El Monsieur

La base de Valparaíso discutía sobre las formas de preparación de la lucha que se avecindaba. Había diversas opiniones, pero la idea de Karl se abría paso. Había que ver hasta qué punto estábamos en condiciones de desaparecer en el caso que se impusieran las ideas golpistas que pululaban en la armada. Se decidió entonces ir a acampar a La Campana.

Para llegar a la cima del Cerro La Campana, había que ingresar al parque antes de la nueve de la mañana por el sector El Granizo y seguir por el sendero Los Peumos que une el sector de Granizo con el Portezuelo de Ocoa.  Son cerca de siete kilómetros, lo que significa un tiempo de cuatro o cinco horas de ascenso. No había guardias que controlaran el acceso, por lo que era posible entrar y pernoctar en el cerro. Naturalmente, todas las recomendaciones coincidían en la necesidad de bajar varias horas antes de que anocheciera. Pero la idea del grupo era llegar a la cima y pasar la noche en el lugar.

Una vez alcanzada la cima, el grupo bajó un poco y buscó un lugar algo abrigado del viento para armar las carpas. Una vez instaladas éstas, se decidió ir a reconocer el lugar. Un grupo se quedó en el lugar para preparar la choca, la cual se complementaría con algo de comida cocinada en el lugar. Cerca de la seis empezaron a regresar los grupos y se come lo poco que había disponible. Después de la frugal comida, empieza la reunión de evaluación. La mayoría piensa que es posible permanecer algunos días en el lugar, si ello fuera necesario. Sin embargo, Jaime, uno de los de la Santa María, insiste que el lugar no da ninguna garantía de supervivencia y que había que descartar este tipo de lugares como una alternativa para refugiarse en el caso de ser necesario. La discusión se generaliza y junto al grupo que ve el lugar como una alternativa viable, se forma un grupo de opinión que consideraba esta alternativa como una mala idea. Los líderes  del primer grupo eran Karl y un colega a quien llamaban “el Monsieur”. El segundo grupo era liderado por Jaime. La discusión se caldeó un poco, pero Karl supo manejar las cosas y se decidió que una vez de vuelta en Valparaíso se volvería a discutir el tema. Como ya se había hecho de noche y el viento se había puesto demasiado helado, todos se dieron las buenas noches y se dirigieron a sus carpas. Mientras esto ocurría, Karl llamó aparte al Monsieur y se quedaron conversando solos.

La gente se había refugiado en las carpas, pero no dormían y seguían conversando. En un momento el Monsieur y dos compañeros se acercan a la carpa donde estaba Jaime, lo llaman y le dicen que salga para conversar un rato.  Jaime se abriga y sale.

– ¿De qué se trata? –dice.

– Queremos preparar las tareas de mañana –  es la respuesta –Vamos a caminar un poco.

Jaime reclama un poco por el frío y el viento, pero accede y salen los cuatro a caminar. Rodean las carpas y toman el sendero que conduce a la cima. Se barajan las posibilidades para la mañana siguiente y Jaime insiste en que no están preparados para prolongar la estadía en el cerro. Al rato el viento amaina y el cielo se despeja. La conversación cambia a la naturaleza y a la cantidad de estrellas que se puede ver. Era una noche sin luna y cada uno avanzaba con cuidado debido a que las linternas eran una muy débil ayuda. De repente uno da un aviso. – Cuidado. Estamos frente a al acantilado –. El grupo se detiene y trata de examinar con las linternas el lugar. Más allá de unos cuantos metros, todo es oscuridad. Dos de los cuatro compañeros proponen volver. Como no hay acuerdo, ellos avisan que regresarán adelante. Frente al acantilado quedan entonces solo Jaime y el Monsieur. – Nosotros los alcanzamos en unos minutos – dice el Monsieur.

 

El campamento está tranquilo y la mayoría ya duerme. Los dos compañeros que habían retornado primero llegan a sus respectivas carpas y se acuestan. Cerca de media hora más tarde, se escucha voces agitadas. Algunos salen de sus sacos, se visten y salen a ver cuál es la razón de la conmoción. Al rato regresan a sus carpas e informan que acaba de llegar el Monsieur y que cuenta que Javier se cayó en el acantilado. Dice que solo escuchó un grito mientras caía, pero que después no escuchó nada más. Se decide que lo único que se puede hacer es tratar de dar aviso lo antes posible. Pero que salir y pretender bajar por el precipicio ahora sería una locura. Solo quedaba entonces esperar la llegada del día para poder hacer algo.

Apenas empieza a aclarar, el grupo se dirige al acantilado. Con la primera luz del día divisan el cuerpo de Jaime, inmóvil, sobre unas rocas que sobresalen del acantilado. Sin disponer del equipo necesario para descender, deciden que lo único que se puede hacer es que un grupo baje inmediatamente y de aviso.

A medio día llegan los rescatistas de Conaf. Bajan por el precipicio y mediante cuerdas suben el cuerpo de Jaime. Después vienen las primeras interrogaciones al grupo y en especial al Monsieur. Quedan todos citados al día siguiente, por lo que el grupo debe permanecer en Olmué. El ambiente está cargado por un aire de desconfianza que nadie se atreve a comentar en público. Se conversa en pequeños grupos y el tema cambia cuando alguien se acerca.  Después de los resultados de la autopsia, queda todo el grupo en libertad.

Pasa el tiempo y el grupo se empieza a desperdigar. La experiencia de la Campana es fundamental en la disolución de los lazos del grupo. Karl es uno de los primeros en perder el contacto y de a poco lo va haciendo el resto. En particular, el Monsieur deja la universidad y se va a vivir con una hermana que vivía en Venezuela.

Cerca de un año después llega una noticia sobre el Monsieur. Se había suicidado colgándose de una viga de la casa en que vivía. No hubo carta de despedida. La policía venezolana no logra encontrar una razón para entender su acción y al poco tiempo se cierra el expediente. Solo en Chile hay algunos que creen saber la razón del suicidio.

https://www.conaf.cl/parques/parque-nacional-la-campana/

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