Los pasaportes

cjc

Los pasaportes
Los del Chaf (1) habían decidido que no podría haber más autorizaciones para viajar fuera de la RDA. El tema había empezado hacía ya tiempo y el argumento era que si los alemanes no podían viajar, no correspondía que nosotros, los chilenos, sí pudiéramos hacerlo. Por nuestra parte, nosotros veíamos las cosas en forma un poco diferente. Los alemanes, sí podían viajar a los países socialistas que nos rodeaban. Nosotros no. Nosotros, al menos en lo que se refería a viajar a Berlín Occidental, lo deseábamos fundamentalmente para hacer trámites en el consulado. Y esto hacía una gran diferencia.
La nueva orden que impedía viajar, incluso para ir a Berlín Occidental, impedía indirectamente el poder renovar el pasaporte. Esto naturalmente causaba mucho rechazo. Se subentendía que a aquellos a quienes el pasaporte se les vencía, no les iba a ser fácil obtener uno nuevo. Fue así como los del Chaf de Berlín llegaron un día a Dresden a explicar las medidas y llamaron a una reunión general de todos los chilenos de la ciudad.
Media hora antes de la reunión, fui a casa del jefe del partido y le comenté sobre el ambiente de descontento que reinaba. Yo era uno de los secretarios políticos de una de las varias células existentes y tenía bastante confianza con él. Así, le planteé mis dudas con respecto a lo oportuno de la medida. Le dije, para dar más peso a mis argumentos, que incluso en la historia el mismo Lenin habría alguna vez expresado su opinión sobre un tema semejante y no habría estado de acuerdo en imponer medidas que tenían mucho rechazo y sobre las cuales no estaba demasiado claro cuán positivas eran. Él me escuchó, pero no se pronunció claramente sobre si estaba o no de acuerdo  – bueno, plantea eso en la asamblea – me dijo.
Empieza la asamblea y los de Berlín presentan los argumentos que tenían para justificar la pérdida de los pasaportes. Todos escuchaban y pese a que en los pasillos, antes de la reunión, todos despotricaban en contra la nueva medida, ahora nadie hablaba para discutir lo que los del Chaf decían. Yo veía a los que unos momentos antes de la reunión entregaban encendidas arengas en contra de la medida y que ahora se contentaban con escuchar y mirar.
Yo había decidido hablar, pero deseaba que algunos manifestaran por lo menos algunas dudas con respecto al tema. Iba a ser bastante inesperado que uno de los secretarios de célula del partido presentara algún reparo a la controvertida medida. Pero como pasaba el tiempo y no había comentarios, decidí que había llegado el momento.
Pido la palabra y digo que la medida ha causado una tremenda inquietud porque la no renovación puede implicar más tarde la pérdida del derecho a poseer un pasaporte. Los argumentos presentados no parecen del todo convincentes.
–Me permito mencionar –dije – que Lenin en algún caso similar, habría dicho que es necesario convencer a los compañeros cuando se toman medidas que son difíciles de entender. Puede que yo no hubiera dado ningún argumento poniendo en duda la corrección de la medida que se estaba implementando, pero al mencionar a Lenin tenía la batalla casi ganada. Los del Chaf, poco acostumbrados a ser contradecidos con una cita de Lenin, no responden a mi cuestionamiento y al poco rato dan por terminada la asamblea.
A los pocos días, me avisan que debo presentarme en Berlín, en una dirección determinada, en una fecha y hora definidas. El compañero Orlando Millas me recibiría y quería hablar conmigo.
Naturalmente, la invitación fue una tremenda sorpresa. En la asamblea, ninguno de los del Chaf mostró estar molesto por lo que yo dije en la reunión. Pero si Millas me citaba, las cosas se podían poner color de hormiga. Este compañero era uno de los pescados importantes del partido. Él había sido ministro de Hacienda y yo sólo lo conocía por fotos. Y ahora él me había citado.
Durante el viaje en tren, pensaba en cuál podría ser el motivo de la cita. Evidentemente estaba relacionada con mi intervención en la asamblea  y alguna reconvención o medida estaban por llegar.
El compañero vivía en un departamento en un edificio de unos diez pisos. Yo esperaba llegar a una reunión en el que dos o tres compañeros me reconvendrían y finalmente me comunicarían lo que habían decidido. Sin embargo, solo me esperaba el compañero Millas. Él me recibió sin demasiada amabilidad, pero tampoco podría decir que de mala manera. Simplemente, él no era de esas personas cálidas que te hacen sentir cómodo cuando estás con ellas. Nos sentamos alrededor de una mesa y él empieza a hablar.
-Compañero lo he citado aquí porque tengo que ofrecerle una tarea muy interesante y de muchas perspectivas para usted – Y se empieza a explayar. Se trataba que debía viajar a Chile y realizar ciertas actividades para el partido. Y él insistía en lo ventajoso que podría ser eso para mí. De mi cita a Lenin en la asamblea recién pasada, ninguna palabra.
Ahí me empezó a dar mala espina el asunto. Él lo planteaba como si yo estuviera interesado en un futuro como político, o qué sé yo, pero su suposición era casi ofensiva para mí. Pensé que tal vez esa era la forma que acostumbraban a emplear para obtener soporte y obediencia. Lo escuché un rato y al final le digo. – Compañero, le agradezco su ofrecimiento, pero en este momento no podría viajar a Chile. Mi esposa está embarazada y no la podría dejar sola en estas circunstancias. Si más adelante usted me volviera a necesitar, por favor no dude en llamarme.
Al escuchar mi respuesta, dio por terminada la entrevista y nos despedimos. Nunca más volví a saber de él ni de su interesante proyecto.
Con el tiempo solo me va quedando el recuerdo de una persona poco afectiva, inteligente, pero algo tenebrosa. Como las explicaciones entregadas durante la corta conversación fueron tan vagas y exiguas, se podían sacar diferentes conclusiones. Se podía ser mal pensado o creer que había una correcta intención.
Y tal vez una conclusión más. A veces, puede ser mejor no hablar demasiado. Porque nunca se sabe.

(1) Chaf (Chile antifacista). Organización de los chilenos exiliados en la República Democrática Alemana (RDA). Este país recibió a miles de chilenos después del golpe de estado. En la RDA había escasez de casas, pero los chilenos recién llegados recibían departamentos nuevos y dinero para comprar todo lo necesario para armar su hogar. Para este efecto, los alemanes se entendía con los chilenos, a través de la organización denominada Chaf.

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