Una pequeña operación

Unsplash

Una pequeña operación

Iba  a ser sometido a una pequeña operación en un dedo del pie. Así, solo se estaba usando anestesia local. A la altura de las rodillas, pusieron un marco y sobre él un paño que impedía que yo pudiera ver lo que ocurría.

Ya hizo efecto – dice el médico – Empezamos.

Aun cuando no podía ver lo que hacían, sí podía escuchar  todos los comentarios. Alguna pequeña dificultad con la sangre, el médico regañando a una de las enfermeras y cosas por el estilo. Debo decir aquí, que yo había tenido siempre problemas con ver la sangre. Recuerdo que una vez en Chuquicamata fui al hospital a dar sangre. La cosa era tan rutinaria, que las enfermeras me dijeron que me sentara en una silla cualquiera, en lugar de recostarme en una camilla. Le dije a una de ellas, que yo no era bueno para ver sangre. La enfermera me dice – No se preocupe joven. No piense en lo que va a pasar y santo remedio.

Desperté recostado en una camilla y me dolía un poco un chichón en la cabeza. Lo que había pasado era que al ver la sangre me había caído de la silla. Un médico me examina y me dice que descanse una media hora y que después me vaya a casa. Fin de la historia.

Bueno, el asunto fue que a pesar de que no sentía ningún dolor,  los comentarios que hacían fueron suficientes para que me empezara a bajar la presión. Yo escuchaba el tic-tic que marcaba el monitor cardíaco. Aun cuando no era capaz de evaluar el significado del descenso de la frecuencia del pulso que escuchaba, por los comentarios entendí que las cosas no iban bien. Me daba cuenta perfectamente que, de la mínima operación rutinaria, habían pasado a una pequeña emergencia. Habían mandado a llamar a un cardiólogo.

Conversaban, discutían. Yo era un espectador ciego y mudo. Escuchaba todo, pero no podía hablar para decirles que no era nada grave. Que ya me había pasado. Estaban muy preocupados por la lentitud del tic-tic pero yo no sentía  nada de miedo. Sabía que con la sangre me pasaba eso y al poco rato todo volvería a la normalidad. Me daba la impresión de que era considerado como una especie de objeto “con un problema de tic-tic lento”. En un momento sentí el deseo que una de las enfermeras me rozara la mano. Se me quedó grabado ese pensamiento. “que me rozara la mano”. Algo así como desear un contacto humano en medio de ese tic-tic que se demoraba en volver a la normalidad.

En un par de minutos llega el otro médico. No creo que haya hecho algo especial, pero el caso es que el tic-tic lento se empezó a normalizar. La operación terminó sin problemas. Me llevan a una sala y me dejan en una camilla. Al poco aparece el médico. Estaba furioso. – ¿por qué no me dijo que a usted le ocurría eso?  Nunca más lo volveré a operar.

Como no tenía la menor intención de que me volviera a operar, no me preocupó su amenaza. Que no le conté lo que me pasaba con la sangre. Claro que no. Si uno lo decía, lo tomaban como que uno lo inventaba. Era un cobarde. No le podía decir que incluso cuando veo una película en la que se ve sangre, tapo con la mano para no ver. Y ahí no pueden decir que es por miedo al dolor. Simplemente la vista de la sangre no me acomoda.

Así como yo escuchaba todo, pero no podía hablar, pienso a veces que algo parecido  puede ocurrirle a las personas antes de morir. Los que lo rodean hablan frente al que creen muerto, pero que todavía no lo está. Desde entonces me juré que hablaría con mucho cuidado delante de un presunto muerto. Por lo menos, mientras estuviera tibio. Y tal vez le tomaría la mano.

Agregar un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *