El Papá Carlos

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Recuerdos del papa (Carlos Vicente Cruz Ocampo)

A la entrada del fundo había un letrero clavado en un poste que anunciaba “5 pesos el mil”. Se trataba que el papá se dedicaba, entre otros, a producir y a vender plantas de pino. Él debe haber sido uno de los pioneros de las plantaciones de pino insigne. Al lado sur de la casa estaban los almácigos. Eran unos cinco o seis tablones de 1 x 10 metros, en los que las plantitas crecían apretadas. Al pie de cada tablón había unos pequeños estanques de 1 metro de diámetro, formados por barriles de madera cortados por la mitad. Don Santiago, a pie pelado y con los pantalones arremangados, hundía la regadera en los estanques y empezaba a regar las melgas. Sobre cada uno de estos estanques había una llave que los llenaba permanentemente durante el tiempo del regado. Se perdía mucha agua, pero eso era lo de menos. El agua sobraba.

En el lado oeste de esta pequeña huerta, había una vieja bodega llena de máquinas en desuso, incluida una locomóvil. Una vez, cachureando, encontré un tarrito con unos tubitos de unos 10 cm de longitud. Lo saqué y se los mostré a don Santiago. Bastante asustado con mi hallazgo, él me los quitó. Resultó que eran dinamita.

Don Santiago tenía la costumbre de sentarse en el corredor para cortarse las uñas de los pies con un gran cuchillo. Le quedaban los dedos sangrando, pero a él parecía no importarle. Él tenía la costumbre de andar siempre con sombrero. Pero no era sólo él. En el campo, los cabros chicos también andaban siempre todos con sombrero. No sé si sería por esto, pero un verano me dio una vez por andar todo el tiempo con una chupalla viejísima que alguien me había regalado. El Tito trató muchas veces de convencerme de que botara la chupalla, pero yo no le hacía caso. Un día andábamos en el cerro y él me pilló desprevenido, me quitó la chupalla y la tiró al medio de un gran matorral de zarza. Era imposible meterse en ese matorral, así es que me conformé con la pérdida de mi elegante sombrero.

Cuando el papá plantó El Llano con pinos (El Llano se llamaba a la parte del fundo que quedaba entre el camino y el río), quedó definido que cuando se explotaran los pinos él recibiría el 10% por su trabajo.  Él le había contado esto a la mamá (le decía mihijita), para que en  el caso que  él ya no estuviera, ella lo supiera. Cuando los pinos se explotaron, el tío Abraham convenció a la mamá que aceptara la mitad de lo acordado.

Una vez le pregunté a la Alicia (la esposa del Tito) sobre las ideas políticas del papá y ella me confirmó, que sí, que él era de derecha.  Para trabajar en La Patria -me dijo-, no podía ser alguien de izquierda. Según ella, el papá fue el administrador del diario. La Mari tiene información diferente con respecto a sus ideas políticas y a su rol en el diario.

Otros recuerdos del papá. Creo que andaba siempre con terno y corbata. Había un sillón al lado de la chimenea y al anochecer él estaba siempre ahí sentado cuando uno iba a darle las buenas noches. Y al darle un beso, su mejilla picaba. Otro. Una vez volviendo de Atotonilco, en carreta de bueyes, él nos estaba esperando en un recodo del camino. El andaba a pie, pero como siempre con terno y corbata.

Cuando el papá murió, el 19 de septiembre de 1949, yo tenía siete años y tengo algunos recuerdos un poco vagos. Recuerdo, por ejemplo,  un ambiente raro. Un par de días después, la Mari decía que estaba enojada con la Estelita Rojas, porque no nos había avisado que el papá había llegado,  lo habían enterrado y nosotros no supimos nada. Pero yo no recuerdo haber estado enojado. Era nuestra primera confrontación con la muerte y probablemente era más de lo que un cabro de siete años podía procesar. Yo sabía que el papá estaba enfermo y que tomaba una leche que venía en unas botellitas azules. Por ahí andaban siempre dando vuelta un montón de esas botellitas vacías. Si mal no recuerdo, el remedio se llamaba “leche de magnesia”

Tengo sí la idea que a mí me preocupaba la mamá. No recuerdo haberla visto llorar, pero entendía que la muerte del papá era una tragedia, especialmente para ella. Con el tiempo el tata y la mamita llegaron a vivir a la casa del lado y la mamá había empezado a trabajar en la Inspección del Trabajo. Así, la vida volvió a ser un poco más normal. Pero los recuerdos, algo borrosos, quedaban dando vuelta.

Un detalle que recuerdo. Un día yo conté que había visto al papá sentado en su sillón. Naturalmente que no era posible, pero cuando lo conté no estaba mintiendo. Yo mismo llegué a entender que lo que creí haber visto no podía ser verdad, pero entendía que cuando lo conté no estaba mintiendo. Aún hoy tengo el recuerdo, como una fotografía en blanco y negro, en la que el papá está sentado en su sillón cerca de la chimenea.

La Juanita decía que el papá era muy bueno.

Un pensamiento en “El Papá Carlos”

  1. Complemento esos recuerdos: el papá salió con mamá un día de agosto del 49; él, elegante con un abrigo nuevo que mamá le compró porque iban a Santiago, donde el papá se operaría de úlceras con el Dr. de Amesti en la Clínica Santa María. Yo fui a pasar unos días con la familia Barberis y el 19 de Septiembre fuimos a la Plaza Independencia a ver los fuegos artificiales. El tío Lucho me sostenía de la mano y yo, allí sumida entre la gente que los miraba, lloraba a mares porque echaba de menos a papá. A la mañana siguiente, Cuando llegó su ataúd, supe que había muerto el 19. Acompañaba a mamá la parentela santiaguina. Me trajeron muchos libros de regalo que alguien me entregó cuando venían entrando. Accidente quirúrgico se dice ahora; Alergia al kátgut dijeron entonces: operado 3 veces, no resistió, y murió encargando al padre Juan Silva SS.CC, que apoyaran a mamá en nuestra formación, momentos que el cura me relató años después.
    En las noches lloraba desconsolada mientras zurcía calcetines. Al poco mamá aprendió a escribir a máquina y trabajó unos pocos años en la Inspección del Trabajo y luego en la Biblioteca de la Universidad de Concepción

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