidad Popular, en 1971; toda la malla curricular estaba basada en la sociología marxista. El MIR y otros partidos de izquierda hacían el ambiente universitario. Y yo que en mi grupo de amigos era la “comunista”, para mis compañeros era la “momia reaccionaria”.. El bombardeo ideológico era fuerte, tanto que de repente pensaba si no tendría que estar yo en la guerrilla. Carlos José partió a Alemania del Este, con una beca para doctorarse en Termo Fluidos, en agosto de 1972. Me encantaba cartearme con él, porque él era comunista y ya me sentía cercana ideológicamente por la sociología que estudiaba. El ambiente estaba caliente, pero yo no quería golpe de ninguna manera: mi idea era que si Allende había sido elegido democráticamente, debía terminar su período. El golpe no me gustó. En casa tuvimos escondida, unos pocos días, a una chica argentina que pudo luego regresar a su país. El ambiente pareció calmarse; las noticias periodísticas, tranquilizadoras, el abastecimiento normalizado. La universidad se cerró por un tiempo y cuando regresé, la mitad de mis compañeros estaba fuera, pero poco sabíamos de los motivos y dónde estaban. La malla curricular cambió totalmente. La junta nombró rectores designados.
    A Carlos yo le contaba lo que veía y el me contaba de los exiliados que llegaban allá y lo que contaban, que era muy distinto. Unos 10 días después del golpe, una noche, como a las 10, sentimos unos gritos desgarradores ¡ay mamita, ay Mamita!. Me asomé y vi a un muchacho de no más de 15 años,empujado violentamente en la parte trasera de un furgón militar. Con mamá, dimos gracias a Dios que no hubiera estado Carlos José, porque conociéndolo, habría salido a defender al muchacho y desaparecido junto con él. Pero no podíamos contar lo que no sabíamos y nos íbamos acostumbrando. Carlos desde allá, no lo comprendía. Para mi fue doloroso porque algo, muy adentro se quebró. Tal vez ví. Después de la votación de la constitución de 1980, me dio asco Pinochet y haber votado Sí.

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