Los Stasis

Stasi

Se decía que la Stasi (Staatssicherheit), el servicio secreto alemán, controlaba la sociedad de la RDA (República Democrática Alemana). Puede que algo de esto haya sido cierto, pero para el ciudadano normal esto no se reflejaba para nada en su vida diaria. Se sabía que había represión por razones políticas, pero no era algo obvio. Se sabía también y era noticioso, por ejemplo, cuando algún artista famoso viajaba a la RFA (República Federal Alemana), y decidía no regresar. También estaba claro que los ciudadanos no podían viajar al exterior y que la frontera estaba bien resguardada. Los jubilados, que sí podían viajar, regresaban contando sobre el West, y confirmaban el modo de vida que los canales occidentales de televisión mostraban. Esto se debía a que en la mayor parte de territorio de la RDA era posible ver canales del oeste. En fin, era una dictadura en la que había presos políticos, pero no había torturas ni menos aún desaparecidos. Evidentemente, no había libertad de prensa. Había escasez  de frutas y había colas para comprarlas cuando estas estaban disponibles. Había una gran diferencia entre los productos tecnológicos occidentales y los producidos en la RDA. Pero también, los precios eran muy diferentes. En el lado oriental la salud era totalmente gratis. La alimentación y la movilización costaban una fracción de lo que costaba al otro lado. En la RDA los restaurantes estaban siempre llenos y eran por lejos muchísimo más baratos que los del lado occidental. En el occidente había una oferta variadísima pero naturalmente con precios mucho más altos. En el lado oriental nunca se veían pordioseros pidiendo limosna, cosa que sí era posible ver al otro lado. Un asunto paradigmático eran los autos. Los autos del occidente tenían una tecnología muy superior y sus precios eran asequibles para un buen grupo de personas. En el oriente los autos eran carísimos y había que agregar el problema de que para comprarlos había que inscribirse con mucha antelación. En fin, eran dos mundos muy diferentes. Consecuencia de estas diferencias, es que había un porcentaje no despreciable de personas, aun cuando difícil de cuantificar, que si les hubieran permitido se habrían ido al mundo occidental sin pensarlos dos veces.

Se hablaba también de los informantes de la Stasi y se decía que estaban en todas partes. Pero para el ciudadano corriente, la actividad de este órgano del estado pasaba totalmente desapercibida.

En el instituto donde yo estaba, tenía una oficina con otro doctorante. Recuerdo una ocasión en la que al empezar mi trabajo diario, voy a sacar algo y me encuentro con que el cajón estaba cerrado con llave. Esta llave estaba siempre puesta en la cerradura, pero a mí nunca se me había pasado por la mente cerrar el cajón con llave. Indudablemente, alguien había estado registrando mis cosas y al terminar, como alemán bien organizado y ordenado, no lo pensó dos veces y mecánicamente cerró el cajón con llave.

Decidí no contárselo a nadie, para ver si el suceso se repetiría. Pero nunca volvió a ocurrir. Puede haber incidido el hecho de que no cumplí con mi primera intención de no contarle a nadie.  Al menos en una oportunidad, conversando con un alemán, relaté lo sucedido y de mis intenciones de ver si lo volvían a hacer.

Debo admitir que un par de veces tuve serias sospechas de que cosas raras ocurrían. Un par de semanas después del golpe de estado del 73, fui al correo a una hora adecuada para hablar con mi mamá. En esos años, en la RDA casi nadie tenía teléfono en la casa y para poder hacer una llamada de larga distancia lo más común era ir al correo. Consigo comunicarme con Chile, pero la comunicación era pésima. Al final, aburrido con el problema, le digo a mi mamá –mamá, creo que con las escuchas de chequeo chilenas más la alemana, esto es, con una conversación con cuatro intervinientes, casi no se puede escuchar nada, así es que es mejor despedirnos. Por lo menos pudimos escuchar nuestras voces por un rato.

Recién llegados, creo que debe haber sido en octubre del 72, fuimos invitados a un encuentro en un lugar cercanos a la frontera con Checoslovaquia. Era un refugio de vacaciones, en que todo funcionaba a la perfección. El alojamiento, la comida, los paseos, etc. En uno de los momentos de tiempo libre, yo salí a caminar. Al cabo de un rato llegué a un río y mientras disfrutaba de la tranquilidad del lugar, se me acercan dos policías. Me dicen algo que yo no entiendo, pero sí  logré entender que debía acompañarlos. Lo que había ocurrido era que yo había entrado en un área de una zona fronteriza a la cual estaba claramente prohibido ingresar. Y yo no había respetado las indicaciones que con grandes letreros que indicaban que la entrada a esas zonas no era permitida. Los dos policías muy amablemente me fueron a dejar al refugio y las cosas no pasaron más allá.

Fuera de lo mencionado, nunca sentía que estaba viviendo en un sistema no democrático. Uno podía caminar solo, de noche, por cualquier lugar y no existía para nada un temor a ser asaltado. Esto también valía para el caso de las mujeres. Un detalle de las cosas que me molestaban con respecto a la prensa escrita, era que había una revista mensual llamada “Practic” que a mí me interesaba, pero que se agotaba en los dos primeros días. Había que estar preocupado de comprarla en esos dos días. Por otro lado, revistas políticas estaban siempre en venta y nunca se agotaban.

Recién llegado a la universidad, me tocó hacerme cargo del conjunto folklórico de los estudiantes chilenos. Así tuve relación con diversas organizaciones, que se interesaban en que actuáramos para ellos. En esta función conocí a una joven funcionaria de una fábrica de la región. Nos estuvimos viendo por un corto tiempo, pero la relación no pasó más allá y quedó en el olvido.

Siempre me quedó la duda de si a esta persona la conocí por casualidad o no. Ella me contactó por su interés en el conjunto folklórico. Era una rubia, verdadera, bastante atractiva y con excelentes condiciones para el atletismo. En el poco tiempo que nos vimos, descubrí que me había mentido en un par de cosas. La historia terminó después que ella me invitara una vez a su pieza que arrendaba en Dresden. Ella era de Dippoldiswalde, donde estaban sus hijos al cuidado de su madre y ella iba solo los fines de semana a verlos. En su pieza ella trató  de deslumbrarme con la ropa que tenía en su ropero y el asunto se transformó en un desfile de modelos, con una modelo única y un espectador único. Como no había espacio, la modelo se cambiaba ropa frente a mí. Y debo reconocer que lo hacía muy bien y en forma totalmente natural. Una situación que hubiera sido inimaginable en Chile.  Además, naturalmente aprovechaba de lucir lo que la naturaleza le había dado. El estado “en paños menores” le sentaba bastante bien. Su actuar era tan natural, que parecía que era totalmente inocente al interés que podía despertar. Está claro que sabía lo que hacía y mostraba algo así como una elegancia en su modelar. La situación no dejaba de ser extraña y esto ayudó a que el modelaje no pasara a mayores.

Durante la visita conversamos bastante. Ella me había contado que tenía un pololo que trabajaba en un hospital y allí él tenía entre sus hobbies, el de ser director de un conjunto musical. Ella participaba en el conjunto y tocaba la pandereta. En su pieza tenía una gran foto del pololo y no parecía importarle mucho que yo supiera toda la historia. Supongo que no le contaría a su pololo que tenía un amigo chileno y que modelaba para él. En la muy franca conversación, yo le dije nosotros no podíamos hablar de amor, pero que perfectamente podíamos ser amigos. Ella no pareció molestarse por lo que le decía, pero es probable que no le gustara demasiado ya que después de ese día, no me volvió a contactar. Solo hubo una excepción.

Un par de semanas después del regreso del desaparecimiento, ella reapareció por casualidad. La recibí diplomática y respetuosamente en mi hogar (mi pieza en el internado). Naturalmente después de un rato, demostró que sabía muy bien de mi desaparecimiento.

– Y qué estuviste haciendo en ese tiempo – me dice.

– Bueno, estuve en vacaciones – le respondo.  Pasan unos segundos y los dos nos ponemos a reír. Era demasiado obvio que era una mentira sin pies ni cabeza.

No – le digo. – Estuve dedicado a una tarea de los chilenos.

Quedó claro que no había necesidad de insistir en el tema y no hubo más preguntas al respecto. En contraste a la curiosidad de esta amiga, nunca llegaron preguntas de parte de la universidad ni de los demás chilenos. Era una absoluta falta de curiosidad que llegaba a extrañar.

Pasaron un par de años en los que no volvió a aparecer. Recuerdo que en una manifestación en un primero de mayo me encontré casualmente casi frente a ella. Pero ella hizo como que no había visto.

Tiempo después, un amigo me hizo llegar un recado de ella. Según él, ella le habría dicho que yo había estado enamorado de su cuerpo y  que ella deseaba ahora que yo me enamorara de ella. Ella insistió varias veces con recados similares a través de su amigo.

A mí me parecía bastante raro ese súbito renacimiento de su interés. Finalmente, tratando de entender lo que ocurría, concluí que el renacimiento amoroso debía estar relacionado con que ella habría llegado a saber que un exintegrante del conjunto folklórico se había casado con la hija del mandamás del país.

Entonces, sin temor a ser poco caballero, le dije a mi amigo intermediario que le explicara que sabía la razón de su súbito amor y le expliqué mi teoría. Santo remedio. Nunca más volvió a mandar un recado.

Hay algo que nunca llegué a saber y que nunca sabré. Y eso es, hasta qué punto esta historia estaba relacionada con los stasi.

 

Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *