Casa en Tumbes

https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=19534301

El 21 de mayo

A mediados del siglo pasado, digamos, alrededor de los años 50, el colegio de Los Sagrados Corazones en Concepción era “el” colegio de la elite penquista. Los jóvenes eran hijos de familias católicas y de “buena familia”. No todos eran adinerados, pero coincidían en que profesaban la religión católica y eran socialmente bien considerados. Se sabía que no había gente de ideas de izquierda, a pesar de que el tema política no se tocaba. En cuanto a la religión, prácticamente solo la católica tenía peso en la sociedad. Los evangélicos, que cincuenta años más tarde formarían una parte importante de los creyentes en Chile, no aparecían como algo que había que considerar. Aún hoy en la clase alta no es elegante ser evangélico. Y avanzando un poco más, naturalmente, los ateos no existían. Recién a partir de la década del 60 la política empieza a jugar un rol entre la juventud, especialmente en La Universidad de Concepción.

Volviendo a los años 50, un botón de muestra del elitismo se reflejaba en el siguiente hecho.  Para el 21 de mayo,  los estudiantes del Gran Concepción desfilaban frente al almirantazgo en la base naval de Talcahuano. Todos debían llegar temprano para ubicarse al lado norte del almirantazgo, porque el desfile se realizaba de norte a sur. Al pasar frente al almirantazgo se rendían honores a las autoridades y la costumbre indicaba que el último colegio en desfilar era el colegio de los SSCC. Este colegio desfilaba con su banda de guerra, junto con la banda musical de la Armada y así se cerraba el desfile. Hay que dejar en claro, que este colegio era el único que desfilaba con la banda musical de la armada. Y a nadie le parecía raro, o por lo menos no lo decían, que los SSCC cerraran el desfile junto con la banda de la armada. Simplemente, así eran las cosas. Alguien lo había decidido.

 

La Marihuana

En los años 60, existía el consumo entre los jóvenes, pero no estaba muy extendido. No sé si habrá sido por el precio, o simplemente por el desconocimiento de la yerba. Naturalmente, si se fumaba, esto era en grupos de la elite o en imitadores de la juventud de EU. Se sabía quiénes lo hacían pero como lo hacían en privado nadie lo tomaba muy en serio. Yo, siendo no fumador y no frecuentando esos ambientes, no conocía la hierba. Hasta que un día un estudiante de arquitectura que yo había conocido en Valparaíso, me invitó a su casa a escuchar jazz. En medio de la sesión, empieza a fumar marihuana y me invita a que lo haga. Yo sentía el fuerte olor de la yerba y no me sentía para nada interesado en probarla. Al fin, debido a su insistencia – no pierdes nada con probarla – me decía, acepté probar esos cigarrillos mal armados. Di alguna chupadas y empecé a sentir que la música había cambiado. La sentía en forma increíble. Pero la sensación duró poco. Tuve que correr al baño y vomité hasta el alma. Así terminó mi primera y mi última experiencia con la marihuana.

 

La casa en Tumbes

Otra cosa que ilustra las relaciones sociales existentes en esos tiempos, es la siguiente historia. Un día un amigo de la familia me invitó a “su casa en Tumbes”. Resulta que un día se las arregló para llegar hasta el almirante, quién residía en Tumbes. Se presentó ante él y le metió conversación. Como hijo de alemán, pertenecía a una casta respetada por los militares y pronto le pudo contar la razón de su visita. Él quería construirse una especie de casa en los terrenos de la armada en Tumbes. El almirante y el lolo se avinieron bastante y mi amigo fue autorizado para tener pase entrada a la base naval y además para construir una casa totalmente fuera de reglamento.

Fue así como este lolo se consiguió madera con su padre y algunos trabajadores por un par de semanas. Construyó una casa de dos piezas. Eran un primer piso de 5 por 5 metros y un segundo piso de las mismas dimensiones. Las dos piezas no tenían ni puertas ni ventanas, ni baño ni cocina. Solo estaban unidas por una escalera interior. La cocina no era necesaria, ya que la idea era ir solo por el día. Baño no se requería, ya que alrededor de la casa había un montón de árboles que lo hacían innecesario. Agua y sándwiches había que llevar para el día. Existía el compromiso de mantener la limpieza, así es que el comportamiento era bastante civilizado. No era posible pensar en bañarse en el mar, porque había un acantilado que hacía totalmente imposible el llegar a la orilla del mar; playa, no había. Lo mejor era la vista que había desde los espacios abiertos de las ventanas, aun cuando a veces el viento era demasiado molesto y echaba a perder un poco la estadía. Pero si el viento se calmaba, el lugar era estupendo. Hay que pensar que en los alrededores no había nadie; solo un fundo de la armada, vacío. Necesidades militares.

Creo que la razón por la que se me invitó, fue que yo era conocido por mi afición a la fotografía. Sacaba fotos, las revelaba y hacía las fotografías en mi propio laboratorio. Y tal vez lo más interesante, regalaba las fotos sin cobrar nunca un cinco. Como dato al margen para mostrar el ambiente en el grupo, en uno de los paseos  hice fotos de una morena, bien chilenita. Cuando más tarde le regalé la foto, ella me preguntó si le podría hacer clases de matemáticas porque se estaba preparando para el bachillerato. Pero no alcancé a hacerlo porque me fui becado.

No sé qué pasó después con el grupo ni con la morena y si en algún momento a la casa no la voló el viento. Yo, si volé, pero en avión a Alemania.

 

Otro

Había incluido otra historia de hechos típicos que mostraban cómo funcionaba la sociedad en esos tiempos, pero un amigo reconoció la procedencia de la historia y me dijo que estaba demasiado claro qué es lo que yo estaba contando y quiénes eran los personajes en la vida real. Resultado, eliminé la historia.

 

 

 

Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *