Ni chus ni mu (un pequeño cuento taurino)

Foto Emilia Villalobos

NI CHUS NI MU

       Estaba en una esquina del Corral Municipal tal como disponen a esos coches chocados y abandonados por sus dueños. La postal de un derrotero trágico y decadente. Todo un contraste en relación a cuando lo reporteé hace dos años. Entonces, fue portada en la revista “1000 Agros” como reconocimiento a su victoria en la XXI Exposición de Toros Sementales de la región. Rebosaba brío y  juventud. Su capa de negrura infinita, su imponente estampa y su mirada soberbia encandilaron al jurado y luego a los criadores que hacían filas para que preñase a sus hembras. Barrabás, primogénito de Chicharrón, un toro zaino con ojo de perdiz, y Conocida, una vaca Negra Andaluza que honraba a sus ancestros ibéricos por porte y carácter, estaba destinado a ser la rúbrica genética  que engalanase a toda una generación de bovinos de exportación. ¿Qué pasó con él desde aquel triunfo? ¿Cómo desembocó en este sórdido episodio de acoso sexual? Necesitaba saber su historia. Un conocido en tribunales habló con la jueza de Policía Local e intercedió para que autorizase la entrevista.

       —Le agradezco el gesto de recibirme, Barrabás. Sé que han sido difíciles estos últimos días.

       —¡Ja! Ojalá fuesen sólo estos últimos días. El calvario comenzó hace rato.

       —Pero hubo una época en la cual Ud. era el referente del éxito dentro de la comunidad bovina.

       —Es verdad, mas el paso de los años te da otra mirada a lo que se entiende por “éxito”. Mi padre me inculcaba la importancia de ser el macho alfa y me preparó toda la vida para lograr aquello; sin embargo, nunca me habló de cómo enfrentar el momento en que inevitablemente dejas de serlo. 

       —Su padre fue también un semental de fuste ¿Fue él quien lo motivó a seguir ese camino? ¿Tuvo otras opciones?

       —El hecho de no haber sido capado, en la práctica, marca mucho tu destino. Hay raras excepciones. Dos de mis primos, que también salieron indemnes, partieron a España. Allá están las grades ligas y ofrecen suculentos contratos. Uno se fue a Pamplona;  el otro, a Madrid.

       —¿Han tenido noticias de ellos? 

       —No, nada hemos sabido. Pero así es la vida del bovino: de repente te viene a buscar un camión y desapareces. Es parte del ciclo.

       —Volvamos a sus inicios como semental ¿Se nace o se hace?

       —Yo creo que hay algo de las dos cosas: La gran dificultad es el rendimiento. Cualquiera puede montar a una hembra deseosa, quizás dos; pero tres, cuatro, siete en una sola jornada… Eso exige genética y una preparación especial. Tienes que saber cómo alimentarte, ¡no es llegar y comer cualquier pasto! Además está el tema del ejercicio físico preparatorio y las elongaciones posteriores. Sé de colegas que menospreciaron aquello y las lesiones acabaron tempranamente con sus carreras. Hace tiempo que se los llevó el camión.

       —¿Será por esa complejidad que se empezó a utilizar la inseminación artificial?

       —Sí, pero no olvides la influencia de las grandes transnacionales. Hicieron mucho lobby a alto nivel para poder penetrar el mercado. El Servicio Agrícola Ganadero, infiltrado hasta el tuétano por la corrupción, bajó los impuestos a las importaciones de semen bovino lo cual modificó irreversiblemente el modelo de negocios de los criaderos locales. Nosotros tratamos de hacer algo a través del Sindicato de Sementales y advertimos que tal medida tendría consecuencias nefastas para el empleo y no podría descartarse a priori la presencia de virus desconocidos. En fin, agitamos el fantasma  de la Enfermedad de las Vacas Locas; mas obviamente no estábamos en la vereda de los poderosos.

       —¿Lo afectó en lo personal?

       —La oferta laboral empezó a declinar notoriamente y el camión volvió a hacer de las suyas. Yo tuve fortuna, ya que fui mencionado en un artículo de la prestigiosa revista The Journal of Bovine Reproduction lo que generó pedidos de mi semen de Argentina, Rusia y Corea del Sur. Mi criador estaba feliz debido a que le pagaban bien y en dólares.

       —Es decir que la innovación tecnológica, a pesar de todo, lo benefició.

       —Aparentemente. Sin embargo los tecnócratas no visualizaron el drama inherente a la inseminación artificial. Como su nombre lo indica es artificial, no natural.  El procedimiento implica que se excite al macho sin una hembra presente. Se utilizaron diversas técnicas: feromonas, grabaciones de mugidos de hembras en celo, estimuladores genitales, maniquíes, fármacos, acupuntura, etc.

       —Suena creativo.

       —Al principió funcionó, pero paulatinamente sentí que algo se fue apagando. Ya no había llama, ignición, nada ¿Me entiendes?

       —Ud. se refiere, Barrabás, a que… este… no había erec…

       —¡No menciones esa palabra! ¡Ni se te ocurra! Fue un periodo aciago, de desesperación, de impotenc… ¡Tampoco debo decir esa palabra! Disculpa. Mi padre me enseñó el poder de las palabras y los hechizos que esconden. Bueno, como te contaba estaba en crisis y veía la cara de desesperación de mi criador y sus ayudantes. Empecé a perder el apetito, ¡todo tipo de apetitos!, y un semental sabe qué pasa cuando deja de funcionar…

       —¿El camión?

       —Exacto, pero antes están las burlas de la novillada. Pasa el típico macho-joven-aspirante-a-ser-macho-alfa, te pega un empujón y te muestra los cuernos para trenzarse en un duelo de cornadas. Y ahí viene la pregunta: ¿valdrá la pena? Tarde o temprano, vendrá otro o el mismo, más fuerte y brioso que antes, y te derrotará ¡Así le ocurrió a mi padre!

       —¿Quién lo derrotó?

       —¡Pues yo! ¡Quién otro! ¡Él me preparó para ello! Y tuve que aguantar su expresión de derrota, de dolor, de fracaso; aunque muy al fondo de sus ojos había un destello de orgullo. Cuando subió por la rampa hacia el camión, no había rencor. Nos miramos por última vez y creo que ambos evocamos la época cuando yo era ternero y jugueteaba alrededor de su majestuoso tamaño. El mundo era una pradera de certezas donde simplemente había que crecer y pastar.

       —Certezas que se quebraron con… con las consecuencias de la inseminación artificial.

       —Sí. Se acabó el cortejo, el erotismo, el arte del oficio. Pasé de ser un semental a una máquina de fabricación de semen. Todo perdió su sentido y me deprimí. Mis testículos se rebelaron y mi libido se exilió en la embajada olvido.

       —¿Qué pasó entonces?

       —Temí lo peor; pero mi criador es un tipo ambicioso y no se resignó a perder su mejor entrada de divisas. Llamó a un psicólogo de animales que detectó prontamente el problema y aconsejó que se me dejara suelto en los potreros. La idea era que saliese de los laboratorios de reproducción y volviera al contacto con la naturaleza.

       —¿Dio resultado?

       —No te puedo negar que el rocío, la hierba tierna, el olor a tierra mojada, el frescor de las noches y el sol acariciando mi piel despertaron mi ganas de vivir; pero tenía miedo. Evitaba activamente acercarme a las hembras… ¿Y si no funcionaba?

       —¿Cómo salió de semejante atolladero?

       —Una tarde, mientras recorría el pastizal, noté que una pequeña zona de la alambrada había caído producto de un reciente temporal. Algo me empujó a salir por aquella estrecha apertura y explorar qué existía allende los límites que me eran familiares. Una fuerza extraña me condujo por un sendero que desemboca en el remanso de una vertiente. Ahí estaba Veronique, la vaquilla más hermosa que había visto en mi vida, semiescondida entre el ramaje de unos sauces. Yo me quedé petrificado y sintiéndome más vulnerable que nunca. Para mi sorpresa, ella se acercó lentamente y, ya a mi lado, rozó su costado contra el mío. Todavía me emociona recordar su calor.

       —No me diga que ella es la hembra que lo tiene entre las rejas.

       —¡Pero no se adelante! Me hace tanto bien recordar esos momentos. Veronique dijo que me conocía de vista y reconoció que siempre le había atraído. Suponía que nunca nos encontraríamos, ya que pertenecíamos a manadas diferentes. Es de público conocimiento lo que señala expresamente el segundo mandamiento bovino: “No desearás a una hembra de otra manada”. Yo no quería líos con los vecinos ni me sentía capaz de seducir a nadie. Le aseguré, por ende, que no andaba en plan de cortejo y que nuestro encuentro había sido una mera casualidad. Ella insistió en que nos siguiéramos encontrando, aunque era mejor mantener en reserva nuestra relación. “Mi manada es muy conservadora. No entenderían nuestra amistad” me dijo.

       —¿Una relación prohibida? Mal comienzo…

       —Y diferente a todo lo que había vivido hasta entonces. Nos seguimos frecuentando diariamente. Paulatinamente, los atardeceres se fueron llenando de matices; los arreboles adquirieron un tono más intenso y el crepúsculo se tornó más misterioso. Sin saber cómo me enamoré hasta las pezuñas. Y un día… pasó lo que tenía que pasar. Fue como una cornada a todo mi pasado. Mi padre me inculcó que que un semental no puede mezclar los sentimientos con el sexo; que aquello es signo de debilidad y todas esas patrañas que los padres le dicen a sus hijos y que pocas veces creen o practican. Todo se hizo trizas.

       —¿Tenía futuro una relación como aquella?

       —Yo juraba que sí. Le propuse que huyéramos hacia el monte; que formáramos una familia, una nueva manada, sin laboratorios, sin veterinarios, sin alambrada. Ella guardaba silencio. “Vivamos el presente” era lo más que me decía.

       —¿Qué pasaba con usted?

       —Parecía un novillo adolescente pletórico de amor y sudando deseo hasta por el último poro. Eso sí, de cuando en vez, me dejaba ver por los establos y simulaba seguir decaído para que no interrumpieran “el tratamiento”. En forma imprevista, Veronique comenzó a distanciarse. Me insinuó que en su manada le estaban haciendo preguntas incómodas por sus reiteradas ausencias. Además, empezó a rechazar mis acercamientos porque temía quedar preñada. Hasta que una tarde, simplemente no llegó a nuestra cita vespertina. Al día siguiente, me di cuenta que habían reparado la apertura de la alambrada.

       —Tengo la impresión que Ud. pensó que aquello no fue casual.

       —Sí y empecé a rumiar la más amargas de las sospechas. Día y noche, recorría, cual obseso, la cerca colindante con su predio. Mis mugidos eran desgarradores. Llamaron nuevamente al psicólogo para que explicara estos cambios en mi conducta. ¡Cuándo un psicólogo ha sido capaz de reconocer y entender el amor! El tipo sugirió que yo estaba infectado y padecía un estado terminal del mal de Las Vacas Locas.  No había otra alternativa que el sacrificio inmediato.   En pleno conciliábulo del sicólogo con el criador acerca de cuál método eustanásico usar, vislumbro a Veronique entremezclada con su manada a unos doscientos metros desde donde me encontraba.

       —Oportuna aparición…

       —Lo peor es que la muy casquivana andaba toda pizpireta al lado de un novillo cornicorto. ¡De seguro era su nueva conquista! La ira me regurgitó hasta los sesos como una lava biliosa e incandescente. La erupción fue inevitable. Embestí uno de los postes de la cerca que cayó sin ofrecer resistencia. Luego seguí a toda carrera al encuentro de Veronique  con el sólo propósito que me dijera, frente a frente, si me había olvidado. Sentí dos estruendos, inmediatamente seguidos por unos zumbidos que pasaron a centímetros de mi cuerpo. Ahí se desató el pánico, la estampida. Decenas de reses corriendo para lado y lado; saltando o derribando cuanta valla se les cruzara por delante. Veronique y su amante cortaron hacia el sur en dirección a lo suburbios de la ciudad. Aún no se daban cuenta que los seguía, pero su querido miró hacia atrás y me vio. Titubeó y luego tomó la peor decisión de su corta vida: enfrentarme. Yo simplemente aceleré y agaché un poco más la cabeza. El cornibobo no tuvo opción y salió volando por los aires.

       —¿Qué pasó con Veronique?

       —Observó toda esta escena con espanto y cuando me acerqué para hablarle, arrancó despavorida mugiendo: “¡Asesino! ¡Asesino!”. Yo la seguí para intentar que me escuchara; para decirle que aún la amaba y estaba dispuesto a perdonar y olvidar su engaño. Mas ella corría y corría, hasta que finalmente entró a un edificio de departamentos; alguien cerró la reja de entrada para evitar que yo ingresara; llamaron a la policía, a la prensa y el resto es historia conocida.

       —¿Qué se viene por delante, Barrabás?

       —El juicio y luchar por el debido proceso. Es sabido el sesgo feminista de los jueces en estos casos.

       —¿Qué dice su abogado?

       —Es proclive a plantear una demencia temporal como eje de la defensa. Yo no estoy de acuerdo debido a que se levantaría un manto de duda sobre la calidad de mis genes y eso, mi amigo, es un bien sagrado para un semental.

       —¿Y si es declarado culpable?

       —Enfrentaré la sentencia con los cuernos en alto. Tendré aún la posibilidad del indulto. Ahora bien, si nada resulta, seguiré la máxima taurina: “Frente al camión y la espada, ¡ni chus ni mu!”.

 

 

Diario Austral                                                                               25 de mayo  de  2012        

                   “En la ciudad de Osorno, capital de la región de Los Lagos, al sur de Chile, rescataron a una asustada vaca por el acoso de un toro. La aterrada hembra tuvo que refugiarse en un edificio de departamentos donde subió hasta el quinto piso…”

F I N

Nota: La noticia fue verdadera, pero ocurrió  en una ciudad de Europa del Este y  en ella me inspiré para realizar esta tarea cuando hice un curso de escritura.

       

Juancho Ibieta

       

        

       

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2 comentarios en “Ni chus ni mu (un pequeño cuento taurino)”

  1. Mientras avanzaba en disfrutar en cada episodio del relato, pensaba en qué ingeniosa pluma se identificaría al final. Sin duda algún conocido escritor de los que dominan el idioma y la trama como un concertista en piano.
    Ahora sé que es un reconocido y querido médico penquista que tiene condiciones literarias que sólo se encuentran en las ligas mayores

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